Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros

DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBÍTEROS

Capitulo III

FORMACIÓN PERMANENTE

69. Necesidad actual de la formación permanente

La formación permanente es una exigencia, que nace y se desarrolla a partir de la recepción del sacramento del Orden, con el cual el sacerdote no es sólo « consagrado » por el Padre, « enviado » por el Hijo, sino también « animado » por el Espíritu Santo. Esta exigencia, por tanto, surge de la gracia, que libera una fuerza sobrenatural, destinada a asimilar progresivamente y de modo siempre más amplio y profundo toda la vida y la acción del presbítero en la fidelidad al don recibido: « Te recuerdo — escribe S. Pablo a Timoteo — de reavivar el don de Dios, que está en ti » (2 Tim 1, 6).

Se trata de una necesidad intrínseca al mismo don divino,(226) que debe ser continuamente « vivificado » para que el presbítero pueda responder adecuadamente a su vocación. Él, en cuanto hombre situado históricamente, tiene necesidad de perfeccionarse en todos los aspectos de su existencia humana y espiritual para poder alcanzar aquella conformación con Cristo, que es el principio unificador de todas las cosas.

Las rápidas y difundidas transformaciones y un tejido social frecuentemente secularizado, típicos del mundo contemporáneo, son otros factores, que hacen absolutamente ineludible el deber del presbítero de estar adecuadamente preparado, para no perder la propia identidad y para responder a las necesidades de la nueva evangelización. A este grave deber corresponde un preciso derecho de parte de los fieles, sobre los cuales recaen positivamente los efectos de la buena formación y de la santidad de los sacerdotes.(227)

70. Continuo trabajo sobre sí mismos

La vida espiritual del sacerdote y su ministerio pastoral van unidos a aquel continuo trabajo sobre sí mismos, que permite profundizar y recoger en armónica síntesis tanto la formación espiritual, como la humana, intelectual y pastoral. Este trabajo, que se debe iniciar desde el tiempo del seminario, debe ser favorecido por los Obispos a todos los niveles: nacional, regional y, principalmente, diocesano.

Es motivo de alegría constatar que son ya muchas las Diócesis y las Conferencias Episcopales actualmente empeñadas en prometedoras iniciativas para dar una verdadera formación permanente a los propios sacerdotes. Es de desear que todas las Diócesis puedan dar respuesta a esta necesidad. De todos modos, donde esto no fuera momentáneamente posible, es aconsejable que ellas se pongan de acuerdo entre sí, o tomen contacto con instituciones o personas especialmente preparadas para desempeñar una tarea tan delicada.(225)

71. Instrumento de santificación

La formación permanente es un medio necesario para que el presbítero de hoy alcance el fin de su vocación, que es el servicio de Dios y de su Pueblo.

Esta formación consiste, en la práctica, en ayudar a todos los sacerdotes a dar una respuesta generosa en el empeño requerido por la dignidad y responsabilidad, que Dios les ha confiado por medio del sacramento del Orden; en cuidar, defender y desarrollar su específica identidad y vocación; en santificarse a sí mismos y a los demás mediante el ejercicio del ministerio.

Esto significa que el presbítero debe evitar toda forma de dualismo entre espiritualidad y ministerio, origen profundo de ciertas crisis.

Está claro que para alcanzar estos fines de orden sobrenatural, deben ser descubiertos y analizados los criterios generales sobre los que se debe estructurar la formación permanente de los presbíteros.

Tales criterios o principios generales de organización deben ser pensados a partir de la finalidad, que se han propuesto o, mejor dicho, deben ser buscados en ella.

72. Impartida por la Iglesia

La formación permanente es un derecho y un deber del presbítero e impartirla es un derecho y un deber de la Iglesia. Por tanto, así lo establece la ley universal.(229) En efecto, como la vocación al ministerio sagrado se recibe en la Iglesia, solamente a Ella le compete impartir la específica formación, según la responsabilidad propia de tal ministerio. La formación permanente, por tanto, siendo una actividad unida al ejercicio del sacerdocio ministerial, pertenece a la responsabilidad del Papa y de los Obispos. La Iglesia tiene, por tanto, el deber y el derecho de continuar formando a sus ministros, ayudándolos a progresar en la respuesta generosa al don, que Dios les ha concedido.

A su vez, el ministro ha recibido también, como exigencia del don, que recibió en la ordenación, el derecho a tener la ayuda necesaria por parte de la Iglesia para realizar eficaz y santamente su servicio.

73. Formación permanente

La actividad de formación se basa sobre una exigencia dinámica, intrínseca al carisma ministerial, que es en sí mismo permanente e irreversible. Aquella, por tanto, no puede nunca considerarse terminada, ni por parte de la Iglesia, que la da, ni por parte del ministro, que la recibe. Es necesario, entonces, que sea pensada y desarrollada de modo que todos los presbíteros puedan recibirla siempre, teniendo en cuenta las posibilidades y características, que se relacionan con el cambio de la edad, de la condición de vida y de las tareas confiadas.(230)

74. Completa.

Tal formación debe comprender y armonizar todas las dimensiones de la vida sacerdotal; es decir, debe tender a ayudar a cada presbítero: a desarrollar una personalidad humana madurada en el espíritu de servicio a los demás, cualquiera que sea el encargo recibido; a estar intelectualmente preparado en las ciencias teológicas y también en las humanas en cuanto relacionadas con el propio ministerio, de manera que desempeñe con mayor eficacia su función de testigo de la fe; a poseer una vida espiritual profunda, nutrida por la intimidad con Jesucristo y del amor por la Iglesia; a ejercer su ministerio pastoral con empeño y dedicación.

En definitiva, tal formación debe ser completa: humana, espiritual, intelectual, pastoral, sistemática y personalizada.

75. Humana.

Esta formación es extremadamente importante en el mundo de hoy como, por otra parte, siempre lo ha sido. El presbítero no debe olvidar que es un hombre elegido entre los demás hombres para estar al servicio del hombre.

