La santificación de los hombres

Todas las actividades honradas y el trabajo, son un excelente medio para que el hombre se pueda santificar.

A la luz de la Resurrección y de la Ascensión del Señor a los cielos es posible comprender el plan de Dios para salvar a los hombres. San Pablo lo describe en la epístola a los Efesios. Se puede resumir así:

1.º Dios eligió a los hombres desde antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia por el amor.

2.º Dios predestinó a todos los hombres a ser hijos suyos por adopción.

3.º El hombre pecó y se separó del plan de amistad de Dios.

4.º Dios decide redimir al hombre a través de Jesucristo, que lo salva con su sangre.

5.º Dado que el pecado alcanzó también a toda la creación, Dios decide recomponer el orden roto en la creación a través de su Hijo

Cristo merece la gracia para las almas

Los hombres sólo pueden conseguir la salvación por medio de la gracia sobrenatural que Cristo les consiguió con su Muerte y su Resurrección: «Nuestro Señor fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación» (Rom. 4, 24-25).

Para conseguir la gracia hace falta rechazar el pecado por amor a Dios y recibir los sacramentos. San Pablo lo expresa así: «Con Él hemos sido sepultados por el Bautismo para participar de su muerte, para que como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rom. 6, 4).

Cristo merece la futura resurrección de los cuerpos

El pecado afectó también a los cuerpos que deben padecer el dolor y la muerte. Por tanto, es natural que la Redención alcanzase también a los cuerpos. De hecho, el cuerpo de María Santísima no conoció la corrupción, como no había conocido el pecado, pues fue concebida inmaculada, y fue elevada a los cielos (Asunción), siguiendo a su divino Hijo, que había subido a los cielos por su propio poder (Ascensión).

San Pablo dice que Cristo «transformará nuestro humilde cuerpo conforme a su cuerpo glorioso en virtud del poder que tiene para someter a si todas las cosas» (Fip. 3, 21). Jesucristo ha prometido a los que tengan fe y participen en la comunión eucarística que les hará participar en su Resurrección: «El qué come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día» (Jn. 6, 54). Esta resurrección alcanza un doble objetivo: primero, la unión definitiva del alma y del cuerpo, que es aquello a lo que tienden naturalmente y para lo que han sido creados. Después, la felicidad de ambos unidos con Dios. Las propiedades de los cuerpos resucitados serán similares a las de Cristo resucitado y glorioso.

La recapitulación de todas las cosas

La glorificación de Jesucristo afecta a toda la creación. Jesús había dicho hablando de su muerte: «Y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí» (Jn. 12, 32). Con esta expresión indica que el triunfo de Cristo en la cruz no excluye de la salvación nada de lo creado, ni ninguna actividad humana.

El Concilio Vaticano II enuncia así esta verdad: «Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción se revestirá de incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas que Dios creó pensando en el hombre.» (GS 39).

De esta doctrina se puede extraer la consecuencia del valor de toda actividad humana. El cristiano debe preocuparse en primer lugar de su alma, pero no sólo de ella; todos los valores humanos serán perfeccionados. Las realidades terrenas tienen un valor en sí mismas: el arte, la cultura, la ciencia, la técnica, la artesanía, etc. De donde se deduce que las actividades humanas son un campo excelente para que el hombre se pueda santificar, santificando su trabajo, y todas las actividades honradas que hace con sus manos y con su inteligencia.

Por eso Dios lo levantó sobre todo y le dio el NOMBRE SOBRE TODO NOMBRE de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.

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