Benedicto XVI: Alemania 2006

MUNICH, ALTÖTTING Y RATISBONA

(9-14 DE SEPTIEMBRE DE 2006)

 

ORACIÓN DEL PAPA

AL RENOVAR EL ACTO DE CONSAGRACIÓN

DE BAVIERA A LA VIRGEN MARÍA

 

Marienplatz, Munich

Sábado  9 de septiembre de 2006

 

 

 

Santa Madre del Señor,

nuestros antepasados,

en un tiempo de tribulación,

erigieron tu imagen aquí,

en el centro de la ciudad de Munich,

para encomendarte la ciudad y el país.

 

Querían encontrarse continuamente contigo

en su vida diaria,

y aprender de ti

cómo vivir correctamente su existencia humana;

aprender de ti cómo encontrar a Dios

y así hallar el acuerdo entre ellos.

 

Te regalaron la corona y el cetro,

que entonces eran los símbolos

del dominio sobre el país,

porque sabían que así el poder y el dominio

estarían en las mejores manos,

en las manos de la Madre.

 

Tu Hijo,

poco antes de llegar la hora de la despedida

dijo a sus discípulos: 

"El que quiera llegar a ser grande entre vosotros

será vuestro servidor,

y el que quiera ser el primero entre vosotros

será esclavo de todos" (Mc 10, 43).

 

Tú, en la hora decisiva de tu vida,

dijiste:  "He aquí la esclava del Señor" (Lc 1, 38)

y viviste toda tu existencia como servicio.

Y lo sigues haciendo

a lo largo de los siglos de la historia.

 

Como en cierta ocasión, en Caná,

intercediste silenciosamente y con discreción

en favor de los esposos,

así lo haces siempre: 

cargas con todas las preocupaciones de los hombres

y las llevas ante el Señor,

ante tu Hijo.

 

Tu poder es la bondad.

Tu poder es el servicio.

Enséñanos a nosotros,

grandes y pequeños,

dominadores y servidores,

a vivir así nuestra responsabilidad.

 

Ayúdanos a encontrar la fuerza

para la reconciliación y el perdón.

Ayúdanos a ser pacientes y humildes,

pero también libres y valientes,

como lo fuiste tú en la hora de la cruz.

 

Tú llevas en tus brazos a Jesús,

el Niño que bendice,

el Niño que es el Señor del mundo.

De este modo,

llevando a Aquel que bendice,

te has convertido tú misma en una bendición.

 

Bendícenos;

bendice a esta ciudad y a este país.

Muéstranos a Jesús,

el fruto bendito de tu vientre.

 

Ruega por nosotros, pecadores,

ahora y en la hora de nuestra muerte.

 

Amén.

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