Para santificarse y para conseguir resultados en su misión sacerdotal, deberá presentarse con un bagaje de virtudes humanas, que lo hagan digno de la estima de sus hermanos.

En particular, deberá practicar la bondad de corazón, la paciencia, la amabilidad, la fortaleza de ánimo, el amor por la justicia, el equilibrio, la fidelidad a la palabra dada, la coherencia con las obligaciones libremente asumidas, etc.(231)

También es importante que el sacerdote reflexione sobre su comportamiento social, sobre la corrección en las variadas formas de relaciones humanas, sobre los valores de la amistad, sobre el señorío del trato, etc.

76. Espiritual

Teniendo presente cuanto ya ha sido ampliamente expuesto acerca de la vida espiritual, sólo se presentarán algunos medios prácticos de formación.

Sería necesario, en primer lugar, profundizar en los aspectos principales de la existencia sacerdotal haciendo referencia, en particular, a la enseñanza bíblica, patrística y hagiográfica, en la cual el presbítero debe estar continuamente al día, no sólo mediante la lectura de buenos libros, sino también participando en cursos de estudio, congresos, etc.(232)

Algunas sesiones particulares podrían estar dedicadas al cuidado de la celebración de los Sacramentos, así como también al estudio de cuestiones de espiritualidad, tales como las virtudes cristianas y humanas, el modo de rezar, la relación entre la vida espiritual y el ministerio litúrgico, etc.

Más concretamente, es deseable que cada presbítero, quizás con ocasión de los periódicos ejercicios espirituales, elabore un proyecto concreto de vida personal — a ser posible de acuerdo con el propio director espiritual — para el cual se señalan algunos puntos: 1) meditación diaria sobre la Palabra o sobre un misterio de la fe; 2) encuentro diario y personal con Jesús en la Eucaristía, además de la devota celebración de la Santa Misa; 3) devoción mariana (rosario, consagración o acto de abandono, coloquio intimo); 4) momento de formación doctrinal y hagiográfica; 5) descanso debido; 6) renovado empeño sobre la puesta en práctica de las indicaciones del propio Obispo y de la propia convicción en el modo de adherirse al Magisterio y a la disciplina eclesiástica; 7) cuidado de la comunión y de la amistad sacerdotal.

77. Intelectual

Teniendo en cuenta la gran influencia que las corrientes humanístico-filosóficas tienen en la cultura moderna, así como también el hecho de que algunos presbíteros no han recibido la adecuada preparación en tales disciplinas, quizás también porque provengan de orientaciones escolásticas diversas, se hace necesario que, en los encuentros, estén presentes los temas más relevantes de carácter humanístico y filosófico o que, en cualquier caso, « tengan una relación con las ciencias sagradas, particularmente en cuanto pueden ser útiles en el ejercicio del ministerio pastoral ». (233) Estas temáticas constituyen también una valiosa ayuda para tratar correctamente los principales argumentos de teología fundamental, dogmática y moral, de Sagrada Escritura, de liturgia, de derecho canónico, de ecumenismo, etc., teniendo presente que la enseñanza de estas materias no debe ser problemática, ni solamente teórica o informativa, sino que debe llevar a la auténtica formación, es decir, a la oración, a la comunión y a la acción pastoral.

Debe hacerse de tal manera que, en los encuentros sacerdotales, los documentos del Magisterio sean profundizados comunitariamente, bajo una guía autorizada, de modo que se facilite en la pastoral diocesana la unidad de interpretación y de praxis que tanto beneficia a la obra de la evangelización.

Debe darse particular importancia, en la formación intelectual, al tratamiento de temas, que hoy tienen mayor relevancia en el debate cultural y en la praxis pastoral, como, por ejemplo, aquellos relativos a la ética social, a la bioética, etc.

Un tratamiento especial debe ser reservado a los problemas presentados por el progreso científico, particularmente influyentes sobre la mentalidad y la vida de los hombres contemporáneos. Los presbíteros no deberán eximirse de mantenerse adecuadamente actualizados y preparados para responder a las preguntas, que la ciencia puede presentar en su progreso, no dejando de consultar a expertos preparados y seguros.

Es del mayor interés estudiar, profundizar y difundir la doctrina social de la Iglesia. Siguiendo el empuje de la enseñanza magisterial, es necesario que el interés de todos los sacerdotes — y, a través de ellos, de todos los fieles — en favor de los necesitados no quede a nivel de piadoso deseo, sino que se concrete en un empeño de la propia vida. « Hoy más que nunca la Iglesia es consciente de que su mensaje social encontrará credibilidad por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna » (234)

Una exigencia imprescindible para la formación intelectual de los sacerdotes es el conocimiento y la utilización, en su actividad ministerial, de los medios de comunicación social. Éstos, si están bien utilizados, constituyen un providencial instrumento de evangelización, pudiendo llegar no sólo a una gran cantidad de fieles y de alejados, sino también incidir profundamente sobre su mentalidad y sobre su modo de actuar.

A tal efecto, seria oportuno que el Obispo o la misma Conferencia Episcopal preparasen programas e instrumentos técnicos adecuados a este fin.

78. Pastoral

Para una adecuada formación pastoral es necesario realizar encuentros, que tengan como objetivo principal la reflexión sobre el plan pastoral de la Diócesis. En ellos, no debería faltar tampoco el estudio de todas las cuestiones relacionadas con la vida y la práctica pastoral de los presbíteros como, por ejemplo, la moral fundamental, la ética en la vi da profesional y social, etc.

Deberá prestarse especial atención a conocer la vida y la espiritualidad de los diáconos permanentes — donde existan —, de los religiosos y religiosas, así como también de los fieles laicos.

Otros temas a tratar, particularmente útiles, pueden ser los relacionados con la catequesis, la familia, las vocaciones sacerdotales y religiosas, los jóvenes, los ancianos, los enfermos, el ecumenismo, los « alejados », etc.

