Tres niños valientes

Beatos Cristóbal, Antonio y Juan Un padre cruel, un niño lleno de amor por Dios. Para amar, no hay edad

Cristóbal, Antonio y Juan (1527- ? y 1529 – ?)

Las últimas amarras terminaron de soltarse y la carabela comenzó, lenta, a separarse del muelle del puerto español de San Lúcar de Barrameda. Es 25 de enero de 1524. Muchas manos se agitan para despedir a los viaje­ros y otras enjugan gruesas lágrimas. No es un viaje más de los muchos que se emprenden a América desde 1492. Varios de los que se quedan en tierra, saben que muy probablemente no volverán a ver nunca más a esos doce franciscanos que están en cubierta, que van de misión, y dispuestos a morir en su nuevo destino.

La embarcación es pequeña pero el viaje es más seguro que antes, aunque dure varios meses. Desde hace casi cinco años se hacen expediciones como ésta. En 1523 ya habían ido los tres primeros franciscanos a las tierras recién conquistadas por Hernán Cortés, quien al llegar a Veracruz, un día Viernes Santo de 1519, hizo clavar allí una cruz, símbolo de lo que se haría realidad, prodigiosamente, en los primeros años: la conversión al cristianismo de miles de pobladores de la Nueva España. Una vez llegados a playas mexicanas, el 13 de mayo, esta nueva expedición y los doce frailes, que dirige Fray Martín de Valencia, viaja hasta la gran ciudad de Tenochtitlá­n, a donde llegan el 18 de junio, luego de un fatigoso caminar que dura más de un mes.

En el viaje, a su paso por Tlaxcala donde se detienen unos días, uno de esos doce frailes, Toribio de Benavente, oyó por vez primera la palabra motolinía, que en náhuatl quiere decir "pobre", y que los naturales de allí usan para llamar así a los religiosos por verles descalzos, con hábitos pobres y raídos. A Fray Toribio le gusta mucho la ocurrencia por ser ése el sentido de su vida y su misión, y desde entonces cambia su apellido. Ahora será Fray Toribio "Motolinía". Ese será mi nombre —dice— para toda la vida.

Al poco de llegar, unidos a los tres frailes que ya habían venido un año antes, forman cuatro grupos para fundar los primeros cuatro conven­tos de la Nueva España: México, Texcoco, Tlaxcala y Huejotzingo. Fray Toribio misiona en sitios muy diversos, pero gracias a su paso por Tlaxcala se conserva el interesante relato que nos dejó escrito y que dice, más o menos, así.

El niño "más bonito"

En Tlaxcala, donde se funda la primera escuela del Continente Americano, los franciscanos catequizan y enseñan a leer y escribir a los indígenas. Procuran, sobre todo, educar muy bien a los hijos de los señores principa­les de los pueblos, para que ellos a su vez sean catequistas y la fe pueda llegar más rápidamente a todas las familias del lugar. Es tan importante la ayuda que prestan los niños educados en estas escuelas, que parte muy importante de la evangelización se deberá a ellos.

A veces, sin embargo, sucede que algunos de esos señores, desconfiados, no quieren que sus hijos se eduquen en el Evangelio y los esconden y, en su lugar, envían a criados bien vestidos con otro compañero que les haga de paje para disimular mejor. Así comienza la historia que cuenta el buen Motolinía.

Un hombre importante de allí es Axutecatlh. Tuvo que haber sido señor de corazón muy grande, y de buena memoria, para poder amar, como era cos­tumbre entre personas de su misma condición, simultáneamente a sus sesenta esposas. Con una de ellas, tiene cuatro hijos. No es creyente, pero acepta enviar a los niños al monasterio de los franciscanos. Pero al hijo que más quiere, al mayor, de unos doce años, le encierra en casa: es el más apuesto, el más listo y su padre lo quiere como su sucesor. Era —dice Moto­linía— "el más bonito".

Los otros tres hermanos, conforme van aprendiendo la doctrina de Cris­to, cuentan a los frailes las idolatrías de su padre, y de cómo tiene ence­rrado al hermano mayor. Los frailes ruegan entonces a Axutecatlh que también a ése permita ir al catecismo. Acepta no muy convencido y pasado un tiem­po este hijo mayor pide él mismo el Bautismo y recibe el nombre de Cristóbal.

