El genio genético

Es incierto el origen de esta expresión. Se puede tomar la palabra «genio» en el sentido que le dan los militares para designar el cuerpo de los servicios técnicos del ejército -ingenieros-, o vincularlo más a su etimología -«genius»- que, entre los romanos, era la divinidad dedicada a los nacimientos. La segunda acepción es más adecuada que la primera porque es un hecho que el «genio genético», en un día no muy lejano, poseerá sobre los elementos determinantes del ser humano poderes comparables a los que atribuían los antiguos a sus divinidades.

La profecía de la serpiente del Paraíso Terrenal no estuvo tan errada como pretende la tradición: nosotros hemos comido del fruto del árbol del conocimiento y pronto seremos poderosos «como dioses», tal como nos prometió el sutil animal, puesto que podremos actuar sobre los caracteres transmisibles del individuo. Estaremos en disposición de descubrir en el huevo, por así decirlo., la causa de las enfermedades hereditarias -cosa que está a punto de suceder cualquier día- y podremos reemplazar los genes defectuosos por otros de mejor calidad; al mismo tiempo, seremos capaces de hacer en el ser humano los retoques iniciales que le dotarán de un organismo perfecto, y si todo eso no se cumple mañana será pasado mañana, sin lugar a dudas: la investigación marcha en esa dirección y acaba siempre por alcanzar su objetivo. Por supuesto, habrá también fracasos, pero todo progreso tiene que pagar ese tributo.»

Sin embargo, el peligro no está en que el genio genético se malogre, sino en que se consiga.

Jóvenes del último curso de bachillerato: ninguna de las generaciones que os han precedido ha sido puesta por el destino ante responsabilidades como las que os aguardan.

Mi generación tuvo que plantar cara a más de un toque a rebato de la historia. Tuvo que arriesgar su libertad por la libertad, y su vida para que la vuestra valga la pena ser vivida.

No obstante, aunque la actuación implicara problemas, la elección moral era fácil. Además, las tiranías, las revoluciones y las guerras no eran novedades sobre la tierra, en tanto que vuestra generación; jóvenes amigos, está en vísperas de tener que afrontar una situación sin precedentes. No sólo tendréis que luchar por la verdad, como Soljenitsyn y los disidentes rusos; por la libertad, como los resistentes europeos o los estudiantes chinos; por la justicia, en 1nombre dé los pobres y de los oprimidos; no sólo tendréis que defender la dignidad del ser humano, sino que tendréis que pronunciaros sobre su esencia misma, acerca de lo que le hace diferente de los animales, sobre el derecho que se tiene -o que no se tiene- a operar sobre él desde su concepción, e incluso antes, manipulando sus células reproductoras.

Y no vayáis a pensar que he ido a parar en la pesadilla apocalíptica o que he caído en la ciencia-ficción. La ciencia es la primera que tiene que interrogarse; siente la necesidad de encuadrar dentro de una moral los exorbitantes poderes que va adquiriendo poco a poco la especie humana, pero los comités de ética apenas consiguen proponer algunas prohibiciones sobre el tráfico de órganos, el alquiler de vientres maternos o la utilización industrial de embriones. ¿Qué pueden hacer en relación con todo lo demás? No, desde luego, intentar limitar la investigación -lo que, por otra parte, sería inútil- sin ser acusados de entorpecer el progreso de la medicina, sabiendo además que ese mismo progreso serviría de coartada a una multitud de manipuladores que se entregarán a las experiencias más extravagantes. ¿No sugería hace poco el jefe de un equipo prestigioso de investigadores que los niños fueran implantados en hembras de macacos con el fin de liberar a la madre natural de las incomodidades del embarazo? Y, recientemente, ¿no rogaba encarecidamente un premio Nobel francés de medicina a sus colegas de las disciplinas interesadas que no emprendieran ningún trabajo sobre la transmisión del patrimonio genético, sin que otro se hiciera eco de ello al menos en una decena de líneas en un periódico? La limitación de los experimentos dependerá sólo de la conciencia del investigador y de la idea que se tenga del ser, humano, uno de los temas más controvertidos. La ley sería prácticamente impotente, suponiendo que llegara a promulgarse; además, no será la misma en todas partes.