Es muy importante para la pastoral, en las actuales circunstancias, organizar ciclos especiales para profundizar y asimilar el Catecismo de la Iglesia Católica,que — de modo especial para los sacerdotes — constituye un precioso instrumento de formación tanto para la predicación como, en general, para la obra de evangelización.

79. Sistemática

Para que la formación permanente sea completa, es necesario que esté estructurada « no como algo, que sucede de vez en cuando, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla en etapas y se reviste de modalidades precisas » (235) Esto comporta la necesidad de crear una cierta estructura organizativa, que establezca oportunamente los instrumentos, los tiempos y los contenidos para su concreta y adecuada realización.

Tal organización debe estar acompañada por el hábito del estudio personal, ya que también resultarían de escasa utilidad los cursos periódicos si no estuvieran acompañados de la aplicación al estudio.(236)

80. Personalizada

Si bien es impartida a todos, la formación permanente tiene como objetivo directo el servicio a cada uno de aquellos, que la reciben. De este modo, junto con los medios colectivos o comunes, deben existir además todos los demás medios, que tienden a concretar la formación de cada uno.

Por esta razón debe ser favorecida, sobre todo entre los responsables directos, la conciencia de tener que llegar a cada sacerdote personalmente, haciéndose cargo de cada uno, no contentándose con poner a disposición de todos las distintas oportunidades.

A su vez, cada presbítero debe sentirse animado, con la palabra y el ejemplo de su Obispo y de sus hermanos en el sacerdocio, a asumir la responsabilidad de la propia formación, siendo el primer formador de sí mismo.(237)

Organización y medios

81. Encuentros sacerdotales

El itinerario de los encuentros sacerdotales debe tener la característica de la unidad y del progreso por etapas.

Tal unidad debe apuntar a la conformación con Cristo, de modo que la verdad de fe, la vida espiritual y la actividad ministerial lleven a la progresiva maduración de todo el presbiterio.

El camino formativo unitario está marcado por etapas bien definidas. Esto exigirá una específica atención a las diversas edades de los presbíteros, no descuidando ninguna, como también una verificación de las etapas ya cumplidas, con la advertencia de acordar entre ellos los caminos formativos comunitarios con los personales, sin los cuales los primeros no podrían surtir efecto.

Los encuentros de los sacerdotes deben considerarse necesarios para crecer en la comunión, para una toma de conciencia cada vez mayor y para un adecuado examen de los problemas propios de cada edad.

Acerca de los contenidos de tales reuniones, se pueden tomar los temas eventualmente propuestos por las Conferencias Episcopales nacionales y regionales. En todo caso, es necesario que éstos sean establecidos en un preciso plan de formación de la Diócesis que, de ser posible, se actualice cada año.(238)

Su organización y desarrollo podrán ser prudentemente confiados por el Obispo a Facultades o Institutos teológicos y pastorales, al Seminario, a organismos o federaciones empeñadas en la formación sacerdotal,(239) o a algún otro Centro o Instituto que, según las posibilidades y la oportunidad, podrá ser diocesano, regional o nacional. En todo caso debe quedar garantizada la correspondencia a las exigencias de ortodoxia doctrinal, de fidelidad al Magisterio y a la disciplina eclesiástica, la competencia científica y el adecuado conocimiento de las reales situaciones pastorales.

82. Año Pastoral

Será responsabilidad del Obispo, también a través de eventuales cooperaciones prudentemente elegidas, proveer para que en el año sucesivo a la ordenación presbiteral o a la diaconal, sea programado un año llamado pastoral. Esto facilitará el paso de la indispensable vida propia del seminario al ejercicio del sagrado ministerio, procediendo gradualmente, facilitando una progresiva y armónica maduración humana y específicamente sacerdotal.(240)

Durante el curso de este año, será conveniente evitar que los nuevos ordenados sean colocados en situaciones excesivamente gravosas o delicadas, así como también se deberán evitar destinos en los cuales éstos se encuentren actuando lejos de sus hermanos. Es más, sería conveniente, en la medida de las posibilidades, favorecer alguna oportuna forma de vida en común.

Este período de formación podría transcurrir en una residencia destinada a propósito para este fin (Casa del Clero) o en un lugar, que pueda constituir un preciso y sereno punto de referencia para todos los sacerdotes, que están en las primeras experiencias pastorales. Esto facilitará el coloquio y el diálogo con el Obispo y con los hermanos, la oración en común (Liturgia de las Horas, concelebración y adoración eucarística, Santo Rosario, etc.), el intercambio de experiencias, el animarse recíprocamente, el florecer de buenas relaciones de amistad.

Sería oportuno que el Obispo enviase a los nuevos sacerdotes con hermanos de vida ejemplar y celo pastoral. La primera destinación, no obstante las frecuentemente graves urgencias pastorales, debería responder, sobre todo, a la exigencia de encaminar correctamente a los jóvenes presbíteros. El sacrificio de un año podrá entonces ser más fructuoso para el futuro.

No es superfluo subrayar el hecho de que este año, delicado y precioso, deberá favorecer la plena maduración del conocimiento entre el presbítero y su Obispo, que, comenzada en el Seminario, debe convertirse en una auténtica relación de hijo con su padre.

en lo que se refiere a la parte intelectual, este año no deberá ser tanto un período de aprendizaje de nuevas materias, sino más bien de profunda asimilación e interiorización de lo que ha sido estudiado en los cursos institucionales. De este modo se favorecerá la formación de una mentalidad capaz de valorar los particulares a la luz del plan de Dios.(241)

En este contexto, podrán oportunamente estructurarse lecciones y seminarios de praxis de la confesión, de liturgia, de catequesis y de predicación, de derecho canónico, de espiritualidad sacerdotal, laical y religiosa, de doctrina social, de la comunicación y de sus medios, de conocimiento de las sectas o de las nuevas formas de religión, etc.

