¿Cómo es una autoestima a imagen y semejanza de Dios?

Tú y yo somos hijos de Dios: “Pero a cuantos le recibieron les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre” (Jn 1,12). Dios quiso imprimir profundamente en nuestro ser la unión exclusiva para el ser humano y es esto y solo esto lo que nos debería ayudar a ti y a mí a vivir con autoestima. Poseemos un porte sustancialmente nobilísimo, regalado por el Rey de Reyes sólo a los seres humanos,   somos dueños de un título que no tiene precio: la dignidad. Pero, ¿qué quiere decir dignidad? Kant refiere- tal y como expresa en la «Metafísica de las costumbres»- que la persona humana no tiene precio, sino dignidad: «Aquello que constituye la condición para que algo sea un fin en sí mismo, eso no tiene meramente valor relativo o precio, sino un valor intrínseco, esto es, dignidad«. Las personas poseemos una categoría superior a la de las plantas y los animales, por ser creados a imagen y semejanza de Dios, esto quiere decir que nos parecemos a Dios, tal y cómo los hijos se parecen a los padres y somos capaces de participar de la vida con Dios y en Dios, para ello, nuestro modelo es Cristo.

De este punto parte esa autoestima de la que yo hablo, más que psicológica es espiritual, atreviéndome a llamarle así, pues en realidad los cristianos no tenemos autoestima, tenemos dignidad y por eso valemos y merecemos ser amados. Valemos la sangre de Cristo. Merecemos el reino de los cielos perfeccionándonos en Cristo: Dios, hombre, maestro y salvador.

La autoestima, es un campo fascinante para muchos, vista desde lo psicológico ha sido objeto de millones de libros a partir de la década de los 90. Estos son libros que se conocen como de superación personal, y que apenas se asoman al alma, pues su contenido es vacío, te invitan a ser dueño y señor de ti mismo, a programarte para el éxito por medio de la mente y a depender de tus fuerzas y voluntad para lograr lo que quieras en la vida. Esto está muy bien para aquellos que han dejado fuera a Dios, pero un católico es dependiente de Dios. Recuerdo las palabras de un sacerdote: “recuerde que nosotros los católicos no mezclamos nuestras creencias” por lo que estos libros de superación personal como neurolingüística programada, meditación transcendental, entre otros, no nos conectan con Dios, con Cristo. Como orientadora familiar y coach de matrimonio y familia, he visto muchos casos en los que las personas (incluso siendo cristianas), lamentablemente llenan sus cabezas con literatura barata de superación personal que no hace más que confundirlos.

Mis conclusiones son mis vivencias

No lo niego, todos (porque somos humanos y estamos en proceso de perfeccionamiento) hemos envidiado alguna vez ese tipo de persona que vive con confianza absoluta en sí misma. Lo vemos desde el primer momento en que se presenta: gran sonrisa, establece el contacto visual y posee un saludo firme al estrechar la mano. También lo vemos en su forma de caminar, de expresarse verbalmente y en lo bien que se está a su lado. Son personas que naturalmente son así y tuvieron la fortuna de tener una infancia en la que se les transmitió la vivencia cristiana de la dignidad por ello cuando vemos a alguien que se conduce tan bien, con tanto aplomo y seguridad podemos decir que es una persona que goza de una sana autoestima. Es libre para relacionarse con los demás, sin complejos y miedos. Precisamente ayudar a las personas en estas áreas de su autoestima, es lo que me llevo hace muchos años a estudiar mi primera profesión: instructora de modelos profesionales y reinas de belleza, ejecutivos y políticos. Solía entrenar a mujeres y hombres en todos estos aspectos porque desde muy pequeña, tal y cómo le pasa a nuestro Papa Francisco, me apasiona la belleza: el ser humano, la creación, el mar, los lagos y toda la naturaleza. De muy joven pensaba que las mujeres eran seguras de sí mismas porque eran hermosas y que por ello aquellas que no eran tan hermosas (como yo) necesitábamos una instrucción extra para aprender a serlo y caminar por la vida con seguridad y aplomo. Pensaba que estas cualidades eran claves para alcanzar el éxito y sentirse valioso e importante. Estaba equivocada. Mis enseñanzas, si bien importantes para la formación de la personalidad no partían de una base sólida, que hiciera sentir a la persona que su seguridad estaba cimentada sobre una roca, la de la dignidad. Mis enseñanzas partían de todos esos principios aprendidos en el modelaje profesional y el coaching de imagen, que cree que todo parte desde la belleza física y es de ahí que debemos trabajar nuestra autoestima y seguridad. Como te darás cuenta, estaba equivocada. Esto me recuerda una historia que leí.

