Isabel, madre y confidente

Isabel recibió a su esposo Zacarías después del anuncio del ángel en el Templo. El buen Zacarías estaría conmocionado por el asombro de la aparición, la grandeza de las revelaciones, y por su sorprendente mudez. Cuando estuvo con su mujer debió comunicarle por escrito lo sucedido. La sopresa de Isabel también debió ser enorme, pues la revelación la afectaba de una manera muy directa. Muchos pensamientos se agolparían en su mente. Ella se había acostumbrado a la esterilidad, aceptada pero dolorosa; pero ahora se le dice que esa esterilidad se acabará pues estaba incluída en unos sorprendentes planes de Dios. Era difícil creer, pero eso justamente se le pedía. Todo lleva a pensar que Isabel fue más pronta en creer que su marido.

Los evangelios nos dicen que después de estos días Isabel, su mujer, concibió y se ocultaba durante cinco meses, diciéndose: Así ha hecho conmigo el Señor, en estos días en los que se ha dignado borrar mi oprobio entre los hombre[272].

¿Por qué se ocutó durante cinco meses?.Una interpretación habitual es el pudor natural de haber concebido en su ancianidad. Sin embargo, parece más plausible otra interpretación. Isabel querría meditar con calma. Había mucho tema de oración y de meditación: primero lo que le contó Zacarías, y cuando estuvo cierta de su embarazo, considerar aquella acción grande de Dios en ella. No podía pasar por encima de aquellos hechos de una manera rápida y superficial: debía meditarlos.

La meditación lleva a captar los matices de una verdad, al reflexionar se añaden luces nuevas a la verdad central. Pero meditar requiere calma. Si desde el principio hubiesen proclamado el anuncio del ángel es muy posible que hubiesen sido escuchados con incredulidad. De poco valía hablar, era más prudente ser discreta. Si contaba su nuevo estado de embarazada, las atenciones hubieran sido continuas y no tendría tiempo para estar sola; a ello cabe unir la curiosidad de ver a una mujer estéril que había concebido en su ancianidad. Las vecinas y parientes no la dejarían en paz. Le faltaría serenidad y silencio para pensar y meditar delante de Dios los hechos, y, también para repasar hechos semejantes que se contaban en las Sagrada Escritura.

Las palabras que le escribiría su esposo se irían haciendo luminosas cada vez que las repasaba. Al agradecimiento de poder ser madre se uniría la alegría de saberse introducida en los planes divinos de salvación. De hecho en la mente de los israelitas estaban bien claros tres nacimientos de características similares, el de Isaac hijo de Abraham y Sara; el de Sansón y el de Samuel. Es muy posible que tanto Isabel como Zacarías repasasen lo sucedido en estos tres casos.

Isaac nació de Sara mujer de Abraham, que era estéril. Ambos eran ancianos. Isaac es el hijo de la promesa que había hecho Dios a Abraham. Dios formaría un pueblo de elegidos a través de Isaac, de ese pueblo surgiría en la plenitud de los tiempos el Mesías. El hijo de Isabel y Zacarías era un vástago de esa estirpe elegida a través de la cual Dios quería salvar a todos los hombres. La esterilidad de ambas, así como su avanzada edad, dejaba claro que sus hijos eran vidas regaladas por Dios para bendecir a los hombres. Isabel pensaría en los muchos que se salvarían a través de su hijo. Aunque quizá le intrigase las palabras del ángel señalando que los padres serían los que se convirtiesen a los hijos. ¿No es ese un indicio de la conversión de los seguidores de la Antigua Alianza a la Nueva que debía realizar el Mesías?. Para ella no era fácil saberlo, pero todo llegaría en su momento, pues estaba muy claro en ella que Dios siempre sabe más.