“—Papá: Ya no tomes…”

Es listo Cristóbal, vivaracho. Aprende muy rápidamente todo. Y lo que oye en el monasterio lo enseña a los servidores de su casa y anima también a su madre a que se acerque a la fe. Pero lo que más desea Cristóbal es que su padre también se haga cristiano y conozca al verdadero Dios; con fre­cuencia le dice que deje de dar culto a los ídolos y no cometa, además, otros muchos pecados. Y es que es un señor muy metódico y constante: cada mes se bebe, más o menos, unos cien litros de pulque, que almacena en una barriga enorme. Es muy frecuente verle en un estado lamentable junto con sus criados, tras haber bebido hasta perder la razón. Es terco y no hace caso, ni se deja ayudar. Ha estado en mil batallas, es duro de cabeza, enveje­cido por sus maldades y debe muchas vidas. Es "muy hombre y muy macho" para andar oyen­do consejos de niños… Está harto de que Cristóbal le eche sermones.

Un día, Cristóbal se impacienta. Ve las tinajas del preciado líquido, y enfurecido los destruye completamente, junto con unos ídolos. La indignación de los criados es mayúscula y van a quejarse agriamente con su señor, quien, harto de oír tantas veces cómo su hijo le recrimina su conducta, decide acabar con su vida.

La saña más brutal

Cuando quedan frente a frente, su padre dice a Cristóbal: ¿cómo, hijo mío, te engendré yo para que luego me persiguieras y fueses contra mi voluntad? ¿qué te importa a ti que yo viva en la ley que quiera? ¿éste es el pago que me das por haberte criado?

Uno de los hermanos que está escondido, puede ver por una ventana cómo el padre toma por los cabellos a Cristóbal, le echa al suelo, dándole pata­das y muchos golpes con un bastón de madera dura. Le da tantos, que le mue­le brazos y piernas y sobre todo la cabeza, que queda magullada. Del cuerpo frágil sale sangre por todas partes. Pero el castigo no ha terminado. Mientras, como puede, Cristóbal invoca continuamente con sus gemidos a Dios.

Cuando su madre oye aquellos ruidos, entra a aquél lugar y llorando le recrimina a su esposo: ¿Por qué lo matas? ¿Cómo has tenido manos para matar a tu propio hijo?…. El padre, que está como energúmeno, hace sacar a la mujer de allí y más tarde también la manda matar. Como Cristó­bal sigue con vida, su malvado padre manda que le echen en una fogata de brasas encendidas y que hagan girar su cuerpo tanto de espaldas como de frente. A Cristóbal le sacan de allí casi muerto.

Una vez fuera del tormento, le envuelven con unas mantas. Aquella noche, es terrible de dolores, pero sin quejarse, reza sin cesar a la Virgen. A la mañana siguiente el muchacho pide que llamen a su padre y le dice: —Padre, no pienses que estoy enojado contigo; estoy alegre. Quiero que sepas que me has hecho más honra que no vale tu señorío. Para Cristóbal vale más la fe, don de Dios, y el Cielo al que pronto irá, que todos los bienes del mundo juntos. Poco después de haberle perdo­nado, entrega su alma a Dios.

Axutecatlh, quiere a toda costa ocultar el asesinato del propio hijo y encarga a los criados que entierren lejos el cuerpo y lo llevan a unas cuantas leguas de allí, en el pueblo de Atlihuetzía. Fray Toribio Motoli­nía deja constancia de que la autoridad, investigando otros delitos del padre del niño, sabe dónde está sepultado. Lo desentierran un año después y lo encuentran incorrupto. De allí le llevan a Tlaxcala, para dejarle junto al altar de la iglesia de la Asunción, hoy Catedral de Tlaxcala. El padre de Cristóbal, después de un juicio, es condenado a la horca.

¿No moriremos gustosos por servirle a El?

No acaba aquí el relato de Motolinía, pues dos años después de la muerte de Cristobalito, en 1529, llegó a Tlaxcala un fraile dominico lla­mado Bernardino Minaya, con otro compañero. Iban de camino a Oaxaca. Al llegar, pidieron a Fray Martín de Valencia que les permitiera que algún muchacho de los ya bautizados y con conocimiento de la fe cristiana, les acompañara en el viaje de misión. Preguntaron a varios jóvenes quién quería ofrecerse y dos de ellos, Antonio y Juan, que tenían entre 12 y 13 años de edad, aceptaron gustosos. Antonio era nieto del famoso rey de Tlaxcala, Xicoténcatl.

