Hizo el rey Nabucodonosor una estatua de oro con el fin de que fuera adorada por todos. Aquel que no la adorara sería echado en un horno encendido. Pero hubo tres jóvenes hebreos llamados Ananías, Asarías y Misael que no se doblegaron ante esta amenaza. El rey se irritó contra ellos y les preguntó por qué no adoraban la estatua de oro.
Los tres hebreos le contestaron serenamente: «Nuestro Dios, al que servimos, puede librarnos del horno, encendido y nos librará de tu mano. Y si no quisiese, sabe, ¡oh rey!, que no adoraremos a tus dioses ni nos postraremos ante la estatua que has alzado.» Lleno de ira, Nabuconodosor mandó que se encendiese el horno siete veces otro tanto de lo que encenderse solía, y mandó a hombres muy robustos de su ejército que echasen al horno a Ananías, Azarías y Misael. Fueron atados los tres jóvenes y arrojados en medio del horno encendido, y cayeron atados en medio del horno ardiente, pero las llamas abrasaron a los que les habían echado en él.
Los tres jóvenes, sin sufrir ningún mal, se paseaban en medio de las llamas, alabando a Dios y bendiciendo al Señor. Azarías, puesto en pie, abriendo sus labios en medio del fuego, oró de esta manera: «Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres. Digno de alabanza y glorioso es tu nombre, porque eres justo en cuanto has hecho con nosotros y todas tus obras son verdad, y rectos tus caminos y justos todos tus juicios. Por tu nombre, no nos deseches para siempre, no anules tu alianza, no apartes tu misericordia de nosotros… No nos confundas; antes obra con nosotros según tu bondad y según la grandeza de tu misericordia.
Los ministros del rey, que los habían echado, no cesaban de avivar el horno con pez y sarmientos, hasta levantarse grandes llamas y las llamas irrumpieron abrasando a cuantos caldeos estaban alrededor del horno; pero el ángel del Señor había descendido al horno con Azarías y sus compañeros y apartaba del horno las llamas del fuego y hacía que el interior estuviera como si en él soplara un viento fresco y el fuego no los tocaba absolutamente ni los afligía ni les causaba molestia. Entonces los tres, a una voz, alabaron y glorificaron y bendijeron a Dios en el horno, diciendo: «Bendito tu nombre santo y glorioso, muy digno de alabanza. Bendecid al Señor, todas las obras Señor, cantadle y ensalzarle por los siglos.»
Espantado entonces el rey al ver en el horno a cuatro hombres que se paseaban en medio del fuego sin daño alguno, les mandó salir. Tomó entonces la palabra Nabucodonosor y comenzó a alabar a Dios. Y mandó que todo hombre que hablara mal del Dios de Ananías, Azarías y Misael fuera descuartizado y su casa convertida en muladar.
Explicación Doctrinal:
Le preguntó un fariseo, doctor de la Ley de Jesús: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?» El le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento.» (Mateo, 22.) Dios es nuestro Creador y Señor. El nos ha dado la vida, la inteligencia y la libertad. De Dios dependemos. El lo es todo y nosotros somos nada. Por ser Dios nuestro Creador le debemos amor y adoración. Por eso, el primer mandamiento es el más hermoso de todos.
En la santa Misa es donde rendimos a Dios un culto, el más perfecto de amor y alabanza. Pero durante las horas del día sepamos ofrecerle a Dios nuestras oraciones, trabajos, alegrías y dolores, pues hecho todo a mayor gloria de Dios se convierte nuestra vida en una oración y alabanza continua al Creador. Dios, que todo lo ve, derramará sus bendiciones sobre nosotros.
Norma de Conducta:
Todas las cosas las haré bien, para que sirvan a mayor gloria de Dios.
Por Gabriel Maranon Baigorri
Que bonita reflexión, una muestra maravillosa del Amor de Dios.
Maravilloso