La raíz de nuestra dignidad y valía

Parece ser que una de las hijas del rey Luis XV de Francia, Luisa, un día fue objeto de cierta represión por parte de una de sus hayas. A la princesa no le gustó la corrección y enojada, replicó: -“¿no soy acaso la hija de vuestro rey?”

Aquella mujer no se restringió y le hizo la siguiente observación: – “Y yo, ¿no soy acaso hija de Dios?“

Pasados los años Carmelita, siendo religiosa, recordó con frecuencia esta réplica sorprendente. Siempre la agradeció. (Mil anécdotas de virtudes, Julio Eugui, Editorial Rialp)

Como he mencionado anteriormente, para nosotros los cristianos, la autoestima o el amor que debemos sentir hacia nuestra propia forma de ser, lucir y actuar; viene dada por el hecho de pertenecer a una categoría superior a la de los animales y las plantas: Somos hijos de Dios. Esto lo tendríamos que enseñar a nuestros hijos desde que están en el vientre, luego la primera vez que los tenemos en nuestros brazos y repetidamente cuando les damos el pecho. Repetir hasta el cansancio: tú eres un hijo de Dios, tú eres un hijo de Dios, tú eres un hijo de Dios, sellará en el mundo afectivo y emocional de ese niño o niña el sentimiento nominal de que tal y como es esta bien, de que vale, de que es amado y de que es merecedor de la felicidad. Los hijos de Dios valen, están hechos a imagen y semejanza de Dios, poseen la misma dignidad y naturaleza divina sin llegar a ser Dios, pues Dios es nuestro Creador y nosotros co-creadores de nuestra vida gracias a esas facultades de Dios.

Las potencias del alma.

Tú y yo somos seres humanos dotados de un alma que está destinada a ser eterna y en donde radican las potencias singulares que nos distinguen de los demás seres de la creación: la inteligencia y la voluntad. Porque somos inteligentes, podemos pensar, reflexionar, decidir, actuar.

La inteligencia es la chispa de Dios en nuestra alma, ”si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios (escribía San Agustín) Él no cesa de llamar a todo hombre para que viva y encuentre la dicha”. Dios nos hizo inteligentes en primer lugar para darle gloria por la vida y por todas esas cosas que se pueden lograr con ella: el trabajo, la amistad, las emociones que dan formar un hogar y tener hijos, el sufrimiento y las pruebas que nos ayudan a crecer y para hablar a los demás de sus grandes maravillas y de su gran amor por ti.

La voluntad, segunda potencia del alma, sigue a la inteligencia y la empuja a decidirse por todo aquello que es bueno para ella: la disciplina, el orden, el cuidado de uno mismo, el trabajo bien hecho, el conocimiento de los defectos y regalos. Conocerme a mí mismo para mejorarme, para conocer el propósito de mi vida y dejar un mundo más sabio, un mundo donde se sienta la dignidad y el valor de los hijos de Dios.

Esto no es fácil. Se necesita voluntad para zambullirse dentro de las aguas del yo profundo y sin Dios como Capitán en ese bucear, se nos puede llevar por caminos equivocados de egoísmo permisivo hasta hacer que terminemos creyendo que somos dioses y no lo somos.

Vías para acercarse a Dios como punto de partida y la creación

El mundo, escribe el filósofo López Quintas: “del orden y de la belleza del mundo se pude conocer a Dios como origen y fin del universo”. Esto es verdad, y me ayudo de las palabras de San Agustín: “Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo…interroga a todas estas realidades. Todas te responden: ve, nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión. Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza, no sujeta a cambio?” (La Ciudad de Dios, San Agustín).

Contemplar la naturaleza, el cielo y sus diferentes movimientos de nubes; lograr asombrarse ante la caída de una catarata y la majestad de un águila en pleno vuelo, es contemplar y conocer la belleza de la Majestad y Potencia de Dios. Cada vez que caminas un sendero, subes una montaña, llegas a un lago, o te asomas a un acantilado por el Gran Cañón del Colorado, te asombras, sientes algo que se remueve en tu interior, esto es así porque esa capacidad de asombro ha sido puesta por Dios para que dirijas tu vista a Él, son momentos para darle gloria por Su creación, momentos para acercarte a Él de forma más íntima y comenzar a platicar con Él de tu viaje por la vida. Lo mismo puede suceder cuando ves a un hermoso Cardenal rojo, o a un gallo con su porte imponente, el salto de alegría de tu perro o el suave andar de una tortuga. Los animales, los llamaba San Francisco de Asís, son nuestros hermanos menores y debemos respetarlos y amarlos. Están ahí para hacernos compañía y que no nos sintamos solos. Cuando los miramos en sus diferentes formas y belleza tenemos otra oportunidad para entrar en diálogo con Dios, expresando nuestra gratitud por haber hecho sendos adornos para el deleite de nuestros ojos, aunque puedan ser peligrosos ¿acaso el tigre no es una absoluta belleza?

