Ingeniería genética: el desafío actual de la Bioética

¿Es válido descartar un embrión extrauterino porque presenta información genética predictiva de una grave dolencia? ¿Qué grado de importancia deberá revestir la enfermedad para justificar la no implantación del embrión?

Stella Maris Martínez

Doctora en Derecho de la Universidad de Salamanca, España. Licenciada en Criminología. Profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Defensora de Pobres, Incapaces y Ausentes ante los Tribunales Orales en lo Criminal de la Capital Federal.

Durante la última década, la comunidad internacional se ha visto conmovida por los anuncios de espectaculares avances en el campo de la biología molecular, centrados, sustancialmente, en el ámbito de la genética. Lo que hasta entonces parecía ser un territorio vedado al conocimiento del hombre -la clave del misterio mismo de la vida- comenzó a ser desentrañado.

Estos promisorios avances de las ciencias biológicas tomaron desprevenidas a las disciplinas del deber ser y las enfrentaron, cruda e inesperadamente, a una serie de acuciantes preguntas; y aunque esos interrogantes no configuran, en esencia, más que la nueva formulación del ancestral dilema de los límites del obrar humano -si deben existir y cuáles son- lo cierto es que la respuesta ética resultante no ha alcanzado -hasta el presente- la profundidad, la amplitud y la riqueza que el tema en estudio requiere[1]. De más está decir que, ante la falta de una estructura de justificación ética coherente, la respuesta legal es incompleta, irregular o directamente inexistente.

Este panorama, trasladado al ámbito de formación de la conciencia de la comunidad sobre tal problemática, adquiere ribetes aún más alarmantes. El ciudadano medio sólo accede a noticias defectuosamente elaboradas por los medios masivos de difusión, que se manejan en base a dos premisas antagónicas: el milagro o el apocalipsis, sin dejar espacio para una aproximación racional al tema.

No es ajena a la confusión reinante la falta de precisión -o, incluso, de conocimiento- sobre el exacto contenido de estas nuevas prácticas científicas, sus alcances y sus posibilidades reales.

En una primera visión, es fácil detectar que el discurso habitual confunde los procedimientos de ingeniería genética con las prácticas terapéuticas destinadas a paliar la infertilidad. Valga entonces precisar que la ingeniería genética comprende la totalidad de las técnicas dirigidas a alterar o modificar el caudal hereditario de alguna especie, ya sea con el fin de superar enfermedades de origen genético (terapia genética) o con el objeto de producir modificaciones o transformaciones con finalidad experimental, esto es, de lograr un individuo con características hasta ese momento inexistentes en la especie (manipulación genética)[2].

Por su parte, la llamada manipulación ginecológica abarca todos aquellos procedimientos médicos destinados a la superación de la infertilidad mediante la concreción de la fecundación por medios no naturales (inseminación artificial, fecundación "in vitro", GIFT, …), lo que en modo alguno importa modificación del patrimonio genético.

En tanto la manipulación ginecológica presenta como principales temas en conflicto los vinculados a las técnicas mismas[3], pero no así su objetivo -obtener descendencia para una pareja infértil-, en el campo de la ingeniería genética se coloca bajo análisis su misma razón de ser, esto es: ¿es lícito alterar el patrimonio genético de la humanidad?

Es más, mientras los cuestionamientos a la fecundación asistida se limitan a su práctica en la especie humana, quienes cuestionan los avances en ingeniería genética también desaprueban lo que conlleva alteración del patrimonio genético de cualquier ser viviente, aunque asignándole un menor grado de disvalor.

Cabe en este punto reflexionar brevemente sobre el contenido y alcance de estos procedimientos y, básicamente, acerca de sus reales posibilidades en un futuro próximo.

Cada ser humano cuenta con una dotación de aproximadamente cien mil genes, ordenados de a pares, que son los que le otorgan su carácter diferencial. A lo largo de su existencia desarrollará parte de la información contenida en esos genes, pero lo que nunca podrá lograr es que su organismo exprese una información ausente de su cromosoma. El lenguaje en que tal información está escrita es el mismo para todo ser viviente[4].

Dussaut, Premio Nobel de Fisiología y Medicina (1980), señalaba: "Es sólo el orden en que se suceden estas cuatro letras[5] lo que diferencia al rosal o al maíz de una bacteria, de un elefante o de un hombre"[6].

