Teresa de Jesús, la reformadora que eligió la pobreza

«Y crean, mis hijas, que para vuestro bien me ha dado el Señor un poquito a entender los bienes que hay en la santa pobreza». Con estas palabras, dirigidas a sus hermanas, comienza Santa Teresa el Camino de perfección (CV 2,5). Estos tesoros se encuentran a manos llenas a través de sus escritos. Santa Teresa escogió la vida de pobreza evangelica como un modo de santificación para acercarse a Cristo. Las carmelitas se identifican con el Jesús pobre que nos invita a ir al Padre a través del la vida evangélica.

I. ¿QUÉ SE ENTIENDE POR POBREZA «APOSTÓLICA»?

Creemos que una buena manera de captar lo que hay de original y esencial — y por tanto, de siempre actual — en la concepción teresiana de la pobreza, es subrayar lo que llamamos su vertiente «apostólica». ¿Qué entendemos nosotros con esta expresión?

En el lenguaje moderno dicha palabra puede tener doble significado. En el primero, y más extendido, ‘apostólico» es todo lo que concurre a la obra divina de la salvación del hombre. El segundo significado — conocido sobre todo en la antigüedad cristiana — se refiere al estilo de vida de los Apóstoles de Cristo. En ese sentido es «apostólica» una persona o comunidad que se proponga imitar la vida de los Apóstoles.

No nos parece que la palabra «apostólico» — como tampoco la palabra «evangélico» — sea frecuente en los escritos de Santa Teresa. Sin embargo, podemos demostrar con satisfacción que la realidad significada por dicha palabra — en la doble acepción actual que acabamos de explicar– se encuentra continuamente en sus escritos cuando la Santa habla de pobreza; y que la conjunción armónica de los dos significados de «apostólico» nos da la clave del pensamiento teresiano sobre este consejo evangélico.

Resumiendo podríamos decir: El primer sentido de la palabra «apostólico» — en cuanto se refiere a la salvación del mundo — nos indica el fin último, al que se dirige la pobreza propuesta por Teresa a sus hermanas carmelitas: Si ellas aceptan el ser pobres es para cooperar a la obra divina de la salvación del hombre. La pobreza de la carmelita es un medio de apostolado.

El segundo significado indica la manera peculiar de dicha pobreza, su «estilo propio»: Para que esa pobreza sea un instrumento eficaz de salvación, tiene que parecerse lo más posible a la que Cristo «aconsejó» a sus Apóstoles, invitándoles a llevarla a la práctica.

1) Ser pobres como los Apóstoles para «ayudar» a Cristo en su obra de salvación

a. — No existe la menor duda de que la finalidad última del género de vida propuesto por Teresa a sus hermanas es una finalidad esencialmente apostólica (en el primer sentido). Basta releer el principio del Camino de perfección para convencerse de ello. Para Teresa la «vida contemplativa» de las carmelitas es un medio de trabajar en la salvación de las almas, como les dice en Camino: «Y cuando vuestras oraciones y deseos y disciplinas y ayunos no se emplearen por esto que he dicho, pensad que no hacéis ni cumplís el fin para que aquí os juntó el Señor» (CV 3,10). En definitiva, es, pues, en función de esta finalidad apostólica como hay que mirar las decisiones que tomó Santa Teresa al ordenar la vida del nuevo Carmelo.

b. — Los únicos medios que ella puede ofrecer a sus hermanas para alcanzar este objetivo, son los de la vida contemplativa, y que, Teresa resume en uno solo: la «oración». Oración que, entendida en este sentido y realizada con esta finalidad, no puede ser más que «apostólica», es decir, de alabanza e intercesión.

c. — Para que la intercesión pueda tener una eficacia real en vista de la salvación del mundo, tiene que ser una intercesión viva, como decía San Pablo a los cristianos: «Ofrecer sus personas en holocausto vivo, santo, agradable a Dios» (cf Rm 12,2). Dicho de otro modo: para que la oración de las Carmelitas pueda ser escuchada por Dios, debe partir de una voluntad que, en lo más profundo de su ser, se identifique con la voluntad del Padre; es necesario que su vida toda entera sea una respuesta a dicha voluntad divina. Su única preocupación ha de ser, por tanto, buscar constantemente la manera de agradar lo más posible al Señor.

d. — Ellas tienen un medio infalible para obtener este objetivo: «Pues sabemos el camino como hemos de contentar a Dios por los mandamientos y consejos» (6 M 7,9). Por consiguiente, cuanto más se esforzaren en ser fieles a los «consejos» de Cristo, tanto más agradarán a Dios, tanto mejor será escuchada su oración, tanto más trabajarán por la salvación del mundo. He aquí el motivo por qué Teresa — al principio de su actividad fundacional — viéndose incapaz de hacer otra cosa por la salvación de las almas, se decide a «seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo» (C1,2).