Pero no se trataba de ir de paseo… Fray Martín quería fortalecerles en su libre decisión y para que se dieran cuenta de su importancia les ad­virtió: — Hijos míos, mirad que habéis de ir fuera de vuestra tierra y vais entre gente que no conoce aún a Dios, y creo que os veréis en muchos trabajos. Me da miedo que os maten por esos caminos… Por eso antes de ir, pensadlo bien.. . A esto, los dos niños respondieron: —Padre, ¿para eso nos ha enseñado la verdadera fe? ¿pues cómo no va haber entre tantos que somos para ir con esos padres y trabajar por Dios? ¿qué no mataron también a San Pedro crucificándole y degollaron a San Pablo, y San Bartolomé no fue desollado por Dios? Pues ¿por qué no hemos de morir noso­tros por Dios, si es por servirle a El?

Salieron, pues, en comitiva y llegaron a Tepeaca, a unas diez leguas de Tlaxcala. Era un lugar muy poco visitado por los frailes y estaba invadido de pobladores adoradores de otros dioses y lleno de ídolos. Los niños fue­ron por las casas y trajeron todos los ídolos que encontraron. A una de aquellas casas, llegaron unos señores del pueblo con unos leños de encina y sin decir nada comenzaron a apalear a Juan. Antonio, al ver aquello, no salió huyendo sino que les dijo: —¿Por qué le maltratan a él que no tiene la culpa, sino a mí que soy quien les ha quitado los ídolos?

Para entonces, por los golpes, Juan ya estaba muerto y descargaron entonces su furia contra Antonio. Tomaron luego sus cuerpos y de noche los echaron en una barranca muy honda, pensando que así podrían encubrir su muerte, pero los cuerpos de los niños fueron hallados más tarde y se les enterró en una capilla. A los homicidas se les juzgó y se les condenó a muerte. Pero antes de morir se arrepintieron de sus maldades y pidieron ser bautizados.

Convencen más las obras que las palabras

Desde los inicios del cristianismo hasta nuestros días, miles y miles han dado su vida por la fe. Su ejemplo son siempre una lección ya que ningún modelo es más útil para educar al Pueblo de Dios, que aquél de los mártires. Sea por su fácil elocuencia para hablar; sea por la eficacia de la argumentación para persuadir; sin duda son más convincentes los ejemplos que las palabras. Más se puede enseñar con las obras que con las palabras [1].

En el caso de estos primeros niños mártires mexicanos, se aplica lo que cuatro siglos después enseñaría el Concilio Vaticano II: también los niños tienen su propia actividad apostólica. Según su capaci­dad, son testigos vivientes de Cristo[2]. En sus propias familias contribuyen, a su manera, a la santificación de los padres y hermanos. La doctrina que aprenden en la catequesis y su buen ejemplo puede ser siempre una llamada constante a los suyos para acercarles a Dios o para que perseveren en la fe.

El Papa Juan Pablo proclamó beatos a estos tres niños tlaxcaltecas en una emocionantísima ceremonia en la Basílica de Guadalupe, el 6 de mayo de 1990. Millones de mexicanos siguieron atentamente las palabras del Papa, que se refirió a estos mártires como ejemplo sublime y aleccionador de cómo la evangelización es una tarea de todo el pueblo de Dios, sin que na­die quede excluido, ni siquiera los niños. Cristobalito, Antonio y Juan son ejemplo de piedad infantil, de generosidad apostólica y misionera coronada por la gracia del martirio (..) Ojalá que el ejemplo de estos niños beatificados suscite una inmensa multitud de pequeños apóstoles de Cristo entre los muchachos y muchachas de Latinoamérica y del mundo entero, que enriquezcan espiritualmente nuestra sociedad tan necesitada de amor .


[1] San León Magno (siglo V). Sermón en la Festividad de San Lorenzo Mártir.

[2] Decreto Apostolicam Actuositatem, n. 12.

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5 comentarios

  1. Gran testimonio de amor y valentia, que invita a reflecionar y a analisar con que valentia y con que amor sigo al Señor.
    Gracias por compartir esta historia.

  2. felicitaciones por enseñarnos esas historias de nuestros martires mexicanos y debemos estar orgollozos de ellos porque nos dan ejemplo de valentia siendo tan pequños gracias por esas historias reales qu DIOS los bendiga alicia

  3. felicitaciones por enseñarnos esas historias de nuestros martires mexicanos y debemos estar orgollozos de ellos porque nos dan ejemplo de valentia siendo tan pequños gracias por esas historias reales qu DIOS los bendiga alicia

  4. felicitaciones por enseñarnos esas historias de nuestros martires mexicanos y debemos estar orgollozos de ellos porque nos dan ejemplo de valentia siendo tan pequños gracias por esas historias reales qu DIOS los bendiga alicia

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