Separación Iglesia-Estado

¿Debía el emperador tener jurisdicción sobre los asuntos eclesiales? Tiempo de controversias y fuertes disputas en torno a una cuestión elemental: La jerarquía de la Iglesia.

Clemente III, antipapa

 

Nacido en Parma en 1025, de una familia emparentado con las margraves de Canossa, Guiberto llegó a la corte del emperador Enrique III en el año 1054. La regente, emperatriz Inés, le nombró en 1056 canciller para Italia.

 

En el sínodo de Sutri, en 1059, logró que se tuvieran en cuenta las prerrogativas imperiales en el decreto sobre elección de pontífices. Cuando en 1061 se puso de parte del antipapa Pedro Cadalso, obispo de Parma (Honorio II), en la asamblea de Basilea, Enrique IV se lo agradeció nombrándole arzobispo de Rávena. El mismo Hildebrando influyó en el papa Alejandro II para que consagrara a Guiberto. Pero las buenas relaciones con Hildebrando se estropearon cuando éste se convirtió en Gregorio Vll. El papa le suspendió de sus funciones en 1075 y llegó, incluso, a deportarle de su diócesis, en febrero de 1076, por haber participado en la reunión de Piacenza que había proclamado la destitución de Gregorio VII. El 25 de junio, en Brixen, Enrique IV le hizo elegir papa. Guiberto adoptó el nombre de Clemente III.

 

Tuvieron que pasar cuatro años -hasta que Enrique IV tomó Roma- para que Clemente III, una vez reelegido, fuera entronizado por dos obispos igualmente sancionados por Gregorio VII. La ceremonia tuvo lugar el 24 de marzo del 1084, y el día 31 el nuevo anti-papa procedía a ungir como emperador a Enrique IV. Poco tiempo después, los dos tuvieron que huir precipitadamente ante la amenaza de los normandos. Se retiró a Rávena y allí fijó su residencia habitual.

 

Al morir Gregorio VII en 1085, intentó hacerse reconocer tanto en el norte de Italia, como en Alemania, Inglaterra, Portugal, Dinamarca, Hungría, Croacia, Serbia y Calabria. Reanudó relaciones con la Iglesia en Rusia y procuró un acercamiento a Bizancio. En la misma Roma contaba con numerosos partidarios entre los cardenales y la nobleza. Incluso hizo que el sínodo romano de 1089 adoptara nuevas medidas contra la simonía y el matrimonio de los clérigos. Ni siquiera sus adversarios pusieron jamás en duda que era un hombre íntegro, pero eso no fue suficiente para ser universalmente reconocido. Los Pierloni, una poderosa familia de origen judío, convertida en el año 1040, y según algunos emparentados con Gregorio VI y con Gregorio Vll, lograron alejarlo definitivamente de Roma.

 

Guiberto de Parma, antipapa Clemente III, murió en Civita Castellana, el 8 de septiembre del año 1100. Teodorico (1100-1102), Alberto (1102) y Silvestre IV (1105-1111) intentaron en vano mantener su línea de rebeldía.

 

San Víctor III

 

A pesar de la presencia de Clemente III en Roma, una mayoría de cardenales quiso dar un sucesor a Gregorio VII, muerto en 1085. El cardenal Desiderio, abad de Montecasino, era el hombre en el que confluyeron todas las miradas.

Antes se llamó Danfari. Nacido en 1027 en el seno de la familia de los condes de Benevento, siempre tuvo el deseo de ser eremita. Enamorado de la soledad, la buscará continuamente, incluso después de ingresar en el convento de Benevento -donde tomó el nombre de Desiderio-, huyendo de las comunidades para aislarse en la vida eremítica.

 

Cuando fue elegido abad de Montecasino el 10 de abril del 1058, dio un increíble impulso al venerable monasterio fundado por san Benito: nuevas construcciones, más tierra alrededor y una brillante actividad literaria. Alentó también muy eficazmente la política pro-normanda del papado. En recompensa por aquella actitud le nombraron cardenal de Santa Cecilia del Trastévere y vicario del papa para todos los conventos del sur de la península.

