Camino de Jerusalén

Cristo quiere completar la revelación de quién es Él, precisamente allí, en Jerusalén

Jesús sube a Jerusalén. Deja, definitivamente, Galilea como residencia fija. Aunque, en su intenso ir y venir, irá al otro lado del Jordán y volverá a Galilea en cortos viajes, propios de quien no tiene una residencia fija “donde reposar la cabeza”. Hacía un año aproximadamente, que Jesús no estaba en Jerusalén porque los judíos le buscaban para matarle. En la última fiesta de Pascua se manifestó, veladamente, igual al Padre, y sus enemigos lo interpretaron como blasfemia. Sus milagros y la belleza de su doctrina que a tantos atraía, seguía despertando la envidia de escribas y fariseos; la energía con que descubría algunas costumbres farisaicas, seguía molestando a a algunos representantes oficiales de la Ley.

Escribas y fariseos de Jerusalén marchan a Galilea para prevenir a sus correligionarios, y la oposición de Galilea crece en intensidad. De todos modos en Galilea no querían matarle y seguía manteniendo seguidores en distintos lugares. Su fama era grande entre el pueblo, aunque muchos estuviesen confusos en cuanto a su identidad. Por eso la marcha a Jerusalén tiene tan gran importancia: se pone en manos del enemigo; o se prepara para una batalla definitiva que no quiere rehuir. El peligro es grande y sus discípulos se percatan de ello. Pero la decisión de Jesús es firme.

Quedan apenas unos seis meses para que se consume la obra de la Redención: sólo Cristo lo sabe. Los demás siguen sin entender lo que en los últimos tiempos ha repetido con frecuencia: “Es necesario que el Hijo del hombre muera…”. ¿Intuyen, quizá que este tiempo se acerca?…Quizá advierten que subir a Jerusalén puede resultar un riesgo excesivo: es allí donde el enemigo es más fuerte, más poderoso, más organizado.

Pero Cristo quiere completar la revelación de quién es Él, precisamente allí, en Jerusalén, y lo hará con motivo de las tres fiestas religiosas principales que los judíos celebran solemnemente: los Tabernáculos en octubre; la Dedicación en diciembre; y la Pascua en abril, antes irá en Pentecostés a la fiesta como mandaba la Ley. Estos esos seis meses que faltan para llegar a su Pasión serán la última oportunidad de profundizar en la fe de sus discípulosy de conseguir la conversión de aquellos que le odian. Pero sólo Jesús lo sabe.

Su mesianismo no se revela solamente en la predicación de una moral más profunda entregada por Dios a un hombre religioso excepcional en cuanto a la santidad y en cuanto a la inteligencia. Eso es mucho, pero es poco. Se trata de revelar la intimidad de Dios mismo. El Dios único, el Yahvé revelado a Moisés, el Creador omnipotente tiene una rica intimidad. El Padre es tan perfectamente Padre que engendra un Hijo, tan Hijo, que es de la misma naturaleza del Padre. La paternidad es tan perfecta, que da toda la vida al Hijo; y la filiación es tan total que el Hijo es igual al Padre. La unión de ambos es tan plena que son un sólo Dios, y esa unión se realiza en el tercero en el amor, que es el Espíritu de amor, el Espíritu Santo, el éxtasis de amor del Padre al contemplar al Hijo amado, y también éxtasis de amor del Hijo ante el Padre amante que eternamente engendra al Hijo con un amor fontal y pleno. Y este Hijo se ha hecho hombre en Jesús para salvar a los hombres. Los israelitas estaban acostumbrados a venerar a Dios como ser espiritual y único, aborrecían de los politeísmos que les rodeaban. El paso a aceptar que ese Dios único tiene una riqueza tripersonal les resultaba difícil. Pero no a todos, pues muchos creyeron, sin dejar de creer que existe un sólo Dios. La fe podía aceptar la Trinidad si tenía el alma limpia y aceptaba la luz del Padre, que hablaba dentro de las conciencias, y la voz del Hijo, que habla con sabiduría y poder incontestables. Sorprendentemente el rechazo de esta revelación de la intimidad de Dios podía disfrazarse de defensa de la verdad del Dios único, y acusar de blasfemo al Hijo igual al Padre; pero, en realidad, la causa última es el desconocimiento de Dios mismo, al que se dice servir, y el pecado oculto bajo las apariencias. Los hechos desvelarán los pensamientos de los que no tienen fe en Jesús.

