Jesús regresa con sus Padres

María y José pasan horas de aflicción y sufrimiento: El Niño se había quedado en Jerusalén atendiendo loas asuntos de Su Padre.

… se quedó el niño Jesús en Jerusalén,

sin que sus padres lo advirtiesen.

(Lc 2, 43)

I

Fiesta de Pascua: todo el país en movimiento. Principio de la primavera. Largas caminatas a pie.

Como todos los años, María y José se ponen en camino. Jesús, siendo ya de doce años cumplidos 1 va con ellos; Dios, con la hermosura propia de un niño, marcha entre los hombres. Los caminos, atestados de peregrinos. Por la noche brillan las estrellas en el firmamento. Unas treinta leguas de distancia. Por fin aparecen las brillantes torres del Templo.

Los ojos del niño lo ven todo. El Señor del Templo, en la figura de un niño campesino, entra en el Templo del Señor. Los himnos no cesan nunca. Oleadas humanas se estrujan más al acercarse al fin de su viaje.

El niño ve correr la sangre de los sacrificios. Es un símbolo augusto. Cuatro lustros más, y se realizará el sacrificio significado. Él será la Víctima. Fuera de los tres, nadie lo sospecha. Alaban a Dios los judíos sin descubrir que le tienen junto a sí.

El dieciséis de Nisán comienza el regreso: se desmontan las grandes tiendas que cobijan a las masas en las afueras de la ciudad. Como los demás, María y José vuelven a su casa. Se forman dos grupos, como señala la costumbre, uno de hombres y otro de mujeres. Los niños pueden, indistintamente, marchar en uno u otro. Por eso sus padres no advirtieron que Jesús se había quedado en Jerusalén: cada uno de ellos pensaba que iría con el grupo del otro. Sin embargo, en el corazón de María hay un presentimiento. Aumenta su angustia con las horas del día.

Anduvieron la jornada entera buscándolo entre parientes y conocidos 2 . Al reunirse para acampar, Jesús no estaba. María siente también cómo la noche se echa encima, despiadadamente, cortando sin consuelo las más nobles aspiraciones del corazón.

Por la noche siguen buscándolo, en los campamentos, a oscuras, venciendo la modorra de los indiferentes. Es el angustiado corazón de una madre, temeroso de mil sospechas. Brillan las estrellas en el firmamento.

Bajo la serenidad del cielo estrellado, el corazón de María se agita y se atormenta: ha perdido al Dios de las estrellas. Son dos cielos frente a frente: los dos de noche. Uno sereno, el otro turbado. La fría indiferencia de los luceros hace más despiadado el dolor del corazón de la Inmaculada.

II

Vuelven a Jerusalén, ya de día. La luz que riega el sol por los campos consuela y alivia el tormento de María. Hay que desandar el camino. Es un corazón que busca a Jesús. Sus ojos abiertos, su alma anhelante, querían descubrirle desde lejos en cada niño que vuelve en los grupos de regreso. ¿Será Jesús?… ¡Señor! Así quiero yo buscarte.

De esta manera transcurre la segunda jornada, para cada figura humana que aparece, la búsqueda ansiosa y el sobresalto: ¿Será Jesús? Llegan a Jerusalén, ya de noche. Brillan de nuevo las estrellas. Silenciosas. ¡Si ellas hablaran! El corazón de María más turbado, pero Jesús está más cerca.

La segunda noche de zozobras pasa lentamente, con los sobresaltos y angustias del corazón de madre. Es el suyo el corazón de la más pura de las madres, de la más limpia hija de Dios. Las luces de la madrugada vuelven a traer alivio al corazón inmaculado. Y en las primeras horas de la mañana María y José se dirigen al Templo, buscando allí a Jesús con preferencia.

Por las calles, por las dependencias del Templo, sigue la búsqueda incesante. De pronto la madre oye la voz del niño Y se vuelve expectante. Allí está Jesús. Su corazón late más de prisa.

Sentado en medio de los doctores: les escucha y les pregunta 3. Los que le oyen están pasmados. Sus padres contemplan la escena maravillados. El corazón se acelera. María no aguanta más, y se le escapa un grito. -¡Hijo! Todos miran hacia aquella mujer afortunada que es madre de tal hijo.

Cuando el Niño está ya junto a ellos, María le pregunta con el admirable equilibrio de quien sabe que aquel niño es su hijo, pero también su Dios:

-Por qué te has portado así con nosotros? Mira como tu padre y yo, llenos de aflicción, te hemos andado buscando.

Jesús da una respuesta llena de madurez y autoridad:

-¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que yo debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre? 4.

III

María y José escuchan estas palabras como si todo se fulminara en un momento, y su voz llenara sus corazones, el templo, el mundo, el firmamento entero; como si no hubiese nada delante de ellos más que la voz de Jesús: es la primera gran manifestación de Dios en la voz de su hijo. Los padres guardan silencio. Sienten que el corazón se resquebraja. La familia de Nazaret se ha terminado.

Surge la misión. El no ha venido sólo a ser un buen hijo de su madre. Tres corazones sufren un desgarro. La voluntad de Dios ha de cumplirse. La dulce paz de Nazaret tiene que terminar un día. Es inútil aferrarse a ella.

Y ésa es la misión santa de todas las madres: conducir al hijo al encuentro de su propio destino, y dejarle después solo frente a su responsabilidad. No querer retenerle. El hijo pertenece a Dios. Y a la misión señalada por Dios es a donde las madres han de conducir a sus hijos. Y despedirlos luego… Y esto, por encima de todas las trabas del corazón.

Los padres no suelen entender; a veces, los hijos tampoco. Se olvidan fácilmente de que hemos de emplearnos en las cosas que miran al servicio del Padre. Por eso se ha de ayudar al hijo a ver esa misión de Dios, por encima de todos los intereses humanos y terrenos; a aceptarla con valentía; y a emprenderla con fe y amor, llevándola hasta el fin. Ésta es la gran misión materna.

«Los padres que aman de verdad…, después de los consejos y de las consideraciones oportunas, han de retirarse con delicadeza» 5.

Y los hijos tenemos que amar mucho a los nuestros: es un gratísimo precepto del Señor. Pero la familia de sangre no puede ser obstáculo para el cumplimiento fiel de la misión santa señalada por Dios.

Es dura esta doctrina, tan dura que los hombres la entienden con dificultad. Jesús lo sabía. Por eso, quiso dejarnos, y precisamente a esa edad en que comienzan las dificultades, esa lección en su ejemplo.

Jesús no pidió permiso para quedarse: se quedó sin que sus padres lo advirtiesen. Ejemplo costosísimo: María sufrió lo indecible. Pero era necesario que tú, amigo, y yo aprendiéramos la lección.


1 Le 2, 42.

2 Le 2, 44.

3 Le 2, 46.

4 Lc 2, 48-49.

5 Mons. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, cit., pág. 156

Reproducido con permiso del Autor.

«Caminando con Jesús», J.A. González Lobato, Ediciones RIALP, S.A.

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