 

No obstante, cayó luego en desgracia y fue desterrado por Gregorio Vll al mostrarse partidario del rey Enrique IV cuando éste tomó Roma por segunda vez. La reconciliación entre el papa y el cardenal tuvo lugar en 1084, cuando Gregorio, huyendo de los romanos, se refugió temporalmente en Montecasino.

 

Después del fallecimiento de Gregorio VII en 1085, la presencia de Clemente III -al que muchos reconocían como papa- provocó un período de confusión y la sede de Roma quedó vacante cerca de un año. El 24 de mayo del 1086, los cardenales convinieron la elección de Desiderio, pero éste quiso esperar todavía al sínodo de Capua, en 1087, para aceptar finalmente el 7 de marzo. Fue entronizado el 9 de mayo de 1087 y tomó el nombre de Víctor III. Sin embargo, abandonó pronto Roma y se retiró a su monasterio de Montecasino, desde donde convocó un sínodo que debería reunirse en Benevento. Simonía e investiduras por parte de los laicos fueron nuevamente condenadas – Confirmó el destierro de Clemente III, pero no revalidó en cambio las medidas adoptadas por su predecesor contra Enrique IV, con el que -por contra- buscó alguna fórmula de reconciliación. En otro orden de cosas, decidió que varios príncipes y un buen número de ciudades italianas participaran en una cruzada contra los sarracenos del norte de África.

 

Víctor III murió el 16 de septiembre del 1087 en Montecasino. Ochocientos años después, el 23 de septiembre del 1887, León XIII reconocía de manera oficial el culto que ya se le venía rindiendo espontáneamente, proclamándole santo.

 

San Urbano II

 

Clemente III no se movía de Roma. Al morir Víctor III, los cardenales que se negaron a reconocerle -que eran mayoría- se reunieron en Terracina y, el 2 de marzo de 1088, eligieron como papa al cardenal-obispo de Ostia, Endes de Chatillon, originario de Chatillon-sur-Marne y antiguo prior de Cluny.

 

El nuevo pontífice, que había adoptado el nombre de Urbano II, comenzó por desplazarse al sur de Italia para ponerse bajo la protección del conde Rogerio, hermano de Roberto Guiscardo. La ayuda de los normandos le permitiría regresar a Roma en el otoño, pero no pudo vivir allí de acuerdo con su rango, sino que tuvo que instalarse en un islote del Tíber como un mendigo. Al cabo de un año, cuando el emperador Enrique IV cayó de nuevo sobre la Ciudad Eterna, Urbano tuvo que buscar otra vez el amparo de los normandos y entre ellos permaneció hasta el año 1093. Por entonces, Clemente III abandonó definitivamente Roma y se refugió en Rávena tras la derrota de Enrique IV. Pero habría que esperar a 1099 para que el cisma se terminara.

 

Desde 1095, por otra parte, Urbano se había empleado a fondo, con mucha inteligencia, para resolver aquella anómala y triste situación, haciéndose reconocer cada vez por mayor número de Estados. También en aquel año se reunió en Clermont el concilio que constituye el momento culminante del pontificado de Urbano II. Felipe I Augusto, el rey de Francia, que había repudiado a su legítima esposa, Berta, para vivir con su amante, Betrada de Monfort, fue excomulgado. Se prohibió a los eclesiásticos que prestaran cualquier juramento de fidelidad a un laico. Y sobre todo, el 26 de noviembre, como consecuencia de una llamada de socorro del emperador de Bizancio, Alejo Comneno, se decidió la convocatoria de la primera gran Cruzada, que situaría al papado a la cabeza del Occidente.

 

Fue Urbano quien puso las bases para organizar seriamente la curia romana, nombre este que aparece recogido por vez primera en un documento de 1089. También fue él quien nombró a Anselmo, el prior de la abadía de Bec-Héllouim en Normandía, arzobispo de Canterbury. Y durante su pontificado fundó Roberto de Molesme la Orden de los Cistercienses.