e. — Para Teresa está claro que el «consejo» de Cristo por excelencia es el de la pobreza; a tal punto que la expresión «consejos de Cristo» (por otra parte bastante rara) designa explícitamente — al menos en tres casos — el consejo único dc la pobreza. Dada la importancia de estos textos, creemos muy conveniente el citarlos por entero. Los dos primeros se hallan en el cap.35 de la Vida, y se refieren a la decisión tan determinada de Teresa de optar, para sí misma y para sus hermanas del monasterio de San José de Avila, por la pobreza absoluta, con renuncia total a las rentas: «Me era gran regalo pensar de guardar los consejos de Cristo Señor nuestro«. «Yo le respondí (al P. Ibáñez) que para no seguir mi llamamiento y el voto que tenia hecho de pobreza y los consejos de Cristo con toda perfección, que no quería aprovecharme de teología» (V 35,2.4). El otro texto se encuentra en el capítulo segundo del Camino de perfección que trata precisamente de la pobreza perfecta. Teresa anima a sus hermanas a practicarla, mostrándoles la dicha que sentirán en ello; no tienen que buscar otra recompensa fuera de ésta: «Y cuando no hubiere ninguno (premio) si no cumplir lo que nos aconsejó el Señor, era grande la paga imitar en algo a Su Majestad» (CE 2,7) (cf CV ibid.).

2) ¿En qué consiste el estilo de pobreza vivido por los Apóstoles?

Consiste en que se inspira esencialmente en los «consejos» que Cristo les diera en este terreno. Ahora bien, los «consejos» que Cristo les dio, primeramente comenzó a practicarlos él mismo. Por consiguiente, la pobreza «apostólica» (en el segundo sentido) no es otra cosa, en definitiva, que una imitación de la pobreza del mismo Cristo. El, siendo rico, se hizo pobre para salvar a los hombres. De este modo, quien quiera «ayudarle» en esta obra de la. salvación del mundo, tendrá que hacerse pobre como él. Esto lo podrá realizar contemplando a Cristo como modelo, optando por un género de vida semejante en lo posible al de los Apóstoles. Concretamente, esto significa para Teresa volver a la Regla primitiva del Carmelo, que establecía precisamente un estilo de pobreza totalmente «apostólico».

a. — La imitación de la pobreza de Cristo. En dos ocasiones establece Teresa una unión explícita entre la práctica de los «consejos evangélicos», es decir, entre la pobreza y la imitación de Cristo. En el primer texto nos muestra ella la incompatibilidad absoluta existente entre la práctica de los «consejos de Cristo» y el apego al «punto de honra», una de las formas más perniciosas de la riqueza. Oigámosla: «Andas procurando juntarte con Dios por unión, y queremos seguir sus consejos de Cristo, cargado de injurias y testimonios, «y queremos muy entera nuestra honra y créditos? — No es posible llegar allá, que no van por un camino» (V 31,22). El segundo texto se encuentra en la única redacción del Camino de perfección del manuscrito de Valladolid. Acabamos de citarlo en la redacción del Escorial, hablando del consejo de pobreza. La segunda redacción añade estas pocas palabras: «Era grande la paga imitar en algo a Su Majestad» (CV 2,7).

El primero de los dos textos nos muestra, por otra parte, cuánto hay que profundizar hasta poder percibir en toda su fuerza y verdad la pobreza de Jesucristo. Este fue pobre, no sólo porque vivió en material desnudez, sino porque fue humillado y rechazado por los hombres. El pobre que Teresa contempla en Jesús es, por tanto, aquel que la Escritura designa con el nombre de Servidor de Dios; aquel que recapitula en sí mismo y lleva a su última perfección toda la justicia y santidad de los Pobres de Yahvé, sobre todo de María, la Madre de Jesús, reina de los Anawim. Con ocasión de la fundación de Toledo, díjole Jesús a Teresa: «Mucho te desatinará, hija, si miras las leyes del mundo. Pon los ojos en mí, pobre y despreciado de él» (R. 1570, Toledo).