El ser humano

“Cuando el Señor Dios hizo la tierra y cielo, aún no había en la tierra ningún arbusto silvestre, y aún no había brotado ninguna hierba del campo – pues el Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra ni había nadie que trabajara el suelo-, pero un manantial brotaba de la tierra y regaba toda la superficie del suelo. Entonces, el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, insufló en sus narices aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.” (Génesis 2: 5-7)

Es importante que si somos solteras, solteros, esposos, esposas, madres y padres, tengamos claro que la tarea educativa de sembrar autoestima en nuestros hijos, tenga su raíz a partir de Dios. Nadie se ha creado a sí mismo, Dios en nuestro Creador. Nos creó porque nos ama y nos creó para que aprendamos a amar tal y como Él nos ama. No podemos quedarnos en el nivel de las reinas de belleza o modelos que piensan que su belleza se la inventaron o que nunca pasará, una idea así de sí mismo, deshumaniza y deforma la belleza que Dios creo ya que somos mucho más que nuestra belleza, nuestros años y nuestra inteligencia. Nuestra naturaleza es “espiritual”, de Dios y es esto lo que nos hace ser dignos, valiosos, únicos e irrepetibles. Tú y yo somos Nobles por título propio y Gobernantes de nuestra vida por derecho divino. Una educación en la autoestima que no considere esto, hará que el hombre o la mujer tambalee, se caiga y no se pueda levantar, (te invito a investigar el número de modelos, actrices y hombres y mujeres de negocio que se suicidan todos los años) ya que su fuerza estará enraizada en el hombre mismo para su funcionamiento y confianza en sí mismo, y no en Aquel que por amor lo creo.

Tenemos el poder de abrirnos a la verdad y a la belleza, a vivir con sentido de deber, a saber lo que es la libertad y la voz de su conciencia, aspiramos al infinito y a la dicha, y nos interrogamos sobre la existencia de Dios. Los animales, las plantas, las rocas, el agua, el viento, el sol, la luna y las estrellas, que son tan apabullantemente hermosos, no pueden hacer nada de esto, ni pueden tener un diálogo con Dios. Ellas no saben que tienen dignidad, que valen, que son hermosos, que son reyes y amos de la tierra, eso solo podemos hacerlo tú y yo. Algo que damos por sentado, que tomamos de forma natural y que en realidad no es, pues Dios en su misericordia y amor, nos escogió a cada uno para adorarle, darle Gloria, agradecerle y transmitir todo su amor y sabiduría a los demás. Esta verdad es la que debería llenarnos de una autoestima santa y dejarnos libre de todas las inseguridades, miedos y dudas sobre nosotros mismos. El origen de nuestra autoestima esta en Dios, porque Dios es Amor y la autoestima es amor por uno mismo pero un amor, que parte de ser hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza.

Invoquemos a nuestro ángel de la guarda para que nos ayude a comprender profundamente nuestro valor y acudamos a la Virgen del Amor Hermoso para vivirlo[1].

FIRMASHEILA

Sheila Morataya
Austin, TX
www.sheilamorataya.com
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Sheila Morataya es la Editora de la sesión de la mujer desde la creación de encuentra.com Es psicoterapeuta, coach de vida y talento para la radio y la televisión en los Estados Unidos. Actualmente es Productora Ejecutiva para Relevant Radio en español en los Estados Unidos. Autora de 6 libros entre ellos «El espejo: ámate tal como eres».

Cuando no está trabajando puedes encontrarla sembrando flores, dando clases de desarrollo personal a jovencitas o cocinando para su familia. Puedes escribirle a  sheila@sheilamorataya.com

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6 comentarios

  1. Gracias por compartir. He tomado de referencia el material para un taller de liderazgo con gente de parroquia. Bendiciones.

  2. Wow, gracias por abrir nuestros ojos a otras dimensiones, que Dios siga iluminandote para transmitir tu conocimiento a los que estamos sedientos de Dios.

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