Dueños de este conocimiento, dos serían los caminos a recorrer por parte de los científicos: a) traducir la totalidad de la información contenida en el cromosoma de los distintos seres vivientes, con miras a la concreción de una medicina predictiva, y, en un futuro más lejano, a una terapia génica que reconstruya los cromosomas portadores de graves dolencias; b) explorar la posibilidad de que la información genética contenida en un organismo pudiere ser insertada en otro que carezca de ella, aún atravesando la barrera de las especies.

a) En la primera línea de trabajo se encuentra el Proyecto HUGO, que comenzó oficialmente el 1º de octubre de 1990, en los Estados Unidos de Norteamérica, cuyo objetivo es descifrar la información contenida en cada uno de los genes que componen el cromosoma humano. Con igual sentido, el 11 de junio de 1990, el Consejo de Europa adoptó un programa específico destinado al análisis del genoma, siendo ambas iniciativas acompañadas por Japón, con su "Programa Científico de Fronteras Humanas". Se fundamenta que la secuenciación completa del genoma -experiencia de altísimo costo económico- permitirá un decisivo avance en las terapias génicas, posibilitando una medicina predictiva que desterrará del planeta la mayoría de las enfermedades conocidas.

Lamentablemente, no se ha explicitado claramente cuál será el camino para alcanzar esa panacea. Es indudable que una vez concluído el Proyecto, se podrá conocer con un alto grado de certeza el contenido del genoma de un individuo determinado: sabremos si tiene propensión a poseer ojos azules o castaños, si será alto o bajo, si tiene tendencia a desarrollar diabetes o ciertos tipos de cáncer, si será portador del síndrome de Down o de mal de Alzheimer…pero, ¿cómo y quién va a manejar esa información?

Si lo que se intenta es lograr una humanidad "perfecta", parece claro que el camino más seguro es difundir como único método válido de procreación la fecundación "in vitro", que permitirá manipular genéticamente los embriones extrauterinos eliminando la dolencia que los afecta. De más está decir que esta práctica -por el momento, de concreción imposible- no es la alentada por los científicos que, ante un supuesto de anomalía severa del embrión sugieren, lisa y llanamente, su no implantación[7].

Surgen aquí graves dilemas éticos: ¿es válido descartar un embrión extrauterino porque presenta información genética predictiva de una grave dolencia? ¿Qué grado de importancia deberá revestir la enfermedad para justificar la no implantación del embrión? Y, si la opción es modificar la dotación cromosómica del embrión, ¿pueden los científicos alterar el patrimonio genético de la especie humana, ignorando las consecuencias finales de tal alteración? Recordemos que toda manipulación realizada en los primeros días de evolución del embrión alcanzará a todas sus células y se transmitirá indefectiblemente a su descendencia. A partir de ese momento la mutación artificial y sus imprevisibles consecuencias habrán quedado definitivamente integradas al recurso genético de la humanidad, recurso que ha permanecido inalterado durante milenios, sólo sometido a las modificaciones que la misma evolución le imponía, permitiendo al hombre sobrevivir como especie y dominar el mundo.

Similares objeciones ofrece la terapia génica que importe alteración del genoma, cuando la misma se realice sobre las células germinales de un individuo[8].

Cabe señalar que el debate ético sobre el punto recién se inicia. Con argumentos que minimizan los riesgos o señalan que vale la pena correrlos, la postura favorable a la posibilidad de alteración del genoma reivindica el derecho de la humanidad de dominar su propio destino contribuyendo, por todos los medios a su alcance, a tratar de mejorar su calidad de vida[9].

Los reparos expuestos a la alteración de la composición cromosómica no empecen a los significativos logros que indudablemente irrogará la secuenciación completa del genoma, en punto a evitar el desarrollo de determinadas enfermedades, predispuestas genéticamente, mediante la modificación de los hábitos o del medio ambiente de su portador.

b) Esta línea de investigación, que ya ha dado numerosos frutos, es, sin embargo, la más cercana a la ciencia ficción.

Como ya señalamos, el lenguaje en que está codificada el patrimonio hereditario de todo ser viviente es el mismo, sólo variará la cantidad y la calidad de información contenida en cada genoma. A partir de esta premisa los científicos pergeñaron la posibilidad de introducir información genética de una especie en el cromosoma de otra, e intentar que esta última exprese, con su propio organismo, estas instrucciones.

Más allá de la teoría, esta posibilidad recién pudo concretarse en el año 1972 a partir del descubrimiento del ADN recombinante, por parte del Premio Nobel Paul Berg[10].

Con esta nueva biotecnología, durante el año 1977, se logró transferir la síntesis química de un gen humano a la bacteria Escherichia Coli. Esta bacteria, con la información genética humana incorporada a su genoma, produjo la hormona somatostatina[11]. En la actualidad son numerosos los casos de producción de sustancias humanas mediante biotecnología, resultando ejemplo suficiente la producción mediante este método de la insulina y el interferón.

Ninguna objeción surge a primera vista ante lo que luce como un importante avance de la ciencia, pero, a poco que nos detengamos en los procedimientos utilizados surgen los interrogantes en punto a la circunstancia, innegable, que lo que se introduce en una bacteria, es, mi más ni menos que parte del cromosoma humano.

