¿Qué es el Bautismo?

El Bautismo es el sacramento  fundamental de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu  y el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión


El Evangelio más antiguo, el de Marcos, comienza con el encuentro entre Jesús y Juan el Bautista. Jesús baja al Jordán para recibir el bautismo a fin de comenzar su vida pública como Mesías y predicador. No es coincidencia que Jesús haya comenzado su misión salvífica con el bautismo, ya que este era un símbolo de purificación y renacimiento por aquél tiempo. Así como Cristo, los hombres están llamados a comenzar su vida en Cristo del mismo modo que él: a través del bautismo.  Analicemos la naturaleza del bautismo, su significado e importancia en la vida de los cristianos.

1 El bautismo es un sacramento

Un sacramento es un signo sensible que nos comunica la vida divina a través de la gracia. Los sacramentos tienen como fin la reconciliación de los hombres con Dios, así como su santificación. (Cfr. CIC 774, 1084, 1140) Los sacramentos «nutren» la vida espiritual del cristiano, pues lo mantienen conectado al principio Óptimo de plenitud que es Dios. Pero, para iniciar a recibir la gracia por estos medios sensibles, es necesario ingresar a la familia de Dios. Así como el día en que Jesús se bautizó, el Padre se manifestó como tal sobre el Hijo en el amor del Espíritu Santo, así son reconocidos los hombres como hijos de Dios. Es decir, el bautismo nos hace miembros de la familia de Dios, tal como esto se hizo patente con Cristo en su bautismo.

El  Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu («vitae spiritualis ianua«) y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (cfr. CIC 1213)

2 Finalidad del sacramento ¿Para qué bautizarse?

El sacramento del bautismo debe entenderse a la luz de la doctrina del pecado original y de la redención en Cristo. Si se pretende entender el sacramento desde otra perspectiva, se corre el riesgo de entender mal su naturaleza.

Originalmente, la palabra «bautismo» viene del griego «baptizein», que significa sumergir. Ya se ha mencionado que el bautismo nos «lava» el pecado original y nos introduce en la familia de Dios para nuestra salvación. Ahora bien, a veces esta limpieza de los pecados a través del bautismo se mal entiende, pues ¿Cómo puede lavar un poco de agua un afrenta contra Dios? Para declarar que el bautismo lava el pecado original hay que detenernos brevemente en algunos puntos de la teología de la salvación.

2.1 El bautismo nos sumerge en Cristo y nos lava del Pecado Original

El pecado original, según el pensamiento de algunos padres de la Iglesia, no fue la desobediencia de Adán y Eva al comer el fruto prohibido, sino desconfiar de la alianza que Dios ofreció, pues el hombre quiso hacerse como Él, de un modo inapropiado. Por tanto, el pecado original alejó a los hombres de Dios. Sin embargo, Dios, que es eterno Bien, creó las cosas a su imagen, y por tanto buenas, por lo que también creó bueno al hombre. El pecado del hombre no aniquiló su naturaleza buena, pero sí la hirió, por lo que el hombre ya no estaba en posibilidad de acercarse a Dios para ser salvado.

La salvación debe entenderse como la plenitud de la naturaleza humana. El hombre, por el pecado, hirió su naturaleza, así que ya no estaba en plenitud. Por tanto, necesitaba un salvador u optimador, el cual sólo podía ser Dios, pues sólo Dios es bueno en plenitud. Además Él creó a los hombres a su imagen y semejanza, según la capacidad de amar, reflexionar y conocer. Es entonces que la reconciliación de Dios y el hombre la comienza y plenifica Dios a través de la venida de Cristo.

Jesucristo, siendo la Razón amorosa y eterna del Padre, habiendo estado en su seno desde la eternidad, toma la naturaleza humana para reconciliarla con el Padre. La salvación en Cristo es perfecta porque: proviene óptimamente de Dios, ya que Cristo es la Segunda Persona de la Trinidad, y ha plenificado la naturaleza humana.

Cristo se ha «sumergido» en nuestra naturaleza humana para hacerla óptima. A propósito de esto, Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, propone que el sacramento (misterio) del bautismo se puede resumir así «Dios ha querido salvarnos yendo Él mismo hasta el fondo del abismo de la muerte, con el fin de que todo hombre (…) pueda encontrar la mano de Dios a la cual asirse a fin de subir desde las tinieblas y volver a ver la luz para la que ha sido creado. Todos sentimos, todos percibimos interiormente que nuestra existencia es un deseo de vida que invoca una plenitud, una salvación. Esta plenitud de vida se nos da en el bautismo» (1)

2.2 El Bautismo nos da vida nueva

Es así que el bautismo nos sumerge en la vida divina que Cristo nos ha revelado cuando tomó la naturaleza humana. En el agua del bautismo se toma parte de la muerte y resurrección de Cristo. En el agua queda sepultado el viejo hombre Adán y sale el hombre nuevo, plenificado en la gracia de Cristo.

