VISITA PASTORAL
DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LORETO
CON OCASIÓN DEL ÁGORA
DE LOS JÓVENES ITALIANOS
ÁNGELUS
Explanada de Montorso
Domingo 2 de septiembre de 2007
Al final de esta solemne celebración eucarística, recemos, queridos jóvenes, la oración del Ángelus, en comunión espiritual con todos los que están unidos a nosotros a través de la radio y la televisión. Loreto, después de Nazaret, es el lugar ideal para orar meditando en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Por eso, en este momento, invito a todos a acudir juntos, con la mente y con el corazón, al santuario de la Santa Casa, entre aquellas paredes que según la tradición proceden de Nazaret, el lugar en el que la Virgen dijo "sí" a Dios y concibió en su seno al Verbo eterno encarnado.
Por tanto, antes de que se disuelva nuestra asamblea, dejemos por un momento el "ágora", la plaza, y entremos idealmente en la Santa Casa. Existe una relación recíproca entre la plaza y la casa. La plaza es grande, está abierta, es el lugar del encuentro con los demás, del diálogo, de la confrontación; la casa, en cambio, es el lugar del recogimiento y del silencio interior, donde se puede acoger en profundidad la Palabra. Para llevar a Dios a la plaza hay que interiorizarlo antes en la casa, como María en la Anunciación. Y viceversa, la casa está abierta a la plaza: lo sugiere también el hecho de que la Santa Casa de Loreto tiene tres paredes y no cuatro: es una casa abierta, abierta al mundo, a la vida, y también a esta "Ágora" de los jóvenes italianos.
Queridos amigos, para Italia es un gran privilegio acoger, en este estupendo rincón de Las Marcas, el santuario de la Santa Casa. Sentíos, con razón, orgullosos de él, y aprovechadlo. En los momentos más importantes de vuestra vida acudid a él, al menos con el corazón, para vivir momentos de recogimiento espiritual entre las paredes de la Santa Casa. Pedid a la Virgen María que os obtenga la luz y la fuerza del Espíritu Santo para responder de forma plena y generosa a la voz de Dios. Entonces llegaréis a ser sus auténticos testigos en la "plaza", en la sociedad, heraldos de un Evangelio no abstracto, sino encarnado en vuestra vida.