En definitiva, la tarea de síntesis debe constituir el camino por el que transcurre el año pastoral. Cada elemento debe corresponder al proyecto fundamental de maduración de la vida espiritual.

El éxito del año pastoral está siempre condicionado por el empeño personal del mismo interesado, que debe tender cada día a la santidad, en la continua búsqueda de los medios de santificación, que lo han ayudado desde el seminario.

83. Tiempos «sabáticos»

Existen algunos factores, que pueden insinuar el desánimo en quien ejerce una actividad pastoral: el peligro de la rutina; el cansancio físico debido al gran trabajo al que, hoy especialmente, están sometidos los presbíteros a causa del empeño pastoral; el mismo cansancio psicológico causado, a menudo, por la lucha continua contra la incomprensión, los malentendidos, los prejuicios, el ir contra fuerzas organizadas y poderosas, que tienden a dar la impresión que hoy el sacerdote pertenece a una minoría culturalmente obsoleta.

No obstante las urgencias pastorales, es más, justamente para hacer frente a éstas de modo adecuado, es conveniente que se concedan a los presbíteros tiempos más o menos amplios — de acuerdo con las reales posibilidades — para poder estar por un tiempo más largo y más intenso con el Señor Jesús, recobrando fuerza y ánimo para continuar el camino de santificación.

Para responder a esta particular exigencia, en muchas diócesis ya han sido experimentadas, a menudo con resultados prometedores, diversas iniciativas.

Estas experiencias son válidas y pueden ser tomadas en consideración, no obstante las dificultades, que se encuentran en algunas zonas donde mayormente se sufre la carencia numérica de presbíteros.

Para este fin, podrían tener una función notable los monasterios, los santuarios u otros lugares de espiritualidad, a ser posible fuera de los grandes centros, dejando al presbítero libre de responsabilidades pastorales directas.

En algunos casos podrá ser útil que estos períodos tengan una finalidad de estudio o de actualización en las ciencias sagradas, sin olvidar, al mismo tiempo, el fin de fortalecimiento espiritual y apostólico.

En todo caso, sea cuidadosamente evitado el peligro de considerar el período sabático como un tiempo de vacaciones o de reivindicarlo como un derecho.

84. Casa del Clero

Es deseable, donde sea posible, erigir una « Casa del Clero » que podría constituir lugar de encuentro para tener los citados encuentros de formación, y de referencia para otras muchas circunstancias. Tal casa debería ofrecer todas aquellas estructuras organizativas, que puedan hacerla confortable y atrayente.

Allí donde aún no existiese y las necesidades lo sugirieran, es aconsejable crear, a nivel nacional o regional, estructuras adaptadas para la recuperación física, psíquica y espiritual de los sacerdotes con especiales necesidades.

85. Retiros y Ejercicios Espirituales

Como demuestra la larga experiencia espiritual de la Iglesia, los Retiros y los Ejercicios Espirituales son un instrumento idóneo y eficaz para una adecuada formación permanente del clero. Ellos conservan hoy también toda su necesidad y actualidad. Contra una praxis, que tiende a vaciar al hombre de todo lo que sea interioridad, el sacerdote debe encontrar a Dios y a sí mismo haciendo un reposo espiritual para sumergirse en la meditación y en la oración.

Por este motivo la legislación canónica establece que los clérigos: « están llamados a participar de los retiros espirituales, según las disposiciones del derecho particular ».(242) Los dos modos más usuales, que podrían ser prescriptos por el Obispo en la propia diócesis son: el retiro espiritual de un día — de ser posible mensual — y los Ejercicios Espirituales anuales.

Es muy oportuno que el Obispo programe y organice los Retiros y los Ejercicios Espirituales de modo que cada sacerdote tenga la posibilidad de elegirlos entre los que normalmente se hacen, en la Diócesis o fuera de ella, dados por sacerdotes ejemplares o por Institutos religiosos especialmente experimentados por su mismo carisma en la formación espiritual, o en monasterios.

Además es aconsejable la organización de un retiro especial para los sacerdotes ordenados en los últimos años, en el que tenga parte activa el mismo Obispo.(243)

Durante tales encuentros, es importante que se traten temas espirituales, se ofrezcan largos espacios de silencio y de oración y sean particularmente cuidadas las celebraciones litúrgicas, el sacramento de la Penitencia, la adoración eucarística, la dirección espiritual y los actos de veneración y culto a la Virgen María.

Para conferir mayor importancia y eficacia a estos instrumentos de formación, el Obispo podría nombrar en particular un sacerdote con la tarea de organizar los tiempos y los modos de su desarrollo.

En todo caso, es necesario que los retiros y especialmente los Ejercicios Espirituales anuales sean vividos como tiempos de oración y no como cursos de actualización teológico-pastoral.

86. Necesidad de la programación

Aun reconociendo las dificultades que la formación permanente suele encontrar, a causa sobre todo de las numerosas y gravosas obligaciones a las que están sometidos los sacerdotes, hay que decir que todas las dificultades son superables cuando se pone empeño para dirigirla con responsabilidad.

Para mantenerse a la altura de las circunstancias y afrontar las exigencias del urgente trabajo de evangelización, se hace necesaria — entre otros instrumentos — una animada acción de gobierno pastoral dirigida a hacerse cargo de los sacerdotes de modo muy particular. Es indispensable que los Obispos exijan, con la fuerza del amor, que sus sacerdotes sigan generosamente las legitimas disposiciones emanadas en esta materia.

La existencia de un « plan de formación permanente » significa que éste sea no sólo concebido o programado, sino realizado. Por esto, es necesaria una clara estructuración del trabajo, con objetivos, contenidos e instrumentos para realizarlo.

