El joven rico

Joven sin nombre

No se conoce el nombre de este joven impetuoso. En los evangelios aparece y desaparece. Podía ser hijo de un mercader opulento o de un hacendado, se le educó en la piedad y en el cumplimento de la Ley, y él, sin dejar de nadar en la abundancia, tenía inquietudes espirituales. En el Antiguo Testamento la riqueza suele interpretarse como signo de predilección divina; somos ricos, luego eso indica que agradamos a Dios, pero en este joven hay como un desasosiego indefinible, intuye algo más, y se dirige al Maestro bueno.

En los momentos que preceden al encuentro del joven con Jesús, el Señor alaba a los niños y a los que se hacen como niños, abrazándolos, bendiciéndolos y enseñando que el reino de los cielos es para los que se hacen como niños[560]. Después de la conversación con el joven, cuyo nombre no conocemos, viene un juicio duro para los ricos: ¡Qué difícil es que los ricos entre en el reino de Dios![561]. Parece como si la alegría producida al Señor por los niños se nublase ante la falta de generosidad de aquel joven. Era casi un niño en edad, pero era viejo por dentro. Cuando se le plantea en toda su exigencia lo que significa seguir el camino para alcanzar la vida eterna, se marcha triste. No capta la alegría de vivir como Jesús y seguirle de cerca.

No se conoce su nombre, se le llama el "joven rico". Pero ¿Para qué conocer su nombre si este hombre ha quedado como modelo de falta de generosidad? Era bueno, quizá siguió siéndolo – aunque mejor le cuadra llamarle bondadoso-; no pecaba, pero tampoco amaba, éste fue su fallo. El contraste con los Juan, Andrés, Santiago, Pedro, Tomás y los demás es notable éstos sí tienen un nombre que merece ser recordado, pues siguieron a Jesús. Conocemos sus vidas, sabemos sus defectos, sus tentaciones y sus luchas. Pero lo importante en ellos es que siguieron a Jesús, dejaron cosas, y, consiguieron ser perfectos por la gracia de Dios. Es cosa clara que la santidad no se consigue con grandes o pequeños discursos, meditaciones o estudios, sino amando y siguiendo a Jesús Camino, Verdad y Vida. El joven rico parece un ser irreal, pero no lo es, simplemente su vida se aleja de la de Cristo porque no quiere ser generoso, y los evangelios no tienen nada más que decir de él.

Pero centrémonos en la conversación entre Jesús y aquel joven. El comienzo no podía ser más alentador. El joven acude a preguntar a Jesús reconociéndole como Maestro. Una pregunta le ocupa y le preocupa ¿Qué hacer para obtener la vida eterna?. Marcos da un detalle interesante al decir corrió hacia él y se arrodilló, es decir, tenía vitalidad, respeto, fuerza e interés. Lucas, a su vez señala que era un personaje distinguido, quizá lo decía por los vestidos, el acompañamiento o las dos cosas a la vez. Tanto la pregunta como la actitud revelan una vida que se abre a las grandes perspectivas.

La juventud es un momento clave para plantearse el futuro. La vida de cualquier joven es sobre todo futuro. El pasado cuenta poco, el presente es incierto. Debe decidir su futuro. Primero el inmediato: elegir profesión, modo de vida, y muchas otras cosas. Estos objetivos son muy buenos y requieren una respuesta casi urgente, pero no son la más importante de las cuestiones, pues muchas decisiones de la juventud se cambian con el tiempo, y el químico se dedica luego a comerciante, el médico a representante, el ingeniero se ordena más tarde de sacerdote, la vida real es pródiga en estos cambios. Por otra parte, aunque se oriente la vida del modo más exitoso humanamente hablando ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde la vida eterna?. Cualquier joven ha visto ancianos, ricos o pobres, todos igualados por la muerte. Este pensamiento no tiene debe disminuir el interés por las ilusiones humanas, pero las sitúa en su puesto más verdadero. Lo importante de verdad es la vida eterna.

