El mandato de ir a todo el mundo

Los once apóstoles se reunieron en Galilea donde había tantos discípulos del Señor. Se reúnen en un monte que pudo ser el Tabor o quizá el de las bienaventuranzas, no lo sabemos con certeza. Allí Jesús les da una misión importantísima. "Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y, al verlo, le adoraron; pero otros dudaron. Y acercándose Jesús les habló: Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"(Mt).

Jesús poseía una misión del Padre que era realizar la redención para la salvación de los hombres. El Hijo, junto al Padre, envía al Espíritu Santo para que de vida divina a los hombres. Ahora va a hacer partícipes de esa misión a los discípulos, y les da el mandato apostólico de difundir la palabra y la vida que Él mismo ha conquistado.

Esta misión no tiene límites en el espacio: abarca a todos los pueblos de todos los tiempos. Los discípulos quedan consternados por la grandeza de la vocación. Deben abrirse a todas las culturas de todos los hombres. El mundo se hace pequeño. La salvación ya no se refiere sólo al privilegiado pueblo de Israel, sino a todos los pueblos con tantas tradiciones religiosas tan distintas. Esta misión es un mandato imperativo, no sólo un consejo. Tienen la obligación de realizarlo. Y no sólo se refiere a los apóstoles sino que se dirige a todos los creyentes. Sus vidas no pueden reducirse a vivir una vida interior intensa, pero aislada. Deben abrirse al mundo y difundir la verdad de Jesucristo.

Pero no sólo predicarán la verdad, sino también deben bautizar a los que crean, y en el nombre de Dios en sus tres divinas personas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Bautismo será la puerta de entrada en la Iglesia, después vendrá el despliegue de toda la vida divina de la gracia en el alma. Pero, de momento, a los bautizados se les perdonan los pecados, y se les da la vida conquistada por Cristo en la Cruz, la vida resucitada de Jesús, una vida para no morir. El nuevo Pueblo de Dios se constituirá a partir de ese Bautismo que conduce a los demás misterios de vida, cuyo culmen es la Eucaristía.

Esta misión tiene límites en el tiempo, pues concluirá en el fin del mundo, cuando Jesucristo venga en toda su gloria y sus ángeles con Él entonces la muerte será definitivamente vencida y se constituirá el Reino en toda su perfección.

No deben tener miedo ante la grandeza de la misión, pues se dará siempre un presencia de Cristo entre los cristianos. Nunca estarán solos, ni abandonados, aunque, en ocasiones tengan que experimentar la Cruz como Jesús. Es más, vencerán enemigos poderosos. "El que crea y sea bautizado, se salvará; pero el que no crea, se condenará. A los que crean acompañarán estos milagros: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes y, si bebieran algún veneno, no les dañará; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán curados"(Mc). La salvación llegará por el diálogo con Dios, que es la fe, y por el bautismo; el rechazo consciente de Cristo es la condenación. La urgencia de la difusión apostólica es grande, y los enemigos, simbolizados en serpiente y venenos, serán superados; es más, vencerán a los demonios y hablarán lenguas nuevas. Los horizontes de aquellos primeros, que eran pocos, como el fermento de la masa del mundo, se amplían al máximo. Es una verdadera aventura interior y exterior.

Reproducido con permiso del Autor,

Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias

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