Responsables

87. El presbítero

El primer y principal responsable de la propia formación permanente es el mismo presbítero. En realidad, a cada sacerdote incumbe el deber de ser fiel al don de Dios y al dinamismo de conversión cotidiana, que viene del mismo don.(244)

Tal deber deriva del hecho de que ninguno puede sustituir al propio presbítero en el vigilar sobre sí mismo (cf 1 Tim 4, 16). Él, en efecto, por participar del único sacerdocio de Cristo, está llamado a revelar y a actuar, según una vocación suya, única e irrepetible, algún aspecto de la extraordinaria riqueza de gracia, que ha recibido.

Por otra parte, las condiciones y situaciones de vida de cada sacerdote son tales que, también desde un punto de vista meramente humano, exigen que él tome parte personalmente en su propia formación, de manera que ponga en ejercicio las propias capacidades y posibilidades.

Él, por tanto, participará activamente en los encuentros de formación, dando su propia contribución en base a sus competencias y posibilidades concretas, y se ocupará de proveerse y de leer libros y revistas, que sean de segura doctrina y de experimentada utilidad para su vida espiritual y para un fructuoso desempeño de su ministerio.

Entre las lecturas, el primer puesto debe ser ocupado por la Sagrada Escritura; después por los escritos de los Padres, de los Maestros de espiritualidad antiguos y modernos, y de los Documentos del Magisterio eclesiástico, los cuales constituyen la fuente más autorizada y actualizada de la formación permanente. Los presbíteros, por tanto, los estudiarán y profundizarán de modo directo y personal para poderlos presentar adecuadamente a los fieles laicos.

88. Ayuda a sus hermanos

En todos los aspectos de la existencia sacerdotal emergerán los « particulares vínculos de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad »,(245) en los cuales se funda la ayuda recíproca, que se prestarán los presbíteros.(246) Es de desear que crezca y se desarrolle la cooperación de todos los presbíteros en el cuidado de su vida espiritual y humana, así como del servicio ministerial. La ayuda, que en este campo se debe prestar a los sacerdotes, puede encontrar un sólido apoyo en diversas Asociaciones sacerdotales, que tienden a formar una espiritualidad verdaderamente diocesana. Se trata de Asociaciones que « teniendo estatutos aprobados por la autoridad competente, estimulan a la santidad en el ejercicio del ministerio y favorecen la unidad de los clérigos entre sí y con el propio Obispo »(247)

Desde este punto de vista, hay que respetar con gran cuidado el derecho de cada sacerdote diocesano a practicar la propia vida espiritual del modo que considere más oportuno, siempre de acuerdo — como es obvio — con las características de la propia vocación, así como con los vínculos, que de ella derivan.

E1 trabajo, que estas Asociaciones, como también el de los Movimientos aprobados, cumplen en favor de los sacerdotes, es tenido en gran consideración por la Iglesia,(248)que lo reconoce como un signo de la vitalidad con que el Espíritu Santo la renueva continuamente.

89. El Obispo

Por amplia y difícil que sea la porción del Pueblo de Dios, que le ha sido confiada, el Obispo debe prestar una atención del todo particular en lo que se refiere a la formación permanente de sus presbíteros.(249)

Existe, en efecto, una relación especial entre éstos y el Obispo, debido al « hecho que los presbíteros reciben a través de él su sacerdocio y comparten con él la solicitud pastoral por el Pueblo de Dios »(250) Eso determina también que el Obispo tenga responsabilidades específicas en el campo de la formación sacerdotal.

Tales responsabilidades se expresan tanto en relación con cada uno de los presbíteros — para quienes la formación debe ser lo más personalizada posible —, como en relación con el conjunto de todos los que forman el presbiterio diocesano. En este sentido, el Obispo cultivará con empeño la comunicación y la comunión entre los presbíteros, teniendo cuidado, en particular, de custodiar y promover la verdadera índole de la formación permanente, educar sus conciencias acerca de su importancia y necesidad y, finalmente, programarla y organizarla, estableciendo un plan de formación con las estructuras necesarias y las personas adecuadas para llevarlo a cabo.(251)

Al ocuparse de la formación de sus sacerdotes, es necesario que el Obispo se comprometa con la propia y personal formación permanente. La experiencia enseña que, en la medida en que el Obispo está más convencido y empeñado en la propia formación, tanto más sabrá estimular y sostener la de su presbiterio.

En esta delicada tarea, el Obispo — si bien desempeña un papel insustituible e indelegable sabrá pedir la colaboración del Consejo presbiteral que, por su naturaleza y finalidad, parece el organismo idóneo para ayudarlo especialmente en lo que se refiere, por ejemplo, a la elaboración del plan de formación.

Todo Obispo, pues, se sentirá sostenido y ayudado en su tarea por sus demás hermanos en el Episcopado, reunidos en Conferencia.(252)

90. La formación de los formadores

Ninguna formación es posible si no hay, además del sujeto que se debe formar, también el sujeto que forma, el formador. La bondad y la eficacia de un plan de formación dependen en parte de las estructuras pero, principalmente, de las personas de los formadores.

Es evidente que la responsabilidad del Obispo hacia esos formadores es particularmente delicada e importante.

Es necesario, por tanto, que el mismo Obispo nombre un « grupo de formadores » y que las personas sean elegidas entre aquellos sacerdotes altamente cualificados y estimados por su preparación y madurez humana, espiritual, cultural y pastoral. Los formadores, en efecto, deben ser ante todo hombres de oración, docentes con marcado sentido sobrenatural, de profunda vida espiritual, de conducta ejemplar, con adecuada experiencia en el ministerio sacerdotal, capaces de conjugar — como los Padres de la Iglesia y los santos maestros de todos los tiempos — las exigencias espirituales con aquellas más propiamente humanas del sacerdote. Éstos pueden ser elegidos también entre los miembros de los Seminarios, de los Centros o Instituciones académicas aprobadas por la Autoridad eclesiástica, y también entre aquellos Institutos cuyo carisma se refiere justamente a la vida y la espiritualidad sacerdotal. En todo caso deben ser garantizadas la ortodoxia de la doctrina y la fidelidad a la disciplina eclesiástica. Los formadores, además, deben ser colaboradores de confianza del Obispo, que es siempre el responsable último de la formación de sus más preciados colaboradores.