Quizá intuyó Isabel su parecido con Sara en esas meditaciones, lo cierto es que cuando llegó María a verla la llama Madre de mi Señor. Su hijo era un nuevo Isaac. Su esterilidad era similar a la de Sara, a través de ese dolor se manifestaba mejor la misericordia de Dios con los hombres. ¡Qué bueno es Dios con los hombres y conmigo! pensaría Isabel.

El nacimiento de Sansón también tiene fuertes relaciones con su hijo. El ángel que se apareció a los padres de Sansón diciendoles que su hijo sería nazareno, es decir, hombre de Dios cuyos cabellos no debían ser cortados y liberaría a Israel de los enemigos más próximos que tenían en ese momento. El hijo que iba a nacer tampoco bebería vino ni licor, y estaría lleno de Espíritu Santo.Los enemigos a vencer por Juan eran mucho más difíciles que los filisteos. Su hijo debía recomponer los corazones de muchos israelitas para que se apartasen del pecado y pudiesen entender al Mesías que iba a venir. Isabel pensaría que su parecido con la madre de Sansón era mayor que el de la común esterilidad.

Isabel daría gracias a Dios por esa esterilidad que tanto la había hecho sufrir, ya que permitía que los planes de Dios se realizasen de una manera que relacionaba lo antiguo y lo nuevo de una manera admirable. Su hijo sería un nuevo Sansón, pero con la fuerza en el alma.

Samuel es otro hijo de una mujer estéril con un gran papel en la Antigua Alianza. Su madre Ana lo pedía a Dios con ansia. Dios se lo concedió sin ninguna revelación especial. Pero su hijo fue uno de los más grandes profetas de Israel. Cuando nació Samuel, Ana decidió consagrarlo a Dios en el Templo, así se lo dijo al Sumo Sacerdote: quiero dárselo a Yavé por todos los días de su vida, para que sea siempre donado a Yavé. El cántico de Ana que sigue a la consagración del niño era muy conocido por los israelitas. María lo cita en el Magnificat cantico con el que revela a Isabel su gozo.También Isabel meditaría estas palabras de alegría que surgen vigorosas del corazón de Ana.

Isabel se vería reflejada en la expresión de Ana cuando decía que la estéril parió siete hijos y se marchitó la que tenía muchos. Es cierto que estas palabras hacen referencia profetica al Nuevo Israel, que es la Iglesia, frente al Viejo e incrédulo Israel; pero también vería en estas palabras la enorme alegría que la llenaba, mucho mayor que si las cosas hubiesen seguido un camino más ordinario. Su hijo era un nuevo Samuel que preparaba el camino al hijo del rey David ungido por Samuel.

Muchas más debieron ser las reflexiones y meditaciones de Isabel aquellos cinco meses. Pero ¿Podía ser de otro modo? ¿No ocurre lo mismo en los que se convierten o descubren su vocación, o a los descubridores de alguna verdad difícil?. Es necesaria la oración meditada. La luz sin los ojos bien abiertos de nada sirve. Los ojos de la mente necesitan tiempo para comprender las grandes verdades.

Es muy frecuente que los grandes hombres y los santos hayan tenido una gran idea o iluminación, esa idea es como el eje sobre el que gira todo su pensamiento y su acción, pero deben reflexionar para extraer agua del pozo. San Francisco capta con claridad el valor de la pobreza, San Antonio la oración en el retiro del desierto, San Agustín la gracia de Cristo, Santa Catalina de Siena la Iglesia y la sangre de Jesús, Santa Teresa de Jesús el valor de la oración, el Beato Josemaría Escrivá la llamada a la santidad en medio del mundo, y así tantos otros. Todos confluyen en el mismo y único evangelio, pero cada uno capta un matiz a la riquísima verdad que Cristo ha venido a traer. Si no se meditan las grandes verdades se dan diluyendo con el paso del tiempo, la memoria las difumina, los matices se pierden y las aplicaciones no se realizan.

