Cuándo se perdonan mis pecados, ¿se perdonan para siempre?

Una vez recibida la absolución de los pecados éstos quedan perdonados. Cristo delegó su poder de perdonar los pecados en los apóstoles y sus sucesores. Una vez que hemos confesado un pecado éste se perdona y no hay necesidad de volver a recibir la absolución de nuevo, a menos que se haya pecado de nuevo en una nueva situación.

La precariedad de la condición humana nos persigue muchas veces. Luego de acercarnos a la misericordia de Dios en la confesión o sacramento de la penitencia es posible sentir una inmensa culpa por nuestros pecados. La fuerza del pecado es patente, e incluso luego de recibir la absolución podemos sentir que Dios no nos ha perdonado. Ante esta experiencia de miseria humana surge esta pregunta: ¿Es verdad que mis pecados se perdonan para siempre en la confesión? Revisemos brevemente los argumentos por los que podemos decir que el perdón de los pecados es para siempre.

Parece que los pecados no pueden perdonarse para siempre, porque es tanta la malicia que hay en ellos que atenta contra la bondad de Dios. Por ejemplo, dice San Agustín que «es tanta la malicia de aquel pecado (el que comete quien, después de haber conocido a Dios por la gracia de Cristo, lucha contra la fraternidad y se agita con el ardor de la envidia contra la misma gracia), que no puede soportar la humildad de la plegaria, aun cuando su mala conciencia le impela a reconocer y denunciar su pecado. Luego no todo pecado puede ser borrado con la penitencia.» (De sermone Domini in monte)

También Dice el Señor en Mt 12,32: Quien dijere una palabra contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este siglo ni en el futuro. Luego no todo pecado puede ser perdonado con la penitencia.

Pero, contra todo esto el Señor ha dicho: «No me acordaré más de todas las iniquidades que cometió.» (Ez 18, 22)

Santo Tomás de Aquino presenta las formas en que un pecado no puede absolverse y también el modo en que los pecados quedan perdonados para siempre. En suma, los pecados no pueden ser perdonados si:

1) no hay un verdadero arrepentimiento del pecador o

2) si se hicieron con una total plenitud de conciencia, y esto sólo lo pueden hacer los ángeles, que tienen una voluntad y conciencia que puede conocer mejor que la humana.

Así, la penitencia no los puede borrar. Si no hay un impedimento por estas dos razones los pecados se perdonan para siempre. Tomás fundamenta su argumentación diciendo que la penitencia (como sacramento o actitud) no está en contradicción con la misericordia de Dios. Dice Tomás que Dios puede dejar «vencerse» por el hombre si su penitencia es ordenada y quiere borrar su pecado. Además los frutos de la penitencia obran por eficacia de la Pasión de Cristo. En última instancia, la penitencia, que es una acción voluntaria humana, funciona gracias a la Pasión de Cristo, que es nuestra justificación.

«Dos son los motivos por los que un pecado no puede ser borrado por la penitencia. Primero, porque uno no puede arrepentirse de él. Segundo, porque la penitencia no lo puede borrar. Al primer caso pertenecen los pecados de los demonios y de los hombres condenados, los cuales no pueden ser borrados porque tienen el afecto obstinado en el mal, de tal manera que ya no les puede desagradar el pecado en cuanto a la culpa, sino sólo en cuanto a la pena que padecen. Por razón de la cual hacen una cierta penitencia, pero infructuosa, según las palabras de Sab 5,3: Haciendo penitencia y gimiendo con el espíritu angustiado. Por lo que esa penitencia no va acompañada de la esperanza del perdón, sino de la desesperación. Ahora bien, un pecado así no puede tenerle el hombre viador, cuyo libre albedrío es flexible al bien y al mal. Por lo que es erróneo que exista un pecado en esta vida del cual uno no pueda arrepentirse. En primer lugar, porque de esta manera desaparecería el libre albedrío. En segundo lugar, porque se rebajaría la fuerza de la gracia, capaz de mover a penitencia el corazón de cualquier pecador, según las palabras de Prov. 21,2: El corazón del rey está en las manos del Señor, él le dirige hacia donde le place.

Y es igualmente erróneo afirmar, con el segundo motivo, que un pecado no pueda ser borrado con una verdadera penitencia. En primer lugar, porque esto está en contradicción con la divina misericordia, de la que en Jl 2,13 se dice que es clemente y misericordioso, tardo a la cólera y está por encima de toda malicia. Dios, en efecto, sería vencido, en cierto modo, por el hombre si el hombre quisiera borrar un pecado y Dios no. En segundo lugar, porque esto rebajaría la eficacia de la pasión de Cristo, por cuya virtud obra la penitencia, como también los demás sacramentos, como está escrito en 1 Jn 2,2: Él es la propiciación de nuestros pecados, y no sólo de los nuestros, sino también de los del mundo entero.

Por consiguiente, se ha de afirmar en sentido absoluto que en esta vida los pecados pueden ser borrados por la penitencia.»

(Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 86, art. 1, respuesta general)

Por Gabriel Gonzáles Nares

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