Ver a Dios a partir de la naturaleza

 

¿Cómo se relacionan Dios y la naturaleza? Dios es la perfección del ser y la bondad, nada más perfecto puede existir por sobre de Él. La naturaleza es creada porque no es necesaria, sin embargo en ella podemos ver un indicio de Dios, pues lo no necesario tiene su sentido en lo necesario y perfecto. A través de la naturaleza descubrimos el trabajo de Dios.


¿Es la naturaleza un Dios?

En las religiones antiguas era constante la creencia de que los fenómenos naturales estaban controlados por divinidades especializadas en cada uno de ellos. Así había dioses del sol, la lluvia, la tierra, la fertilidad, etc. Este pensamiento fue uno de los primeros intentos de divinizar la naturaleza, es decir, hacer presente a lo divino en lo natural de una manera directa.

El pensamiento filosófico griego también tuvo representantes que apostaban por la presencia de la divinidad en el mundo. De este modo se atribuye a Tales de Mileto el proverbio: «Todo está llenos de dioses». Pero, ¿Es verdad que todo está lleno de la divinidad? Los sucesores de Tales se preguntaban esto, pues, si lo que se tiene disponible para comenzar a pensar la existencia de lo divino, que no es evidente, ¿Cómo está lo que no es evidente en la naturaleza evidente? Este es un problema que se heredó por mucho tiempo, desde la etapa clásica de la filosofía griega hasta la filosofía moderna.

Uno de los pensadores más importantes en la Historia de la humanidad, Aristóteles, proponía que para saber si en verdad existe un Dios, hay que partir de las evidencias del mundo, ya que la existencia de Dios no es evidente, pues si así fuera no tendríamos que demostrarla y no habría, siquiera, problemas sobre la reflexión en torno a la existencia de Dios. El planteamiento de Aristóteles se podría exponer sencillamente de este modo: Todo lo que existe tiene efectos, pero para que los efectos tengan sentido se deben buscar sus causas hasta un cierto punto. Es decir, si tratamos de explicar todos los efectos remontándonos en las causas hasta el infinito no explicaremos nada, pues la causa de lo que buscamos explicar debe tener una presencia patente, y si nos remontamos al infinito la presencia de la causa se diluye.

Por tanto, si en el mundo vemos movimiento, podemos buscar las causas de ese movimiento hasta un punto que lo inicia, y más allá del cual no hay movimiento. Lo que inicia el movimiento, dice Aristóteles, es el Motor Inmóvil o Primer Motor, que es Dios. De este modo, el planteamiento de Aristóteles indica que Dios está por sobre de la naturaleza, y que, sin embargo, ella trata de moverse hacia Dios, pues, según este pensamiento, las cosas de la naturaleza se mueven según su conformación porque tratan de alcanzar la perfección del Primer Motor.

El Dios creador

La propuesta de Aristóteles carece de una presencia divina personal y proveedora en el mundo. Por eso notamos que el Dios de Aristóteles es más frío e impersonal del Dios en que estamos acostumbrados a pensar.

El pensamiento judeocristiano e islámico propone un Dios personal, providente y amoroso, que crea a partir de la nada y por su propia voluntad y bondad. La creación implica una dependencia total del ser de la creatura en el ser de Dios, pues si la creatura es innecesaria, sólo tiene su sentido en lo necesario, que es la existencia de Dios.

Si Dios ha creado todas las cosas, incluso las que pueden hacer un mal pero de las que se puede obtener un bien, entonces Dios está presente en todas las cosas como su creador. Este planteamiento supera al que cree que las cosas naturales se mueven hacia Dios como hacia su perfección, pues hacen que Dios sea la raíz del ser de las cosas creadas. En este sentido se puede admirar en la creación la grandeza de Dios, pues ha «traído radicalmente al ser» a  las creaturas.

¿Dios está en todas las cosas?

Dios está en todas las cosas al modo en que el artesano está en sus obras. Es decir, Dios está en todas las creaturas en tanto que es su creador. Esto no significa que todas las creaturas compartan la misma dignidad de Dios o sean una manifestación de Él.

Las creaturas no son una manifestación de Dios, sino su creación, pues si fueran su manifestación serían Dios mismo, con sus atributos, infinitud, supremacía del ser, bondad suprema, etc. Si fuera Dios, las cosas serían de la misma substancia de Dios, pero como Dios es incorruptible y las cosas naturales no, ellas no son una manifestación de Dios.

El Panteísmo, creencia que postula que Dios está en todas las cosas, termina por relegar la supremacía del ser de Dios entre las cosas de la naturaleza, así como por indicar que la existencia de Dios es evidente. No hay que olvidar que Dios, como Ser supremo (o más allá del ser) y como causa primera del movimiento y de la perfección merece que se le reconozca una supremacía en el ser sobre las cosas del mundo.

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3 comentarios

  1. «En las religiones antiguas era constante la creencia de que los fenómenos naturales estaban controlados por divinidades especializadas en cada uno de ellos. Así había dioses del sol, la lluvia, la tierra, la fertilidad, etc. Este pensamiento fue uno de los primeros intentos de divinizar la naturaleza, es decir, hacer presente a lo divino en lo natural de una manera directa.»

    Esto no es del todo cierto. En el presente, hoy, hay culturas para las cuales, los fenómenos de la naturaleza y la naturaleza misma, los cerros, los volcanes, los rios, el mar, etc…. son sus dioses, Tal como la cultura aymara, quechua, Lican Antay, Diaguita, nasa, rapanui, mapuche, guaraní, puruhá. panzaleo, wayuu, inga, colla, coremarca etc… de hecho esa es una de las razones por la que ellos tienen conciencia del cuidado del territorio natural, lo que no ha ocurrido con el cristianismo, en ese sentido tenemos una deuda con la naturaleza, de la que somos mayordomos en términos teocéntricos. Tampoco es correcto invisibilizar a los pueblos originarios nombrándolos como del pasado, o tratando de aparentar como que solo Europa y Asia existen para la historia. Debemos aprender, hoy, de los pueblos originarios de america, acerca del cuidado del territorio del que no somos dueños si no meros mayordomos o administradores.

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