¿Qué implica elegir la pobreza evangélica?

«La pobreza que Jesús declaró bienaventurada es aquella hecha a base de desprendimiento, de confianza en Dios, de sobriedad y disposición a compartir con otros.» J. Ratzinger

Jesús invitó a sus discípulos a seguirlo «sin mirar atrás». Ellos no llevarían no morral ni sandalias ni dinero. Tampoco recibirían un salario por las cosas que hicieran. En suma, Jesús invitó a vivir la pobreza evangélica, pues anuncia el Evangelio, que es Buena Noticia, como un modo de vida que pretende estar cerca de Dios.

¿Qué implica ser un seguidor de la pobreza evangélica de Jesús? En diversos pasajes, Jesús habla sobre las características que deben tener los que se deciden a anunciar el Evangelio y vivir como hijos del Padre. De este modo dice: «Quien toma el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios» (Lc 9, 62).Y en otro lugar dice: «Deja que los muertos entierren a sus muertos» (Lc 9, 60) Y también leemos: «Sin pan, no alforja, ni dinero en la faja». (Mc 6,8) En suma, Jesús llama a la pobreza, pues dejar los bienes materiales por un bien superior a ellos implica un tipo de pobreza: la evangélica.

Joseph Ratzinger, posteriormente Papa Benedicto XVI, habla brevemente de las 4 características que debe tener el seguidor de la pobreza evangélica. En la declaración Libertatis Conscientia, escrita para esclarecer algunos temas sobre la teología de la liberación en 1986, el entonces Cardenal Ratzinger propuso cuatro características de la pobreza que Jesús alaba: «La pobreza que Jesús declaró bienaventurada es aquella hecha a base de desprendimiento, de confianza en Dios, de sobriedad y disposición a compartir con otros.» (Libertatis Conscientia No. 66)

Notemos que la pobreza evangélica no es la misma que la pobreza originada por condiciones o sistemas económicos injustos. La pobreza evangélica es elegida voluntariamente como una manera óptima de ser discípulo de Cristo. Esto no significa que el deseo razonable de los bienes materiales sea malo, sino que se subordina a la vida que va hacia Dios.

El desprendimiento

La primera característica propia de los que siguen la pobreza evangélica es el desprendimiento. Desprenderse significa no estar aferrado a los bienes materiales o vivir para ellos, sino tenerlos como medios para un bien mayor. También se puede entender como la capacidad para ser libres de la esclavitud que pueden ejercer sobre nosotros los bienes materiales si los consideramos como fines en sí mismos en vez de medios para un fin mejor.

Una de las mejores maneras de ejercer el desprendimiento es a través de la limosna. Desgraciadamente se entiende por limosna la entrega de un bien  que nos sobra para un necesitado. Es insuficiente entender la limosna de tal manera porque si damos lo que nos sobra no somos desprendidos, pues lo superficial que demos no es una parte de nosotros y no se «desprende» de nosotros en sentido pleno. El desprendimiento implica dar limosna de lo que necesitamos, o sea, compartir plenamente un bien es hacer participar al necesitado de lo que nosotros tenemos. Esto lo hacemos a imitación de Cristo y no para gozo de nuestra propia virtud, sino por el verdadero deseo del bien del prójimo.

Confianza en Dios

La pobreza evangélica se apoya en la confianza en Dios como valedor y garante de nuestro bien. Cristo mismo ha dicho cómo hay que disponerse a seguir el camino del Evangelio: « Les ordenó que tomasen para el camino, un bastón y nada más pero ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. » (Mc 6, 8)

El cristiano que sigue la pobreza evangélica se apoya en Dios, pues sabe que está en sus manos y que su Providencia guiará sus pasos hacia su plenificación. Una manifestación de esta confianza es la alegría que provoca servir a Dios y a la difusión de su Evangelio.

Por otra parte, la confianza en Dios no anula los méritos del trabajo propio y de la capacidad para trabajar por el bienestar aceptable propio. Por ejemplo, se puede trabajar para comer, vivir y vestir dignamente sin hacer falta a la pobreza evangélica.

Sobriedad

Podemos hablar de la sobriedad en el sentido de la coherencia de los ideales de la pobreza evangélica con la vida práctica. Quien hace una acción diferente a su modo de concebir la acción no es coherente, y no es sobrio, pues la sobriedad tiene un sentido público de exclusión de hipocresía y de tranquilidad.

Sobriedad también es recato: en el vestir, comer, divertirse, expresarse, etc. No hay coherencia en nuestras acciones y pensamientos si, por una parte, nos decimos ser seguidores del Evangelio que reclama una pobreza adecuada a Él para la persecución de Dios, y si al mismo tiempo no estamos dispuestos a considerar los bienes materiales como medios para la obtención de un bien mayor.

Disposición a compartir con otros

El seguidor de Cristo es otro Cristo. Está llamado a imitarlo para ser óptimo como él fue óptimo. Cristo hizo partícipes a los hombres de muchos bienes: su salvación, su cuerpo, su sangre, curaciones, alimentos, etc. Como Cristo, los cristianos están llamados a compartir los bienes que han recibido.

Un cristiano que no sepa compartir no ha logrado un acercamiento completo al Evangelio pues no actúa como Cristo actuó cuando participó a los hombres de su salvación. Además, el compartir los bienes es símbolo de que los reconocemos como un medio para llegar a la felicidad y a Dios. Quien tiene presente que no hay mayor y mejor bien que Dios también podrá disponer de sus bienes materiales en orden a los espirituales y divinos. Y si, con caridad, se desprende de lo material para que otros puedan disfrutarlos hace un doble bien, pues se hace semejante a Cristo y busca el bien de los otros.

Por Gabriel Gonzáles Nares

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