Jesús fue pobre desde el primer momento de su concepcíon en el seno de María su Madre: «Mas ¡qué cosa de tanta admiración, que hinchara mil mundos con su grandeza, encerrarse en cosa tan pequeña (como el palacio de mi alma)! Así quiso caber en el vientre de su Sacratísima Madre» (CE 48,3). Después quiso él nacer en Belén en la más completa desnudez (C 2,9; F 3,13; 14,6). A Teresa le gusta presentar a sus hermanas el misterio insondable de la pobreza de Dios hecho hombre, hablándoles de «las lágrimas del recién nacido, de la pobreza de su madre, de la dureza del pesebre, del rigor del tiempo y de la falta de acomodo del establo» (Entretenimiento en las carmelitas de Valladolid, la vigilia de Navidad, 1568, Reforma, T 1, L II, c.16,2). Hay que leer asimismo la página deliciosa en la que describe ella la escena de la Presentación en el Templo: «Tampoco no vía el justo Simeón más del glorioso Niño pobrecito que en lo que llevaba más pudiera juzgarle por romerito hijo de padres pobres que por Hijo del Padre Celestial …» (CE 53,2). Durante su vida pública, no teniendo Cristo donde reposar la cabeza, tuvo que contentarse muchas veces con dormir al sereno (cf V 33,12). Pero el punto culminante de la pobreza lo alcanza Cristo cuando muere en la Cruz, desnudo de todo y abandonado de todos (V 35,3; CV 2,9). Este misterio se prolonga admirablemente en el de la Eucaristía (F 3,13).

b. — La imitación de la pobreza de los Apóstoles. Poniendo en práctica los consejos de pobreza que les diera Jesús, fueron los Apóstoles sus primeros imitadores. Ellos nos ofrecen, además, el modelo por excelencia, inspirado directamente por Cristo, de toda forma de vida comunitaria que pretende apoyarse en la pobreza del Evangelio.

Ellos constituyen, con el y a su alrededor, el nuevo Israel de los verdaderos Pobres de Yahvé. También ellos, lo mismo que el Maestro, han sido rechazados y humillados pon los hombres: «Oh gente ilustre!, dice Teresa. Abrid por amor de Dios los ojos; mirad que los verdaderos caballeros de Jesucristo y los príncipes de su Iglesia, un San Pedro y San Pablo, no llevaban el camino que lleváis. «Pensáis por ventura que ha de haber nuevo camino para vosotros? No lo creáis» (F 10,11). Y continúa la Santa pensando en los y en las Carmelitas: «No debe querer su Majestad que nos honremos con señores de la tierra sino con los pobrecitos — como eran los Apóstoles — y así no hay que hacer caso de ello» (Cta del 17 de sept. 1581,3). San Pedro, el jefe del colegio apostólico, no era más que un simple pescador de Galilea (CV 27,2). San Pablo trabajaba para ganarse el pan (Cons 2,1.6). Lo mismo que al joven rico, Jesus exige a sus discípulos abandonarlo todo para seguirle (3 M 1,5). El les pide que se abandonen sin reservas a la Providencia divina en todo lo que concierne su subsistencia material (C 2,2). Conforme al consejo de Cristo, sus discípulos de la primitiva Iglesia ponían sus bienes en común, distribuyéndolos entre sí de tal manera que ninguno padeciese miseria (F 29, 27).

c. — Pobreza «apostólica» de la Regla primitiva.

Refiriéndose a la necesidad que tienen las Ordenas religiosas de ser reformadas, Teresa nos da la clave, para interpretar sus propias fundaciones: «Siquiera que hubiese un dibujo de lo que pasó Cristo y sus Apóstoles, pues ahora más que nunca es menester» (V 27,15). Este dibujo lo encuentra ella perfectamente esbozado en la Regla del Carmen, sobre todo en lo que dice relación a la pobreza, renunciando a toda propiedad (V 35,2.3); con la obligación que incumbe a cada uno de trabajar para ganarse el pan (Cons 2,6); con referencia explícita a la enseñanza y al ejemplo de San Pablo (ibid y 2,1); con obligación de ponerlo todo en común.

Tal es el tipo de pobreza que Teresa quiere ver florecer en sus monasterios. Lo mismo que en otros terrenos, ella no propone aquí a sus hermanas nada que no estuviere ya en la Regla primitiva. Ellas encontrarán cn ésta una reproducción exacta de la pobreza «apostólica, condición necesaria para que sus oraciones puedan ser escuchadas: «Pues con que procuremos guardar cumplidamente nuestra Regla y Constituciones con gran cuidado, espero en el Señor admitirá nuestros ruegos; que no os pido cosa nueva, hijas mías, sino que guardemos nuestra profesión, pues es nuestro llamamiento …» (CV 4,1). Para Teresa hay una correspondencia absoluta entre estas dos fórmulas: «seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese» (C 1,24 y «guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese» (V 32,9).

La pobreza apostólica de las carmelitas según Santa Teresa de Jesús

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