Creedme, se intentará cualquier experimento posible capaz de producir monstruos. Basta, para persuadirse de ello, recordar cómo el ilustre Rutherford, decidido a precipitar unas partículas atómicas contra otras, informó a sus corresponsales científicos de la hora en que iba a acometer el ensayo, inédito por entonces, y de resultados imprevisibles.

Tendréis que interrogaros acerca de la naturaleza humanó y, si no habéis olvidado la enseñanza de vuestras Iglesias, os daréis cuenta de que la única definición válida que se haya dado jamás es la de la Escritura y la Revelación, que está en las raíces de nuestra civilización, y de cuanto concedemos desde hace siglos, verbalmente al menos, a la dignidad de las personas. Cualquier otra definición la rebaja. Que haga del hombre un «animal racional», un «animal político» o, como el irónico griego, un «animal con dos patas y sin plumas», siempre será un animal, y nada se opondrá, por tanto, a que llegue a ser un animal de laboratorio.

Proceder de Dios le confería algo sagrado que desaparece cuando el origen es cualquier otro; conservaba la impronta de su creador, y si ésta no siempre -era suficiente para protegerlo, qué señal impedirá en lo sucesivo considerarlo como un conglomerado de moléculas, modificable al capricho de los manipuladores que se creerán dueños de hacerle evolucionar, y que, por otra parte, han inventado ya el término «evulótico» para designar esta nueva tecnociencia de la evolución dirigida. -¿Hemos llegado ya a eso? No, pero vamos en esa dirección, y a buen paso. Hace algún tiempo que dejamos atrás, sin percatarnos de ello mucho, la frontera de Un mundo feliz de Aldous. Huxley. Si no lo habéis leído, leedlo, y comprobaréis el motivo de que podamos afirmar, sin ánimo de hacer paradojas, que el logro del «genio genético» sería peor que su fracaso: la consecución de ese objetivo produciría un hombre «perfecto», es decir, acabado, satisfecho de serlo, sin los fallos y defectos que mantienen su conciencia vigilante y que le abocan hacia el absoluto, un ser al que hoy se llamaría «funcional», adaptado a su medio con matemática precisión, compuesto para el disfrute de sus facultades físicas y que no se planteará más preguntas que las de un pollo a las hormonas.

La referencia a Dios es indispensable no sólo para dar una definición del hombre que no lo rebaje, sino para dotar su persona de inviolabilidad. Ya se le congela en estado embrionario o se le mata con la aprobación de la ley; ya han llegado á darle dos madres, una para que lo conciba y otra para que lo lleve en su vientre, sin preocuparse para nada de lo que se nos había dicho- hasta hace poco sobre el misterioso diálogo de la madre y del niño en el seno materno; se ha intentado injertar un corazón de cinocéfalo en un bebé, que murió por ello; se ha convenido tácitamente en volver a probar con otro animal; ya se injertan células humanas en ratones: experiencias todas ellas que se considerarán concluyentes, sin duda, cuando terminen por hacerse inscribir en la sociedad protectora de animales. Si no somos más que un montón de moléculas llamado a disolverse un día, ¿por qué prohibir que se modifique su forma y su composición?

Sólo Dios puede salvarnos de nosotros mismos. Nunca nos ha sido más necesario. Si no existiera, habría llegado el momento de -inventarlo. Pero existe, y ha llegado el momento de recordarlo.

Del libro Preguntas sobre dios
Arvo Net 

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2 comentarios

  1. ahora la realidad supera a la ficcion y el materialismo en su pleno apogeo nubla la mente de los hombres haciendolos querer jugar a ser dioses todo en nombre del bienestar y el progreso de los cuerpos fisicos sin tomar en cuenta que tambien somos seres espirituales. Ni los gobiernos ni las leyes terrenales imperfectas nos pueden ayudar. solo dioes en su infinita misericordia puede ayudarnos siempre y cuando se lo pidamos de corazon y con fe en su infinito amor.

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