Por otra parte, estaba revelado que el Mesías, además de rey y salvador, sería un siervo doliente que llevaría sobre sí los pecados de los hombres. ¿Cómo compaginar estas tres realidades? La dureza de las luchas que vamos a observar estos seis meses mostrarán la fuerza del pecado, así como un amor más fuerte que el pecado, y más fuerte que la muerte. Los hechos que contemplaremos mostrarán el cumplimiento de las profecías hasta la última coma. Cristo va a ser rey que salva y sacerdote que ofrece el sacrificio perfecto, siendo al mismo tiempo la víctima doliente, el siervo que lleva sobre sí los pecados de Israel y de toda la humanidad.

La subida a Jerusalén da comienzo con una intervención desafortunada de algunos parientes del Señor que no creían en Él, quizá, esperaban un triunfo de masas para ellos y para una causa que consideraban propia por motivos familiares, que no por fe. "Estaba próxima la fiesta judía de los Tabernáculos. Entonces le dijeron sus hermanos: Márchate de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces, porque nadie hace algo a escondidas si quiere ser conocido. Puesto que haces estas cosas, muéstrate al mundo. Ni siquiera sus hermanos creían en él. Entonces, Jesús les dijo: “Mi tiempo aún no ha llegado, pero vuestro tiempo siempre está a punto. El mundo no puede odiaros, pero a mi me odia porque doy testimonio acerca de él, de que sus obras son malas. Vosotros subid a la fiesta; yo no subo a esta fiesta porque mi tiempo aún no se ha cumplido. Dicho esto, él se quedó en Galilea”.

Una vez que sus hermanos subieron a la fiesta, él también subió, no públicamente sino como a escondidas. Los judíos le buscaban durante la fiesta y decían: "¿Dónde está ése? Y había entre la gente muchos comentarios acerca de él. Unos decían: Es bueno. Otros, en cambio: No. Seduce a la gente. Sin embargo, nadie hablaba abiertamente de él por miedo a los judíos"(Jn). Jesús ha llegado a Jerusalén como de hurtadillas para evitar que los motivos aducidos por los parientes desnaturalicen la verdadera motivación.

De camino a Jerusalén se dio la curación de diez leprosos: "Y sucedió que, yendo de camino a Jerusalén, atravesaba los confines de Samaría y Galilea; y, cuando iba a entrar en un pueblo, le salieron al paso diez leprosos, que se detuvieron a distancia y le dijeron gritando: Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros. Al verlos, les dijo: Id y presentaos a los sacerdotes. Y sucedió que mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, al verse curado, se volvió glorificando a Dios a gritos, y se fue a postrarse a sus pies dándole gracias. Y éste era samaritano. Ante lo cual dijo Jesús: ¿No son diez los que han quedado limpios? Los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha habido quién volviera a dar gloria a Dios sino sólo este extranjero? Y le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado"(Lc).

Una vez más contrasta la reacción de los hombres ante una misma acción. Todos son curados, y solo uno agradece a Jesús el milagro y da gloria a Dios. El hecho de que no fuese del pueblo elegido, sino samaritano, resalta más la importancia del buen corazón para creer, más allá de las consideraciones de pertenencia al Pueblo elegido.

El camino hacia Jerusalén pasaba por Samaria. En un pueblo ocurrió un hecho que refleja el ambiente que rodea al Señor."Y cuando estaba para cumplirse el tiempo de su partida, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén. Y envió por delante unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje; y no le acogieron, porque daba la impresión de ir a Jerusalén. Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma? Y volviéndose, les reprendió. Y se fueron a otra aldea" (Lc). Es un modo práctico de mostrar el perdón y la paciencia ante la sinrazón y la malevolencia. Jesús corrige con fuerza a los violentos discípulos con una fuerte reprensión.

Reproducido con permiso del Autor,

Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias

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