Es oportuno que se cree también un grupo de programación y de realización con el fin de ayudar al Obispo a fijar los contenidos, que deben desarrollarse cada año en cada uno de los ámbitos de la formación permanente; preparar los elementos necesarios; predisponer los cursos, las sesiones, los encuentros y los retiros; organizar oportunamente los calendarios, de modo que se prevean las ausencias y las sustituciones de los presbíteros, etc. Para una buena programación se puede también realizar la consulta de algún especialista en temas particulares.

Mientras que es suficiente un solo grupo de formadores, sin embargo es posible que existan — si las necesidades lo requieren — varios grupos de programación y de realización.

91. Colaboración entre las Iglesias

En lo referente sobre todo a los medios colectivos, la programación de los diferentes medios de formación permanente y de sus contenidos concretos puede ser establecida de común acuerdo entre varias Iglesias particulares, tanto a nivel nacional y regional — a través de las respectivas Conferencias de los Obispos — como, principalmente, entre Diócesis limítrofes o cercanas. Así, por ejemplo, se podrían utilizar — si se consideran adecuadas — las estructuras interdiocesanas, como las Facultades y los Institutos teológicos y pastorales, y también los organismos o las federaciones empeñados en la formación presbiteral. Tal unión de fuerzas, además de realizar una auténtica comunión entre las Iglesias particulares, podría ofrecer a todos más cualificadas y estimulantes posibilidades para la formación permanente.(253 )

92. Colaboración de centros académicos y de espiritualidad

Además, los Institutos de estudio, de investigación y los Centros de espiritualidad, así como también los Monasterios de observancia ejemplar y los Santuarios constituyen otros puntos de referencia para la actualización teológica y pastoral, para lugares de silencio, oración, confesión sacramental y dirección espiritual, saludable reposo incluso físico, momentos de fraternidad sacerdotal. De este modo también las familias religiosas podrían colaborar en la formación permanente y contribuir a la renovación del clero exigida por la nueva evangelización del Tercer Milenio.

Necesidades en orden a la edad y a situaciones especiales

93. Primeros años de sacerdocio

Durante los primeros años posteriores a la ordenación, se debería facilitar a los sacerdotes la posibilidad de encontrar las condiciones de vida y ministerio, que les permitan traducir en obras los ideales forjados durante el período de formación en el seminario.(254) Estos primeros años, que constituyen una necesaria verificación de la formación inicial después del delicado primer impacto con la realidad, son los más decisivos para el futuro. Estos años requieren, pues, una armónica maduración para hacer frente — con fe y con fortaleza — a los momentos de dificultad. Con este fin, los jóvenes sacerdotes deberán tener la posibilidad de una relación personal con el propio Obispo y con un sabio padre espiritual; les serán facilitados tiempos de descanso, de meditación, de retiro mensual.

Teniendo presente cuanto ya se ha dicho para el año pastoral, es necesario organizar, en los primeros años de sacerdocio, encuentros anuales de formación en los que se elaboren y profundicen adecuados temas teológicos, jurídicos, espirituales y culturales, sesiones especiales dedicadas a problemas de moral, de pastoral, de liturgia, etc. Tales encuentros pueden también ser ocasión para renovar el permiso de confesar, según lo que está establecido por el Código de Derecho Canónico y por el Obispo.(255) Sería útil también que a los jóvenes presbíteros se facilitara la posibilidad de una convivencia familiar entre ellos y con los más maduros, de modo que sea posible el intercambio de experiencias, el conocimiento recíproco y también la delicada práctica evangélica de la corrección fraterna.

Conviene, en definitiva, que el clero joven crezca en un ambiente espiritual de auténtica fraternidad y delicadeza, que se manifiesta en la atención personal, también en lo que respecta a la salud física y a los diversos aspectos materiales de la vida.

94. Después de un cierto numero de años

Transcurrido un cierto número de años de ministerio, los presbíteros adquieren una sólida experiencia y el gran mérito de gastarse por completo por el crecimiento del Reino de Dios en el trabajo cotidiano. Este grupo de sacerdotes constituye un gran recurso espiritual y pastoral.

Ellos necesitan que les den ánimos, que los valoren con inteligencia y que les sea posible profundizar en la formación en todas sus dimensiones, con el fin de examinarse a sí mismos y a su propio actuar; reavivar las motivaciones del sagrado ministerio; reflexionar sobre las metodologías pastorales a la luz de lo que es esencial; sobre su comunión con el presbiterio; la amistad con el propio Obispo; la superación de eventuales sentimientos de cansancio, de frustración, de soledad; redescubrir, en definitiva, el manantial de la espiritualidad sacerdotal.(256)

Por este motivo, es importante que estos presbíteros se beneficien de especiales y profundas sesiones de formación en las cuales — además de los contenidos teológicos y pastorales — se examinen todas las dificultades psicológicas y afectivas, que pudieran nacer durante tal período. Es aconsejable, por tanto, que en tales encuentros estén presentes no sólo el Obispo, sino también aquellos expertos, que puedan dar una válida y segura contribución para la solución de los problemas expuestos.