Es cierto que en la pregunta de aquel joven se vislumbra un planteamiento menos correcto, pues según la versión de Lucas quiere heredar la vida eterna, los otros evangelistas dicen alcanzar o conseguir. Heredar es lo que se recibe con poco esfuerzo, simplemente por el hecho de ser hijo o pariente. Heredar es agradable, por poco que sea lo heredado, pero no es algo conseguido con esfuerzo. También se puede pensar que este pequeño detalle era fácilmente superable, ¿Acaso no se da en casi todos los comienzos una cierta dosis de egoísmo? Suele ser importante el factor "me gusta" o "no me gusta", hasta que se va consiguiendo hacer las cosas por un amor más maduro, más generoso y desinteresado. Ocurre con los hombres como con las alcachofas, en las cuales para poder llegar al núcleo lleno de buen sabor, pero interior y oculto deben quitarse las hojas superficiales, duras y secas.

Juan Pablo II en su carta a los jóvenes del año 1985 comenta esta pregunta diciendo ¿qué he de hacer? ¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? ¿Qué he de hacer para que mi vida tenga pleno valor y sentido?. La juventud de cada uno de vosotros, queridos amigos, es una riqueza que se manifiesta precisamente en esas preguntas. El hombre las pone a lo largo de toda su vida. Sin embargo durante la juventud se imponen de un modo particularmente intenso, incluso insistente. Y es bueno que suceda así (…) comprendéis que la respuesta a ellas no puede ser apresurada ni superficial. Invita el Papa a hacer a fondo esta pregunta, pero de un modo juvenil, es decir, abierto y comprometido. Es una pregunta para todas las edades de la vida, pero de un modo especial para la etapa de la juventud en la que todo está por hacer. Plantear mal el problema de la vida llevará con seguridad a soluciones equivocadas. Plantear bien la vida facilita conseguir el objetivo.

Cristo responde a la pregunta del joven con tres respuestas. Veamos el conjunto y separemos cada uno de ellas: ¿Porqué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno, Dios. Ya conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre. La riqueza de la contestación del Señor requiere una meditación detenida por nuestra parte.

La primera parte es ¿Por qué me llamas bueno?. En esta pregunta se encierra un interrogante importante: ¿Te has dado cuenta quién soy yo? ¿Buscas sólo un Maestro docto? ¿Me preguntas porque ves que vivo lo que enseño? ¿Me llamas bueno porque has comprendido que soy el Mesías? ¿Has llegado incluso a ver que soy Dios y hombre verdadero? el silencio del joven a la primera pregunta de Jesús revela que el joven no ha captado toda la verdad de Jesús. Si se hubiese dado cuenta de todo el misterio de Cristo le hubiese seguido sin duda, pero es muy posible que sólo buscase al maestro de vida intachable y sabio; eso es mucho, pero no es toda la verdad. El conocimiento de Jesús es necesario para poder atender a sus respuestas con una actitud correcta. No es lo mismo escuchar a un maestro sabio que a uno ignorante; no es lo mismo aprender de un maestro sabio y bueno, que del mismo Dios hecho hombre. La fe bien planteada es el comienzo adecuado para poder amar de verdad. Es cierto que aquel muchacho no siguió a Cristo porque estaba apegado a sus bienes materiales, pero hay más: no tiene fe suficiente en el Señor. Al no reconocerle como Dios es incapaz de superar la atracción de los bienes materiales.

La segunda parte de la respuesta de Nuestro Señor es: Nadie es bueno sino sólo Dios, Mateo lo expresa de una manera similar, pero distinta: Uno es el bueno. Jesús le está revelando el misterio de Dios y el fundamento de la moral.

