Ofrenda

El memorial de la cruz es ofrenda de Cristo víctima: «te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, el sacrificio puro, inmaculado y santo: pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación» (I); «el pan de vida y el cáliz de salvación» (II); «el sacrificio vivo y santo» (III); «su cuerpo y su sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo» (IV); «esta ofrenda: es Jesucristo que se ofrece con su Cuerpo y con su Sangre» (V).

 

En efecto, «la Iglesia, en este memorial, sobre todo la Iglesia aquí y ahora reunida, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la Víctima inmaculada. Y la Iglesia quiere que los fieles no sólo ofrezcan la Víctima inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos y que de día en día perfeccionen, con la mediación de Cristo, la unidad con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios lo sea todo para todos» (OGMR 55f).

 

Cristo «quiso que nosotros fuésemos un sacrificio -dice San Agustín-; por lo tanto, toda la Ciudad redimida, es decir, la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios como sacrificio universal por el Gran Sacerdote, que se ofreció por nosotros en la pasión para que fuésemos cuerpo de tan gran cabeza… Así es, pues, el sacrificio de los cristianos, donde todos se hacen un solo cuerpo de Cristo. Esto lo celebra la Iglesia también con el sacramento del altar, donde se nos muestra cómo ella misma se ofrece en la misma víctima que ofrece a Dios» (Ciudad de Dios 10,6). Y Pablo VI: «La Iglesia, al desempeñar la función de sacerdote y víctima juntamente con Cristo, ofrece toda entera el sacrificio de la misa y toda entera se ofrece con él» (Mysterium fidei).

 

En conformidad con esto, adviértase, pues, que la ofrenda eucarística es hecha juntamente por el sacerdote y el pueblo, y no por el sacerdote solo:

 

«Te ofrecemos, y ellos mismos te ofrecen, este sacrificio de alabanza» (I); «te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo» (III; +II y IV).

 

Por otra parte, en la ofrenda cultual que los hombres hacemos no podemos realmente dar a Dios sino lo que él previamente nos ha dado: la vida, la libertad, la salud… Por eso decimos, «te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo» (I).

 

Podemos ahora por la oración hacernos ofrenda grata al Padre. Con la oración de María: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra». Con la oración de Jesús: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Con oraciones-ofrenda, como aquella de San Ignacio, tan perfecta:

 

«Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; vos me lo diste, a vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta» (Ejercicios 234).

 

Invocación al Espíritu Santo (2ª)

 

La eucaristía, que es el mismo sacrificio de la cruz, tiene con él una diferencia fundamental. Si en la cruz Cristo se ofreció al Padre él solo, en el altar litúrgico se ofrece ahora con su Cuerpo místico, la Iglesia. Por eso las plegarias eucarísticas piden tres cosas: -que Dios acepte el sacrificio que le ofrecemos hoy; -que por él seamos congregados en la unidad de la Iglesia; -y que así vengamos a ser víctimas ofrecidas con Cristo al Padre, por obra del Espíritu Santo, cuya acción aquí se implora.

 

-Súplica de aceptación de la ofrenda. «Mira con ojos de bondad esta ofrenda, y acéptala» (I); «dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad» (III); «dirige tu mirada sobre esta Víctima que tú mismo has preparado a tu Iglesia» (IV)

 

-Unidad. «Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del cuerpo y Sangre de Cristo» (II); «formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (III); «congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo» (IV).

 

-Víctimas ofrecidas. Que «él nos transforme en ofrenda permanente» (III), y así «seamos en Cristo víctima viva para alabanza de su gloria» (IV)

 

La verdadera participación en el sacrificio de la Nueva Alianza implica, pues, decisivamente esta ofrenda victimal de los fieles. Según esto, los cristianos son en Cristo sacerdotes y víctimas, como Cristo lo es, y se ofrecen continuamente al Padre en el altar eucarístico, durante la misa, y en el altar de su propia vida ordinaria, día a día. Ellos, pues, son en Cristo, por él y con él, «corderos de Dios», pues aceptando la voluntad de Dios, sin condiciones y sin resistencia alguna, hasta la muerte, como Cristo, sacrifican (hacen-sagrada) toda su vida en un movimiento espiritual incesante, que en la eucaristía tiene siempre su origen y su impulso. Así es como la vida entera del cristiano viene a hacerse sacrificio eucarístico continuo, glorificador de Dios y redentor de los hombres, como lo quería el Apóstol: «os ruego, hermanos, que os ofrezcáis vuestros mismos como víctima viva, santa, grata a Dios: éste es el culto espiritual que debéis ofrecer» (Rm 12,1). 

 
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7 comentarios

  1. La Ofrenda: Es jesucristo que se ofrece con su cuerpo y con su sangre.
    Se me hace muy interesante todo.

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