95. Edad avanzada

Los presbíteros ancianos o de edad avanzada, a los cuales se debe otorgar delicadamente todo signo de consideración, entran también ellos en el circuito vital de la formación permanente, considerada quizás no tanto como un estudio profundo o debate cultural, sino como «confirmación serena y segura de la función, que todavía están llamados a desempeñar en el Presbiterio». ( 257)

Además de la formación organizada para los sacerdotes de edad madura, éstos podrán convenientemente disfrutar de momentos, ambientes y encuentros especialmente dirigidos a profundizar en el sentido contemplativo de la vida sacerdotal; para redescubrir y gustar de la riqueza doctrinal de cuanto ha sido ya estudiado; para sentirse — como lo son — útiles, pudiendo ser valorados en formas adecuadas de verdadero y propio ministerio, sobre todo como expertos confesores y directores espirituales. De modo particular, éstos podrán compartir con los demás las propias experiencias, animar, acoger, escuchar y dar serenidad a sus hermanos, estar disponibles cuando se les pida el servicio de « convertirse ellos mismos en valiosos maestros y formadores de otros sacerdotes ».(258)

96. Sacerdotes en situaciones peculiares

Independientemente de la edad, los presbíteros se pueden encontrar en « una situación de debilidad física o de cansancio moral » (259) Éstos, ofreciendo sus sufrimientos, contribuyen de modo eminente a la obra de la redención, dando « un testimonio signado por la elección de la cruz acogida con la esperanza y la alegría pascual ,».(260)

A esta categoría de presbíteros, la formación permanente debe ofrecer estímulos para « continuar de modo sereno y fuerte su servicio a la Iglesia »,(261) Y para ser signo elocuente de la primacía del ser sobre el obrar, de los contenidos sobre las técnicas, de la gracia sobre la eficacia exterior. De este modo, podrán vivir la experiencia de S. Pablo: « Me alegro en los padecimientos, que sufro por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia » (Col 1, 2).

El Obispo y sus sacerdotes jamás deberán dejar de realizar visitas periódicas a estos hermanos enfermos, que podrán ser informados, sobre todo, de los acontecimientos de la diócesis, de modo que se sientan miembros vivos del presbiterio y de la Iglesia universal, a la que edifican con sus sufrimientos.

De un particular y afectuoso cuidado deberán estar rodeados los presbíteros que se aproximan a concluir su jornada terrena, gastada al servicio de Dios para la salvación de sus hermanos.

Al continuo consuelo de la fe, a la pronta administración de los Sacramentos, se seguirán los sufragios por parte de todo el presbiterio.

97. Soledad del sacerdote

El sacerdote puede experimentar a cualquier edad y en cualquier situación, el sentido de la soledad.(262) Ésta, lejos de ser entendida como aislamiento psicológico, puede ser del todo normal y consecuencia de vivir sinceramente el Evangelio y constituir una preciosa dimensión de la propia vida. En algunos casos, sin embargo, podría deberse a especiales dificultades, como marginaciones, incomprensiones, desviaciones, abandonos, imprudencias, limitaciones de carácter propias y de otros, calumnias, humillaciones, etc. De aquí se podría derivar un agudo sentido de frustración que sería sumamente perjudicial.

Sin embargo, también estos momentos de dificultad se pueden convertir, con la ayuda del Señor, en ocasiones privilegiadas para un crecimiento en el camino de la santidad y del apostolado. En ellos, en efecto, el sacerdote puede descubrir que « se trata de una soledad habitada por la presencia del Señor »,(263) Obviamente esto no puede hacer olvidar la grave responsabilidad del Obispo y de todo el presbiterio por evitar toda soledad producida por descuido de la comunión sacerdotal.

No hay que olvidarse tampoco de aquellos hermanos, que han abandonado el ministerio, con el fin de ofrecerles la ayuda necesaria, sobre todo con la oración y la penitencia. La debida postura de caridad hacia ellos no debe inducir jamás a considerar la posibilidad de confiarles tareas eclesiásticas, que puedan crear confusión y desconcierto, sobre todo entre los fieles, a propósito de su situación.

CONCLUSIÓN

El Dueño de la mies, que llama y envía a los operarios, que deben trabajar en su campo (cf Mt 9, 38), ha prometido con fidelidad eterna: « os daré pastores según mi corazón » (Jer 3, 15). La esperanza de recibir abundantes y santas vocaciones sacerdotales, ya constatable en varios países, así como la certeza de que el Señor no permitirá que falte a Su Iglesia la luz necesaria para afrontar la apasionante aventura de arrojar las redes al lago, están basadas sobre la fidelidad divina, siempre viva y operante en la Iglesia.(264)

Al don de Dios, la Iglesia responde con acciones de gracias, fidelidad, docilidad al Espíritu, y con una oración humilde e insistente.

Para realizar su misión apostólica, todo sacerdote llevará esculpidas en el corazón las palabras del Señor: « Padre, yo te he glorificado en esta tierra, pues he cumplido la obra, que Tú me has encargado: dar la vida eterna a los hombres » (Jn 17, 2-4). Para ésto, el sacerdote gastará la propia vida por el bien de sus hermanos, y vivirá así — como un signo de caridad sobrenatural — en la obediencia, en la castidad del celibato, en la sencillez de vida y en el respeto a la disciplina y la comunión de la Iglesia.

En su obra evangelizadora, el presbítero trasciende el orden natural para adherir « a las cosas que se refieren a Dios » (Hebr 5, 1). El sacerdote, pues, está llamado a elevar al hombre generándolo a la vida divina y haciéndolo crecer en la relación con Dios hasta llegar a la plenitud de Cristo. Ésta es la razón por la que un sacerdote auténtico, movido por su fidelidad a Cristo y a la Iglesia, constituye una fuerza incomparable de verdadero progreso para bien del mundo entero.

« La nueva evangelización requiere nuevos evangelizadores, y éstos son los sacerdotes, que se esfuerzan por vivir su ministerio como camino específico hacia la santidad ».(265) ¡Las obras de Dios las hacen los hombres de Dios!

Como Cristo, el sacerdote debe presentarse al mundo como modelo de vida sobrenatural: « os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como he hecho Yo » (Jn 13, 15).

El testimonio dado con la vida es lo que eleva al presbítero; el testimonio es, además, la más elocuente predicación. La misma disciplina eclesiástica, vivida por auténticas motivaciones interiores, es una ayuda magnífica para vivir la propia identidad, para fomentar la caridad y para dar ese auténtico testimonio de vida sin el cual la preparación cultural o la programación más rigurosa resultarían vanas ilusiones. De nada sirve el « hacer », si falta el « estar con Cristo ».