Respecto a los normandos, comenzó Urbano II a experimentar una situación bastante parecida a la de sus predecesores en relación con el emperador de Alemania: la ayuda que prestaron al papado les valió la obtención de determinados privilegios sobre sus Iglesias locales, y tales concesiones limitaban considerablemente las prerrogativas del pontífice. El 5 de julio de 1098, sorprendiendo a todos, publicó Urbano una bula que suprimía radicalmente aquellos privilegios en la Italia del sur y en Sicilia. Se generaba así un conflicto entre el papado y los normandos que no se resolvería hasta los tiempos de Pío IX, en la segunda mitad del siglo XIX.

 

Urbano II murió el 29 de julio del año 1099, sin saber que, dos semanas antes, Godofredo de Bullón había conquistado Jerusalén. Fue proclamado santo por León XIII en 1881.

 

Pascual II

 

El 13 de agosto de 1099 eligieron los cardenales a Rainerio, cluniacense como Urbano Il, cardenal-presbítero de San Clemente, que fue consagrado al día siguiente y que asumió el nombre de Pascual II. Procedía de la provincia de Rávena y había ingresado en un convento siendo niño.

 

Su reinado comenzó con felices auspicios: se acababa de conquistar Jerusalén y, apenas un año más tarde, la muerte retiraba de la escena, por fin, al antipapa Clemente III. Los tres sucesores de éste fueron fácilmente reducidos a la impotencia por Pascual ll; incluso el mismo emperador, Enrique IV, que deseaba la paz con el papa, les negó su apoyo. Sin embargo, a pesar de los buenos deseos de acercamiento, ninguna de las partes concebía que tuviera que ceder nada en el capítulo de las investiduras laicas, lo que dio lugar a nuevas y recíprocas condenaciones, y a que el pontífice se decidiera a respaldar al joven Enrique V, alzado contra su padre.

 

Pascual había concluido acuerdos satisfactorios con los monarcas de Francia e Inglaterra: éstos renunciaban a toda investidura y, en contrapartida, los obispos les prestarían juramento de vasallaje, referido a sus dominios feudales. En lo que concierne a Francia, aquel compromiso supuso el principio de una era de buenas relaciones con Roma que duraría dos siglos.

 

La relación con Alemania sena muy distinta. En el año 1110, mientras Enrique V avanzaba sobre Roma, pensó Pascual una solución radical que el rey aceptó el 9 de febrero del llll: el concordato de Sutri. En el momento en que el monarca recibiera la corona imperial, anunciaría su renuncia a toda investidura de cargos eclesiásticos, con tal de que, a su vez, todas las iglesias alemanas devolvieran los bienes pertenecientes al Imperio y se atuvieran a los suyos propios.

Tres días después, el 12 de febrero, la lectura de aquel acuerdo en la Iglesia de San Pedro, totalmente abarrotada, dio lugar a una airada reacción del monarca, que rechazó por utópica la propuesta leída. Y su rechazo resonó como un trueno en la basílica. Los cardenales imbuidos de las ideas de Gregorio VII, los obispos, los príncipes, todos estallaron en protestas: el tumulto impidió que prosiguiera la ceremonia de coronación.

 

La idea subyacente a tal acuerdo no era otra que la de la separación de la Iglesia y del Estado, lo que en aquella época era inconcebible. Despechado Enrique, encarceló al papa como culpable de aquel desafortunado plan que había hecho fracasar y suspender su coronación, y no le dejó salir de su celda hasta que hubo aceptado nuevamente el principio de la investidura laica y jurado no pronunciar jamás contra el emperador la pena de excomunión. Sobre esas bases, el 13 de abril de 1111, se celebró el acto de la unción imperial.

 

Presionado por los «gregorianos», el sector más inflexible de los reformadores, Pascual dejó sin efecto las concesiones hechas. Aunque evitó pronunciar personalmente la pena de excomunión contra el emperador, diversos sínodos en Francia y en Alemania se encargaron de ello y el papa confirmó luego sus decisiones. Enrique reaccionó entonces con nuevas amenazas. Marchó sobre Roma y el pontífice se refugió en Benevento. Cuando Pascual II regresó, todavía se luchaba en las calles de la Urbe. Buscó la protección del castillo de Santángelo y allí murió el 21 de enero de 1118.

A este papa le cabe el honor de haber prohibido la bárbara costumbre del «juicio de Dios».

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