Levántate y anda …

Cuatro hombres audaces llevan a un paralítico ante Jesús, tal era la dificultad para acercarse, que bajan la camilla por el techo.

…y abierto el techo, le descolgaron con la

camilla al medio, delante de Jesús

.(Le 5, 19)

I

Hemos logrado, a pesar del gentío, introducirnos en la casa, junto a Pedro, muy cerca del Señor. Muchos, por no caber dentro, se han quedado fuera. Como nosotros tantas veces. Se oye el murmullo, que crece por momentos, de la gente que llega en oleadas cada vez más numerosas. Se contentan con la esperanza de ver a Jesús cuando salgamos. O de tocar su túnica al pasar. Jesús está enseñando.

No faltan, sentados también muy cerca de Él, varios fariseos y doctores de la ley, que habían venido de todos los lugares…1 . ¡Qué lástima nos dan! Son los que lo saben todo, los que critican siempre. Se empeñan en mantenerse en esa postura frente a Jesús, y no quieren cambiar. Examinan nuestro grupo, y escuchan la palabra del Señor buscando sólo qué censurar. ¡Qué distinta disposición espiritual la de estas gentes sencillas que nos rodean dentro de la sala, la de ese cartero enfermo, que no pide siquiera su curación; la de esos pobres padres de una sirvienta, que venden su borriquillo para ayudar con su importe a los gastos apostólicos; la de esa mujer que presenta su hijo niño aún, para que se una a nosotros y siga al Señor!

La placita del pueblo está llena de gente. Una vez más se aprietan unos a otros, porque todos quieren ser los primeros. Por las calles adjuntas se derraman, sin querer, los que sobran.

Mientras tanto, cuatro hombres audaces, con fe en el Señor, traen a un paralítico para que lo cure. Y hacen diligencia para meterlo dentro y ponerle delante 2. Ni siquiera pueden entrar en la plaza. Luchan, forcejean, procuran abrirse paso; pero nadie cede su puesto. Se encuentran como con un muro impenetrable.

Ese mundo bueno -mundo que quiere ver a Cristo- les impide el camino. Pero no se dan por vencidos. Se van por otras calles, llevando consigo al enfermo. Hasta alcanzar por detrás la casa donde estamos con el Señor. Logran poner pie en la escalera, por la que se sube al terrado.

Escuchamos sus pasos en el techo. Jesús sigue hablando. Demasiado sabe Él lo que está ocurriendo. Después, comienzan a dar golpes. Todos miramos hacia arriba: están perforando el terrado.

El Señor no se inmuta. Caen trozos de barro seco, a pesar del cuidado de quienes lo hacen. Por fin se ve, por la abertura, el cielo.

 

II

Luz y sombras de los que trabajan encima. Manos afanosas. Jesús sigue hablando.

Pero todos miramos al boquete descubierto, que se hace más y más grande. Trabajan de rodillas, se ven sus rostros. Con cuerdas descuelgan la camilla, que forma un fardo común con el cuerpo muerto de aquel hombre vivo. Y así, lo colocan delante del Señor. Todos guardamos silencio.

El Señor suspende su enseñanza. Mira al hombre paralítico y le sonríe. Los ojos del hombre, que está ahí, en el suelo, se avivan. Los cuatro audaces se han quedado en el techo. Sus cuatro caras pegadas miran respetuosas y atentas. No dicen nada. El Señor también les mira a ellos. Quisieran esconderse, no pueden. La humildad brota en sus semblantes. Y también les sonríe.

Con Jesús volvemos nuestra mirada al paralítico. Parece como si toda su vida se agolpara en sus ojos: miran llenos de esperanza. La compasión divina se posa en esa esperanza. Vuelven a avivarse los ojos del hombre. La Misericordia infinita y la miseria ínfima, frente a frente. Y en la sala, un silencio impresionante.

-Tus pecados te son perdonados 3.

Los escribas y los fariseos se remueven en sus asientos: están pensando mal. Jesús quita sus ojos del enfermo para encararse con ellos, más miserables que el paralítico, por ignorar su miseria.

-¿Qué es lo que andáis revolviendo en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda …? 4

La figura de Jesús está erguida, serena, dominando el ambiente. Misericordiosa y protectora para el humilde caído, desafiante y acusadora para la soberbia engreída.

Los aludidos bajan los ojos y enmudecen. Sus cabezas se inclinan.

El Señor les sigue hablando, pero ellos no oyen ya, turbados de vergüenza… Cuando han sentido alivio, porque los ojos de Jesús han vuelto a posarse sobre los que le miraban con silenciosa esperanza, logran levantar los suyos.

 

III

– ¡Levántate!.. . Carga con tu camilla y vete a tu casa 5.

Jesús al momento mira a los cuatro del tejado, y nosotros con Él. Como que es este milagro un premio a su fe callada y operativa. Y por mirar arriba no observamos cómo fueron los primeros movimientos del hombre curado. Nos sorprende, ya de pie, levantando su camilla. Por el pasmo, todos los ojos se agrandan más y más.

Es que no nos acostumbramos a los milagros: nos sorprenden siempre.

Y el que había sido paralítico obedece, y sale lleno de gozo, dando gloria a Dios. Desde dentro escuchamos el clamor de las gentes en la plaza. Se sorprendieron al ver la obra de Dios, realizada a pesar de ellos.

Salió el hombre de aquella casa por donde no entró. Y volvió a su hogar por un camino que no había andado, a vista de todo el mundo, de forma que todos estaban pasmados y dando gloria a Dios, decían: Jamás habíamos visto cosa semejante 6.

¿Quiénes serían aquellos que vimos por última vez en la brecha del techo?

Hemos aprendido de ellos, confirmándolo el Señor, que la audacia debe llevarnos a poner por obra lo que nos enseña la fe. Que no hay dificultad para los hombres de Dios.

A un hombre así, que vive conmigo, le encomendaron una misión dificilísima, llevada ya a cabo felizmente, porque entendía algo de aquella cuestión, «y porque era lo suficientemente lanzado como para no darse cuenta que era imposible».


1 Le 5, 17.

2 Le 5, 18

3 Lc 5, 20.

4 Lc 5, 22-23.

5 Lc 5, 24

6 Mc 2, 12.

Reproducido con permiso del Autor.

«Caminando con Jesús», J.A. González Lobato, Ediciones RIALP, S.A.

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8 comentarios

  1. Dulce Señor Jesús:

    Cuanto agradezco percibir tus palabras, ante circunstancias adversas que me afligen… me asfixian, me quiebran y sepultan por mi necedad. Más cuanto alivio me otorgas al pronunciar tu: «Víctor, Levántate y anda», estas en mi corazón, perdonas mis pecados y me impulsas. Deseo llenarme de ti y verter tus bendiciones en quienes esperan de mi.

    GLORIA A TI, SEÑOR JEÚS.

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