Aquí está el horizonte de la identidad, de la vida, del ministerio, de la formación permanente del sacerdote. Un deber de trabajo inmenso, abierto, valiente, iluminado por la fe, sostenido por la esperanza, radicado en la caridad.

En esta obra tan necesaria como urgente, nadie está solo. Es necesario que los presbíteros sean ayudados por una acción de gobierno pastoral de los propios Obispos, que sea ejemplar, vigorosa, llena de autoridad, realizada siempre en perfecta y transparente comunión con la Sede Apostólica y apoyada por la colaboración fraterna del entero presbiterio y de todo el Pueblo de Dios.

A María, Madre de la Esperanza, se confíe todo sacerdote. En Ella, « modelo del amor materno, que debe animar a todos los que coadyuvan a la regeneración de los hombres en la misión apostólica de la Iglesia »,(266) Los sacerdotes encontrarán la ayuda, que les permitirá renovar sus vidas; la protección constante de María hará brotar de sus vidas sacerdotales una fuerza evangelizadora cada vez más intensa y renovada, a las puertas del tercer milenio de la Redención.

Su Santidad el papa Juan Pablo II, el 31 de enero de 1994, ha aprobado el presente Directorio y ha autorizado la publicación.

JOSÉ T. Card. SÁNCHEZ

Prefecto

+ CRESCENZIO SEPE

Arzob. tit. de Grado

Secretario

Secretario


ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA

Oh María,

Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes:

acepta este título con el que hoy te honramos

para exaltar tu maternidad

y contemplar contigo el Sacerdocio de tu Hijo unigénito

y de tus hijos,

oh Santa Madre de Dios.

Madre de Cristo,

que al Mesías Sacerdote diste un cuerpo de carne

por la unción del Espíritu Santo para salvar a los pobres

y contritos de corazón:

custodia en tu seno y en la Iglesia a los sacerdotes,

oh Madre del Salvador.

Madre de la fe,

que acompañaste al templo al Hijo del hombre,

en cumplimiento de las promesas

hechas a nuestros Padres:

presenta a Dios Padre, para su gloria,

a los sacerdotes de tu Hijo,

oh Arca de la Alianza.

Madre de la Iglesia,

que con los discípulos en el Cenáculo

implorabas el Espíritu

para el nuevo Pueblo y sus Pastores:

alcanza para el orden de los presbíteros

la plenitud de los dones,

oh Reina de los Apóstoles.

Madre de Jesucristo,

que estuviste con Él al comienzo de su vida

y de su misión,

lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre,

lo acompañaste en la cruz,

exhausto por el sacrificio único y eterno,

y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo:

acoge desde el principio

a los llamados al sacerdocio,

protégelos en su formación

y acompaña a tus hijos

en su vida y en su ministerio,

oh Madre de los sacerdotes. ¡Amén! (267)


(226) Cfr. JUAN PABLO II, Ex. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, 70: o.c., 778-782.

(227) Cfr. ibid.

(228) Cfr. ibid., 79: o.c., 797.

(229) Cfr. C.I.C, can. 279.

(230) Cfr. JUAN PABLO II, Ex. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, 76: o.c., 793-794.

(231) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis 3 .

(232) Cfr. ibid. 19; Decr. Optatam totius 22; C.I.C can. 279 § 2; CONGREGACION PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA , Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis ( 19 marzo 1985),101.

(233) C.I.C, can. 279 § 3.

(234) Cfr. JUAN PABLO II, Enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 57: AAS 83 (1991), 862-863.

(235) JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis 79:o.c., 797.

(236) Cfr. ibid.

(237) Cfr. ibid.

(238) Cfr. ibid.

(239) Cfr. ibid.; CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Optatam totius 22; Decr. Presbyterorum Ordinis l9c.

(240) Cfr. PABLO VI, Motu Proprio Ecclesiae Sanctae (6 de agosto de 1966), I, 7: AAS 58 (1966), 761; S. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Carta circular a los Presidentes de las Conferencias Episcopales Inter ea (4 noviembre 1969), 16: AAS 62 (1970), 130-131; CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (19 marzo 1985), 63; 101; C.I.C., can. 1032 § 2

(241) Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis ( 19 marzo 1985), 63.

(242) C.I.C., can. 276 § 2, 4; Cfr. can. 533 § 2; 550 § 3.

(243) Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA,Ratio Fundamentalis institutionis Sacerdotalis(19 marzo 1985), 101.

(244) JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, 70:o.c., 778-782.

(245) CON. ECUM. VATICANO. II, Decr. Presbyterorum Ordinis,8

(246) Cfr. ibid.

(247) C.I.C., can. 278 §.2 Cfr. CON. ECUM VATICANO II, Presbyterorum Ordinis,8

(248) Cfr. CONC.ECUM.VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis 8;C.I.C, can. 278 5 2; JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, 81: o.c. 799-800

(249) Cfr. CONC.ECUM.VATICANO.II, Decr. Christus Dominus 16 d.

(250) JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis 79:o.c., 797.

(251) Cfr. ibid. : o.c. 797-798.

(252) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Optatam totius 22; CONCREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLI CA , Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis ( 19 marzo 1985), 101.

(253) JUAN PABLO II, Exhort. Ap. Post-Sinodal Pastores dabo vobis, 79:o.c. 796-798.

(254) Cfr ibid, 76: O.C., 793-794

(255) Cfr C.I.C, Can. 970; 972.

(256) JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, 77: O.C., 794-795.

(257) Ibid: o.c., 794.

(258) Ibid.

(259) Ibid.

(260) Ibid, 41: O.C. 727.

(261) Ibid., 77: O.C. 794.

(262) Cfr. ibid., 74; o.c., 794.

(263) Ibid.

(264) Cfr. ibid., 82: o.c., 800.

(265) Ibid., 82 O.C, 801.

(266) CONC. ECUM. VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium 65.

(267) JUAN PABLO II, Ex. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, 82: O.C., 803-804.

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