La Pasión, ¿según Mel?

¿En qué se basan las principales críticas a la cinta de Mel Gibson? ¿Son simples exageraciones o hay fundamentos para oponerse a la película del director australiano?

La película sobre la pasión de Cristo escrita, dirigida y producida por Mel Gibson ha causado un revuelo inusitado alrededor del mundo. Indignados, algunos miembros de la comunidad judía alzaron su voz para impedir sin éxito el estreno de la cinta en Estados Unidos.

En aras de la paz y la no difusión del antisemitismo, varios sectores del judaísmo han mostrado su inconformidad con la cinta del australiano. “Es muy violenta”, dicen. “Acusa al pueblo judío de haber asesinado a Jesús”.

Demasiada violencia

La película, en efecto, no teme mostrar los hechos con un realismo que más de alguien ha juzgado de crudo. Ver el rostro de James Caviezel, quien personifica a Cristo, víctima de los soldados romanos, es sin duda impactante. La fuerza de las imágenes es contundente.

La caracterización de Caviezel nada tiene que ver con aquellas representaciones fílmicas de los años cincuenta, en las que sobre acartonadas escenografías, un actor refulgía de blanco y no había más sangre que la mínima indispensable.

Ahora, gracias a los efectos especiales y al análisis histórico, la cercanía con los hechos reales es mucha. Las quejas más airadas giran en ese sentido. “Demasiada sangre, ¿no teníamos suficiente con Schwarzenegger?

Pero no se trata de violencia gratuita. Por más grande que sea el esfuerzo, cuesta trabajo imaginar a la tropa de Poncio Pilatos en una actitud reverencial y educada hacia Jesús.

La de Cristo fue una tortura con todas sus letras. Lejos de la humillación —de los escupitajos y el agravio moral—, los golpes de decenas de hombres no se pueden borrar con buenas intenciones, tan sólo porque fueron demasiado violentos.

Más allá de los pronunciamientos de la Santa Sede, de cardenales, de rabinos o expertos cinéfilos, si la película de Gibson rebasa los grados de violencia estandarizados es porque los hechos que narra lo fueron.

El hecho de que la famosa secuencia de la toma de Normandia con la que inicia “En busca del soldado Ryan”, de Steven Spielberg, es cruenta y nos erice la piel por su realismo, no obedece al estado de ánimo del director o a sus preferencias políticas. Tratando de ser lo más fiel a la historia, el día D fue así. Nada más.

El peligro de irse a los extremos

El asunto del antisemitismo que presuntamente promueve la cinta de Mel Gibson también ha sacudido con fuerza varios sectores de la sociedad. Sin embargo, bajo esta consigna yace un error de apreciación.

Decir que la cinta culpa a los judíos de la muerte de Cristo y que por eso fomenta el antisemitismo, es tanto como acusar a Steven Spielberg de antigermanismo por mostrar los asesinatos nazis en la Segunda Guerra Mundial en varias de sus películas.

Hace falta ver el asunto en su justa dimensión. En efecto, un grupo muy concreto de personas, los nazis, mataron a millones de judíos. Pero eso no quiere decir que toda Alemania sea un grupo de criminales que anden por el mundo asesinando rabinos.

Ni tampoco hacer una película al respecto implica difundir la animadversión contra el pueblo germano. Dicho de otra manera, ¿cuántas manifestaciones se registraron por parte de las comunidades alemanas antes del estreno de la Lista de Schindler o de cualquier otra cinta sobre los crímenes nazis? Polarizar el asunto es necedad.

Demasiado real

El retrato de Gibson está basado en los evangelios y en la crónica de la religiosa agustina Anna Katharina Emmerich, la famosa estigmatizada que escribió un relato estremecedor de la pasión de Cristo.

La narración de Emmerich, una especie de novelización libre de la pasión del Señor, sirvió a Gibson para darle una idea de las proporciones de los hechos que llevó a la pantalla.

Efectivamente, la cinta es descriptiva y refleja el ánimo de su director: acercar al espectador al Calvario del modo más fiel posible. Esa es la intención: abundar en lo que significó verdaderamente el sacrificio de la Cruz.

A veces pensamos en la crucifixión de Nuestro Señor como algo lejano, incluso un relato para animarnos cada año a ser mejores personas. No es así. Aquello sucedió para salvarnos y esa inmolación, en toda su realidad, no fue tersa o amable.

Más allá del escándalo suscitado en los medios de comunicación alrededor de "La pasión de Cristo", la película es una oportunidad impagable para reflexionar si de verdad somos conscientes del significado y la dimensión de la oblación de Cristo por nosotros, de que somos testigos de ese mismo sacrificio en cada celebración eucarística y de que todo fue hecho por nuestra salvación.

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