A ello se le suma que esta técnica abre la puerta a posibilidades de experimentación mucho más complejas y que pondrían en grave peligro tanto la dignidad como la supervivencia de la especie humana. Al resultar viable alterar el genoma introduciendo información genética de otras especies, ¿quién nos asegura que no se intentará crear un individuo con la fuerza del chimpancé o la vista de un lince?.

También en este campo la humanidad puede verse afectada no ya por medio de la manipulación directa sobre su patrimonio genético, sino mediante la transformación genética de especies vegetales fundamentales para su supervivencia o mediante la liberación irresponsable en el medio ambiente de microorganismos mutados genéticamente.

El panorama es complejo y requiere de una urgente reflexión bioética que sirva como faro para la elaboración de normas que encaucen toda actividad hacia el objetivo supremo del bien común. Estas normas, por su parte, no pueden ser el producto de uno u otro grupo de presión, sino de una maduración profunda y sabia sobre el tema, que reconozca como antecedente el consenso de la comunidad debidamente informada sobre los postulados básicos que se intenta proteger.

Considero que el camino emprendido no tiene retorno, resulta pueril pretender la eliminación de la biotecnología en el mundo actual, pero resulta igualmente irresponsable cerrar los ojos ante esta realidad que nos supera, delegando en los científicos las decisiones que debe tomar toda la comunidad.

La supervivencia de la especie humana y los derechos de todo hombre a ser único e irrepetible, a poseer un patrimonio genético inviolado y a preservar la privacidad de ese patrimonio son los valores fundamentales que están en juego.

[1] Tan grande ha sido el impacto de estos avances científico-técnicos en la Etica tradicional, que ha desarrollado una rama directamente conectada a la problemática de la vida humana: la Bioética o Moral de la Corporalidad (Cfr. Vidal, Marciano: Bioética – Estudios de Bioética Racional, Madrid, 1989, pág. 16 y ss.), disciplina a la que se consagra la publicación que incluye este trabajo.

[2] Vid. la obra de la autora Manipulación Genética y Derecho Penal, Ed. Universidad, Buenos Aires, 1994.

[3] Resulta claro como ejemplo la postura adoptada por la Iglesia Católica que sostiene la existencia de vida humana digna de absoluta protección -y por ende intangible- desde el momento mismo de la concepción, y repudia no sólo cualquier tipo de experimentación con embriones sino también el congelamiento de los mismos e incluso las técnicas de fecundación "in vitro" en la medida en que implican, necesariamente, una pérdida significativa de óvulos fecundados.

[4] Esta estructura fue descifrada en 1953 por Watson y Crik que determinaron que toda forma de vida en la Tierra está programada y codificada en dos hélices enrolladas una sobre otra, cada una de las cuales está formada por una sucesión de nucleótidos. Cada nucleótido está a su vez formado por una base nitrogenada (que puede ser adenina, timina, citosina o guanina) una molécula de azúcar y otra de ácido fosfórico. El orden en que tales nucleótidos se disponen a lo largo de la doble hélice del ácido desoxirribonucleico (ADN) configura el mensaje en el que está escrito el discurso genético de todo organismo viviente.

[5] Las cuatro letras a las que alude son las cuatro bases nitrogenadas (cf. nota 4) que se identifican con la primera letra de sus respectivos nombres.

[6] Cf. Dussaut, J., Respetar el patrimonio genético del hombre, en "El Correo de la Unesco", mayo de 1988, pág. 20.

[7] Avalando esta postura, Marciano Vidal sostiene: "…pertenece a la responsabilidad de los profesionales no implantar aquellos embriones que sufren alguna anomalía notable, debido a la cual o no lograrían el desarrollo intrauterino o producirían un feto con malformaciones graves. Esta actuación viene aconsejada por la analogía con los procesos de reproducción humana natural.También es exigida por el derecho y el deber de la eugenesia humana" (op. cit., pág.123).

[8] Ningún reparo ético surge, más allá de los requisitos que deben acompañar a toda terapia experimental, en el caso de la manipulación genética de células somáticas, toda vez que las variaciones que se efectúen no serán transmisibles hereditariamente.

[9] Sobre la manipulación del patrimonio genético vid., "in extenso" el trabajo de la autora citado en la nota 3.

[10] El proceso de clonación molecular consta, esencialmente, de las siguientes fases:

a) se parte de un ADN portador de los genes de interés y se obtienen fragmentos del mismo, algunos de los cuales deberá contener necesariamente dichos genes;

b) se unen los fragmentos a una molécula de ADN que actúe como vector, formando un ADN recombinante.

c) se introduce el ADN recombinante en células huésped apropiadas, para que tenga lugar la expresión de los genes extraños.(Cf. Rodríguez Domínguez, Luis, Proyección aplicada de las técnicas de ingeniería genética, "Temas de Microbiología", Vol. I, Salamanca, 1983.

[11] Cf. ITAKURO, K. y otros, Expression in E, Coli of a chemically synthetized gene for the hormone somatostatin, "Science", vol. 198, pág. 1056.

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