Reflexiones de una visita

Los viajes que realizó S.S. Juan Pablo II permanecen como una experiencia inolvidable, como ejemplo permanente para dirigirnos hacia una vida más humana y trascendente

Después de cuatro visitas el Papa Juan Pablo II decidió visitar el país que tan lleno de gozo le recibió en el mes de julio del presente año, ¡que extraordinarios momentos se han quedado grabados en la mente de todos y cada uno de los mexicanos y en los corazones del mundo entero.

La Virgen hace ya más de cuatro siglos marcó el destino de los mexicanos, a través de la sencillez y el amor de un indio llamado Juan Diego, transmitió su amor maternal y su cuidado protector para cada uno de los más desvalidos, de los más olvidados y solitarios, de los más humildes y mansos de corazón.

La Virgen María en su advocación de Guadalupe mostró el rostro divino más humano, más delicado, más comprensivo y amoroso, salió al encuentro de uno de sus hijos para mostrarle su rostro de madre, una madre pendiente de las necesidades de su pequeño hijo, para calmar su angustia, para abrazarlo en su regazo y mostrarle el camino de la felicidad.

Millones de mexicanos madrugaron horas y gritaban con sonrisas ¡Juan Pablo: Te amamos, por eso madrugamos! Comieron poco, durmieron mal, no importó el sol inclemente ni el frío de la madrugada; todo con tal ver pasar por un segundo a aquel cuya presencia transforma y provoca un vuelco en el corazón de quien lo mira. Este Padre, este Buen Pastor que refleja la paz, el amor, la vida plena, nos trajo la luz que no ciega ni deslumbra, la luz que queremos dentro para que irradie, la luz de Cristo. Bastaba un segundo para ver ojos inundados de lágrimas y gargantas casi afónicas por las canciones y vítores que en honor a Cristo, a la persona del Papa se entonaban.

Su Santidad, guía de la Iglesia, Vicario de Cristo, ha llegado nuevamente al continente Americano para afirmar y recordar la predilección de Nuestra Madre y de Nuestro Señor por un continente joven donde la fe se ha defendido, y tanto ha sido su afecto que vino por quinta vez y nos dejó un legado de amor, la canonización del más pequeño, del más humilde, del más bueno, el indio Juan Diego. Nunca antes el Santo Padre había exclamado: “Me voy pero no me voy” “Me voy pero no me ausento”. La visita del Papa no ha sido solo para México, sino para América entera.

Estas palabras han quedado grabadas en lo más profundo del corazón de todos, el Papa está con nosotros, su pensamiento, sus oraciones, su amor y nos remontan a que Su Santidad las dijo en nombre de Cristo, y renuevan aquellas palabras que El mencionó: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”; que maravilla descubrir el amor tan grande por cada uno de nosotros, la invitación a vivir con alegría, a cantar y gritar con el alma, a madrugar, a no comer, a sacrificarnos por que Dios Nuestro Señor se haga presente.

Nuestra Señora y el Papa en tiempos distintos han venido a recordarnos que, nosotros con Jesucristo podemos transformar el mundo. ¡Cuántas almas se habrán transformado ya! “Es la fuerza del espíritu que provoca que un alma se transforme y arrastre a otras muchas a su vez. Un alma entregada es una fuerza de atracción que polariza y arrastra en su entorno a otras muchas y éstas a su vez a otras… formando una constelación indefinida. Nos salvamos en familia. A Dios siempre se llega en compañía.” (García- Salve, F., “Hombre Lucha”)

Quienes estuvieron junto al Papa durante esta, su más reciente visita a México, le gritaba ¡Espera! ¡No te vayas! ¡Regresa! Entre cantos y vítores resonaba “Juan Pablo hermano, ya eres mexicano!; el testimonio de una nación debe hacer notar que esta sed de amor, de justicia, de Verdad solo puede saciarla Jesucristo.

La venida de Su Santidad no puede quedar en el olvido, debe ser motor para continuar alzando la voz, para trabajar, para seguir madrugando y sacrificándose porque la Verdad llegue a todos los rincones de la tierra, el testimonio de lo ocurrido en México ha de ser como levadura, como la sal de la tierra. Dios nos trajo al Papa para recordarnos la misión que todos los católicos tenemos, nos trajo nuevamente la Buena Nueva, no podemos cruzarnos de brazos. El fervor demostrado, las lágrimas, los preparativos, han de ser signos sensibles de lo que se lleva en el corazón y tomando el ejemplo de San Juan Diego debemos dejar nuestras preocupaciones en las manos de Nuestra Madre la Virgen de Guadalupe y ponernos a trabajar con tesón por extender la Palabra de Dios para que así como retumbaron nuestros corazones, retumben los del mundo entero y se cumpla la gran promesa: Reinaré.

El Papa Juan Pablo II nos pide construir una civilización sustentada en la paz y la libertad. Una sociedad que realmente busque la paz, está vinculada con la justicia; sin ésta no hay paz. Sin ambos valores, el hombre nunca tendrá la plenitud de su libertad.

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