En el primer volumen de su obra “la Belleza en la Palabra” (San Paolo, 2007), Timothy Verdon comenta –entre muchos– un cuadro de Georges de la Tour (discípulo de Caravaggio): “Sueño de San José”. Pintado alrededor de 1640, se encuentra hoy en el museo de Bellas Artes de Nantes.La edad avanzada de José suele ser un recurso piadoso para excluir la paternidad física de Jesús, pero aquí representa además la historia de la salvación, que hace del Mesías un “hijo de David”, en el que confluyen las esperanzas de Israel. Por último, el nombre de José evoca aquél otro José, hijo de Jacob, a quien sus hermanos llamaban el “soñador” (también él mismo intérprete de sueños, Gn. 37 y 40). Nuestro anciano se hace, pues, exponente de una antigua tradición. Se apoya sobre su mano derecha, el codo doblado sobre la mesa, mientras que con la izquierda sostiene la Biblia en sus rodillas. Lo alumbra suavemente una candela.La candela puede verse como la acción del Espíritu Santo que inspiró las Escrituras y ahora ilumina el corazón de José. El carpintero de Nazaret no sólo “pensaba” en qué debía hacer respecto a María, sino que –como se ve aquí– escrutaba los textos sagrados, y así lo sugiere el Evangelio del día: “Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que dijo el Señor…” (Mt 1, 22s). No en vano el ángel le dice: “le pondrás por nombre Jesús” (es decir, salvador), lo que para un judío significa: tú serás conocido como su padre.Ante José está el ángel, cuyo rostro queda poderosamente iluminado desde el mismo foco. Su mano izquierda tiene la palma hacia arriba, como indicando: “Levántate…”. El brazo derecho se extiende tapando en parte la luz y alargando su mano hasta casi aferrar la muñeca de José, sobre la que se apoya su sueño. La voluntad de Dios, que el ángel viene a comunicarle no está, en efecto, solo en las Escrituras, sino también ahora, en esta llamada directa que “toca” a José y le parece decir: “Fíate de Dios y haz lo que te digo”. Así lo hizo José inmediatamente (Mc 1 , 24), convirtiéndose en figura de la “obediencia de la fe”, de que habla San Pablo.Y todo ello nos reenvía a uno de los textos con que la liturgia abre el Adviento: “Ya es hora de que despertéis del sueño… La noche está avanzada, el día está cerca” (Rm 13, 12). Se acerca el día de Cristo, luz del mundo.La Navidad es la luz que puede hacernos salir de nuestro sueño, para hacer lo que Dios “quiere necesitar” de nosotros, con el fin de ayudar a los demás. Por eso son muy adecuados los “gestos” del Papa durante la Navidad: acoger a Jesús en la persona de los niños y enfermos, los pobres y “sin techo”.Si todos los cristianos hiciéramos esto –lo que se puede realizar de modos diversos–, mostraríamos que es verdad lo que nuestra fe afirma: que la Navidad es presente, se da de nuevo en el mundo. Que recibir a Dios se traduce necesariamente en recibir a los demás.El sueño de José puede hacerse realidad también hoy. Dejar nacer a Dios, de una manera completa, realista y concreta, en nuestra vida. Así podemos colaborar con los “sueños” de Dios, que anteceden, inspiran, cumplen y superan siempre nuestros mejores sueños.Lo ha dicho Benedicto XVI a los representantes de Tirol del Sur, que regalaron el árbol de Navidad para la plaza de San Pedro (17-XII-2010): “El árbol de Navidad enriquece el valor simbólico del belén, que es un mensaje de fraternidad y de amistad; una invitación a la unidad y a la paz; una invitación a dejar sitio, en nuestra vida y en la sociedad, a Dios, el cual nos ofrece su amor omnipotente a través de la frágil figura de un Niño, porque quiere que respondamos libremente a su amor con nuestro amor”.Ramiro Pellitero, Universidad de Navarra(publicado en www.cope.es, 21-XII-2010)