Un problema que tiene un agravante añadido: aún está bien visto socialmente.
No es que trabajes mucho y que tengas que hacer horas extra, o que la empresa te exija mucho: es que “necesitas” trabajar para sentirte bien contigo mismo, es que tu horizonte vital se ha restringido a tu trabajo. Es que ya no tienes vida familiar, ni siquiera eres capaz de disfrutar de tu tiempo libre, ni sabes trabajar en equipo, sino que trabajas de una forma excesiva e incontrolable. Todo lo relacionado con tu trabajo se convierte en una obsesión…
Fue en 1968 cuando un profesor de religión norteamericano, Oates, utilizó el término “workaholism” para expresar su propia relación malsana con su trabajo, y la comparó con el alcoholismo.
El término hizo fortuna relativamente, pues aunque todo el mundo reconoce que existe una forma compulsiva de trabajar que provoca desequilibrios en las personas, no hay un acuerdo sobre cuándo y en qué circunstancias se produce ese desequilibrio: cuándo el exceso de trabajo “es malo”.
¿La razón? Son dos: La primera es que vivimos en una sociedad caracterizada por la cada vez mayor exigencia en el mercado laboral. Las empresas luchan por conseguir ser las mejores en su ámbito, necesitan trabajadores con un alto compromiso laboral, responsables, con gran dedicación. Un perfil adicto al trabajo es “muy cómodo” para ellas.
Una particularidad de la adicción al trabajo que la diferencia de otras adicciones es que se alaba y recompensa a la gente por trabajar en exceso, cosa que no sucede con la droga o con el alcohol.
La segunda es que la psicología ha empezado a estudiar la adicción al trabajo desde hace más bien poco, y las investigaciones son aún escasas. Al tratarse de una “adicción sin sustancia”, sino de tipo psicológico, ¿cómo determinar cuándo nos hayamos ante un trabajador responsable y motivado, y no ante un enfermo?
Lo que dicen los estudios
A pesar de la dificultad, existe un cierto acuerdo en que un adicto al trabajo es una persona que dedica una gran parte de tiempo a las actividades laborales, con consecuencias negativas a nivel familiar, social y/o a niveles de ocio; por pensar de forma frecuente y persistente en el trabajo cuando no se está trabajando, y por trabajar más allá de lo que es razonablemente esperado para cumplir con su obligación.
Para un adicto, el valor del trabajo es superior a las relaciones con compañeros, amigos y familiares. Esta obsesión por asumir más y más tareas, genera conflictos entre los trabajadores y en la empresa.
La adicción al trabajo, que afectaba principalmente a los hombres entre 35 y 50 años, profesionales liberales y mandos intermedios, en los últimos años se ha extendido entre las mujeres y se calcula que más del 20% de la población trabajadora mundial presenta esta adicción.
La clave para distinguir a un trabajador responsable de un adicto es que su implicación cada vez mayor al trabajo no se explica por necesidades laborales objetivas, sino por necesidad psicológica de la persona afectada.
La persona que desarrolla una adicción al trabajo, de forma gradual, pierde estabilidad emocional y se convierte en adicta al control y al poder, en un intento por lograr el éxito. Se puede catalogar como un trastorno de ansiedad, o también como un trastorno obsesivo-compulsivo.
Con frecuencia, este tipo de adicción está también relacionado con problemas afectivos en la familia o en la pareja. El trabajo es utilizado como una forma de “compensación afectiva” cuando hay heridas emocionales. El trabajo, poco a poco, se convierte en el centro de su vida y su refugio, quedando todo lo demás, incluida la familia, el ocio y la vida social, en un segundo plano.
Resulta habitual que lleven trabajo a casa para acabarlo por la noche o los fines de semana y pueden mostrar algo parecido a un síndrome de abstinencia durante las vacaciones. Son personas insatisfechas o irritables cuando están fuera del trabajo. Además, puede observarse consumo abusivo del alcohol y tabaco, tiempo libre muy reducido y alteraciones del sueño.
Para agravar las cosas, el adicto al trabajo suele negar el problema, ya que el trabajo intenso en general está bien visto. Escapa a los observadores su carácter patológico.
Así que, sí, la adicción al trabajo existe, y un adicto al trabajo muestra síntomas muy parecidos a los de un adicto a una sustancia (droga, alcohol o tabaco). La forma más importante de luchar contra ella es reconocer su existencia y seguir investigándola, sin caer en la trampa de negar que se trata de un serio problema social favorecido por una economía que tiende a poner a las personas al servicio de sí misma, y no al revés.
Artículo realizado en colaboración con Javier Fiz Pérez, Psicologo, Profesor de Psicología en la Universidad Europea de Roma, delegado para el Desarrollo Cientifico Internacional y responsable del Área de Desarrollo Científico del Instituto Europeo de Psicología Positiva (IEPP).
Por Inma Alvarez
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