El estado de Isabel sería notorio a todos trascurridos los cinco meses,y sería recibido con el jolgorio previsible. Pero algo nuevo sucedió al cabo de un mes, vino María la hija de Joaquín y Ana, aquella pariente suya tan querida. Es muy posible que el sólo anuncio de su llegada la llenase de gozo, pero algo nuevo ocurrió cuando se encontraron. Dejemos a Lucas que nos lo cuente: Por aquellos días, María se levantó, y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De donde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño salto de gozo en miseno; y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor[273]. Esta explosión de gozo y de luz merece ser meditada despacio.

San Ambrosio comenta así estas palabras de la Visitación: Considera la distinción y las propiedades de cada palabra. La voz, la oye Isabel, pero es Juan el que primero experimenta la gracia; ella oyó por ordenación natural; él exultó por razón del misterio; ella se dió cuenta de la llegada de María; él, de la del Señor; la mujer vió la presencia de la mujer; y el hijo la del hijo; ellas proclaman la gracia; ellos actúan desde el seno de sus madres y manifiestan y manifiestan el misterio del amor de Dios por medio de los dones que ellas han recibido; y aquellas dos madres -doble milagro- profetizan por el espíritu de sus hijo[274].

Recordemos que la primera reacción de María Santísima,tras la Anunciación, es acudir rápidamente a cuidar a Isabel. La caridad no es ociosa. María sabe que Isabel sufrirá en el parto, deseado pero difícil. Es lógica su reacción. Pero algo sorprende en esa rapidez y en la alegría del encuentro: la edad de las dos mujeres es muy diferentes, al menos se distanciarían en unos treinta años. Es una diferencia de edad como para pensar que era una amistad más honda de lo habitual. Es muy posible que se conociesen por motivos familiares, quizá Isabel le tomó un cariño materno natural por la diferencia de edad y por no tener ella hijos. Pero había más, ya que María era Inmaculada, no tenía el menor contacto con el pecado, y eso se notaría en muchísimos detalles que dejarían ver un alma tranparente y buena. Las virtudes de la llena de gracia se traslucirían en su semblante y en su modo de actuar tan natural y tan amable. Antes de la acción del Espíritu Santo en Isabel, que explica mucho de su enorme gozo, ya se daría una relación amistosa entre María e Isabel. No cuentan las diferencias de edades cuando hay amor verdadero. Las incomprensiones suelen darse más por egoísmos que por diferencias generacionales.

La comprensión entre Isabel y María va mucho más allá de los lazos familiares o de amistad, es un lazo más fuerte que el de la sangre. Las une el mismo Espíritu Santo con una vocación divina para que se cumplan los planes salvadores de Dios. A ambas les une una maternidad fruto del Espíritu Santo. Sus hijos estarán fuertemente unidos también. Jesús salva a Juan redimiéndole del pecado original en el seno de su madre -ahí radica la razón del salto de gozo del niño en el seno de su madre-. Juan anuncia a Jesús y prepara los corazones de muchos de los primeros discípulos del Mesías cuando se manifieste públicamente. El amor entre María e Isabel es ciertamente mayor que el que fuese fruto de cualquier otro lazo humano: las une un lazo divino.

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Millones de veces los cristianos han dirigido a María Santísima este saludo de Isabel. Algunos códices antiguos del evangelio recogen estas mismas palabras al final del saludo de Gabriel a María. Quizá por eso San Beda el venerable comenta que Isabel bendice a María con las mismas palabras usadas por el Arcángel para que se vea que debe ser honrada por los ángeles y por los hombres y que con razón se ha de anteponer a todas las mujeres [275].

María recogerá la verdad de estas palabras diciendo que desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. La grandeza de las expresiones de las dos mujeres excede con mucho la alegría común de un encuentro entre familiares,pues apuntan a una bendición entre todas las mujeres y una felicitación de todas las generaciones. Esto sólo puede ser dicho como fruto de la fe, es decir, como resultado de la certeza de saber que el Mesías estaba allí entre ellas. María e Isabel se saben instrumentos de la salvación divina: María como Madre de Dios, Isabel como madre del Precusor.