Esta doctrina está clara desde las enseñanzas de Pablo, pues escribe en la carta a los romanos: » Como ustedes saben, todos nosotros, al ser bautizados en Cristo Jesús, hemos sido sumergidos en su muerte. Por este bautismo en su muerte fuimos sepultados con Cristo, y así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, así también nosotros empezamos una vida nueva. Una representación de su muerte nos injertó en él, pero compartiremos también su resurrección.» (Cfr. Rom 6, 3-5)

Es por esto que » La «inmersión» en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él (cf Rm 6,3-4; Col 2,12) como «nueva criatura» (2 Co 5,17; Ga 6,15).» (CIC 1214)

Debemos aclarar  que sumergirse en Cristo significa también recibir su gracia. Ya hemos dicho que Cristo hace óptima nuestra naturaleza al tomarla y reconciliarla con el Padre, pero no sólo Cristo se sumerge en nuestra naturaleza, sino que también nos sumerge hacia la intimidad de la vida trinitaria. Esto significa que, por el bautismo, ya no somos siervos ni sólo criaturas, sino que somos herederos de la gracia de Dios, junto con su felicidad bienaventurada. Esto es lo que se recibe en el bautismo: la gracia de ser hijos de Dios, reconciliados con Él a través de Cristo, por lo que somos copartícipes de la vida divina, vida nueva que nos hace, en verdad, bienaventurados.

En la carta a los Gálatas, el Apóstol Pablo se dirige a los que han aceptado a Cristo como salvador y seguido su doctrina. Por tanto, podemos suponer que se dirige a los cristianos bautizados, a los cuales dice «Ustedes ahora son hijos, por lo cual Dios ha mandado a nuestros corazones el Espíritu de su propio Hijo que clama al Padre: ¡Abbá! o sea: ¡Papá! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo, y siendo hijo, Dios te da la herencia.» (Gal, 4, 6-7)

3 La materia y la forma del sacramento

Ya hemos mencionado que, en ocasiones, el bautismo es malentendido, pues se piensa que un poco de agua lava los pecados. Ante esto hay que decir que el agua es la materia, o el símbolo material del lavado de los pecados. Lo que realmente borra el pecado original es la gracia de Cristo, representada por las palabras del ministro celebrante. El bautismo no es sólo el derramamiento de agua. Esto es sólo el símbolo material de la limpieza de los pecados.

El bautismo tiene tres consideraciones como sacramento: el signo sacramental, la realidad y el signo, y la realidad sola.  El signo sólo es algo visible y externo, señal del efecto interior. Los sacramentos existen para la santificación de la vida interior, así que, si no hay una recepción interna de la gracia, el símbolo externo no está plenificado.

4 El bautismo, puerta de la verdadera libertad

Algunos Padres de la Iglesia relacionaron el bautismo con el cruce pascual del Mar Rojo. Así como los israelitas pasaron de la esclavitud a la libertad cruzando por el agua, así los cristianos vamos hacia la verdadera libertad a través del agua del bautismo. Pues, antes de recibir la gracia plenificadora, no somos más que creaturas que no han encontrado su optimación en el Bien divino, no tenemos libertad, pues esta existe sólo en función de la plenitud. A lo sumo tenemos libre arbitrio, pero no verdadera libertad. Esta llega con el bautismo, pues al recibir la gracia, nos enfocamos con claridad hacia la plenitud y podemos usar óptimamente todas nuestras facultades.

5 Algunas características del Bautismo

Para finalizar, veamos algunas características del Bautismo que uno de los primeros Padres de la Iglesia, San Gregorio Nacianceno, esclarece para su comprensión:

El Bautismo «es el más bello y magnífico de los dones de Dios […] lo llamamos don, gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque es dado incluso a culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 40,3-4).

 
(1) «Se sumergió para sumergirnos» en Homilías de Benedicto XVI, Benedicto XVI, Ed. Cobel, Madrid, 2009, p. 151
 
 
 

 

 

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