La historia nos lleva a ver el acierto de las dos expresiones. Todas las generaciones cristianas se alegran de la fidelidad de María y de su santidad. Todas las mujeres pueden mirarla como el modelo de mujer ideal, superando aquel que había sido roto en Eva por su pecado.

Isabel alaba la fe de María, pero ¿Es separable la fe de la esperanza o de la caridad? María se convierte en Maestra de fe, de esperanza y de caridad. Pero ahora queremos detenernos en un fruto no buscado en el encuentro entre María e Isabel. La Virgen María había guardado total discreción sobre el anuncio del ángel y sobre el fruto de su entrega a Dios. Nadie sabía que el Verbo se había hecho carne en sus entrañas. Es lógico este silencio. Una explicación por muy creíble que fuese la veracidad de María es muy fácil que no fuese creída, María lo sabe y actúa del modo mas sobrenatural posible se abandona en la Sabiduría de Dios. María sabe que Dios siempre hace las cosas antes, más y mejor. María se abandona en las manos de Dios, pero un pequeño dolor se instalaría en su corazón: no podía comunicar a nadie su alegría. Es más difícil callar las alegrías que las penas. Y María tiene que callar discretamente. Por eso la alegría experimentada cuando ve que Isabel sabe de un modo extraordinario que ella es la Madre del Señor es mayor, puede abrir su alma y expresar su gozo a Isabel. María puede confiar en alguien plenamente, tiene una confidente de confianza. Es un pequeño regalo que Dios le concede. Y lo usa, pues abre su corazón con amplitud en el Magnificat en el que dice entre otras cosas su estado de ánimo mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, está contenta, feliz, exultante, y además, ahora se siente también humanamente comprendida. Venía a hacer una obra de caridad asistiendo a Isabel en un parto que se prevé difícil, y se encuentra que Ella también encuentra un gozo no buscado, añadido al que ya le llena el alma. La fe de Isabel facilita una alegría humana y divina a María Santísima en aquellos primeros momentos de la Encarnación del Verbo.

Una vez que Isabel da a luz a Juan, ya no se la menciona en el evangelio. ¿Cómo debió ser su vida? Indudablemente todo giró en torno a estos hechos que acabamos de meditar: el anuncio del ángel a su esposo Zacarías, su concepción, su encuentro con María, el nacimiento de su hijo. ya sabía el querer de Dios para ella. No podemos imaginar otro modo de vida para Isabel que una vida de oración de acción de gracias girando en torno a estos hechos, el resto poco importaba ya. ¿No es la vocación divina el eje de la vida de cualquier persona? el que no la ha descubierto en plenitud, que la busque, pues Dios se deja encontrar por los que le buscan con sincero corazón; los que ya la conocen que la guarden, la cuiden y la desarrollen.


[272] Lc 1,24-25

[273] Lc1,39-45

[274] San Ambrosio. Exposición sobre el evangelio de San Lucas

[275] cit en Sagrada Biblia. Comentarios de la Universidad de Navarra.

Reproducido con permiso del Autor,

Enrique Cases, Mujeres valientes 3ª ed Eunsa pedidos a eunsa@cin.es

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7 comentarios

  1. Gracias, hernisa reflexión. Con este texto tengo me dan las palabras para explicarle a mi pequeña hija Isabel, el rico ejemplo de vida de quien hereda el nombre. Dios le bendiga.

  2. Isabel y María, dos mujeres santas que tienen mucho que decir a las mujeres del hoy, dos vidas, dos modelos a seguir. Hermanas sigamos su ejemplo y amemos hasta que duela. Dios continúe derramando sus gracias a los colaboradores de este sitio y permita que la gloria de dios siga brillando a través de ella.

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  5. muchas gracias, para mi todo es muy valioso ,me ayuda muchisimo en mi vida espiritual, que Dios los bendiga.

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