Aquel joven preguntaba a Jesús que hacer para alcanzar la vida eterna. Era una pregunta moral. Debía hacer el bien y evitar el mal. Eso es lo más general. La experiencia dice que este principio general es aceptado por la mayoría de los hombres, pero varían las respuestas cuando se va concretando en la práctica. Los caminos se hacen difíciles y complicados. Unos dicen una cosa, otros dicen otra. ¿Qué es lo bueno? clamará el hombre de buenas intenciones. La respuesta es: comienza por el principio. Sólo en Dios se da toda la bondad. La bondad divina es la fuente y el fin de toda moral. Intentar crear una moral como si Dios no existiese, o con bases ateas, conduce a caminos sin salida o llenos de despeñaderos.

Juan Pablo II comenta estas palabras de Jesús diciendo: Sólo Dios es bueno, lo cual significa: en El y sólo en El todos los valores tienen su fuente primera y su cumplimiento final (…) ¿Por qué sólo Dios es bueno? Porque El es Amor. Una vez aclarado el fundamento de la moral, el Papa contempla cómo se realiza esa bondad en Jesús: Así es Cristo en la conversación con el joven. (…) Cómo si dijera: el hecho de que yo sea bueno da testimonio de Dios. "El que me ha visto a mí ha visto al Padre"[562]. Jesús se revela como Dios. Su bondad no es una bondad humana sin más. Jesús es bueno porque es Dios, además de hombre. Esta es la razón de la bondad que el joven descubre en Jesús. Su bondad no es fruto de una técnica de valores humanos, sino que en Jesús se revela la plenitud de la divinidad corporalmente. Jesús es bueno, porque es Dios.

El silencio de aquel joven hace que Jesús siga adelante con su respuesta. Por lo demás, si quieres entrar en la Vida, guarda los mandamientos. Jesús ha comprobado las buenas disposiciones de aquel chico y le recuerda el mínimo indispensable para alcanzar la vida eterna enseñado por los mandamientos. Si no vive los mandamientos no vale la pena plantearle metas más altas. El joven le contestó ¿Cuáles? Jesús le respondió: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre y amarás a tu prójimo como a tí mismo.

Es digno de señalar cómo Jesús cita los mandamientos morales que miran las relaciones entre los hombres, pero no cita los más importantes que son los que hacen referencia a Dios: amarle con todo el corazón, con toda la mente y todas las fuerzas; honrar su nombre y santificar las fiestas. ¿Por qué lo hizo así? Quizá porque antes le había hecho la indicación de que sólo Dios es bueno con plenitud y, por tanto el único digno de ser amando totalmente. Quizá porque los pecados de los hombres suelen comenzar por ofensas a los más próximos. Si no se respeta el orden moral con los más próximos, no es creíble el amor a Dios pues no se le ve con los ojos de la carne.

Jesús enfrenta a todo el que quiere alcanzar la vida eterna con su conciencia. No puede alcanzar el cielo el que tenga el alma contaminada. Ahora bien la conciencia puede deformarse. Por eso Juan Pablo II avisa que la recta conciencia responde a las respectivas obras del hombre con una reacción interior: ella excusa o acusa. Hace falta, sin embargo que la conciencia no esté desviada; hace falta que la formulación fundamental, de los principios de la moral no ceda a la deformación bajo la acción de cualquier tipo de relativismo o utilitarismo [563].

Los mandamientos indican el listón mínimo para pasar la altura de la eternidad. El que no los cumple no puede heredar la vida eterna. Pero debe formarse bien la conciencia. No basta crearse una moral al propio gusto y pensar que basta pra alcanzar la felicidad eterna. Sólo los casos de ignorancia invencible excusan de seguir una moral deformada.

La respuesta del joven está llena de alegría ante esta respuesta del Señor que sí entiende: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud, y añade: ¿qué me falta aún?. Es como decir: si sólo se trata de eso ya estoy en el camino. Aquel joven era un hombre limpio. Amaba a sus padres, era casto, no era injusto, no mentía, respetaba la vida y era sobrio. La respuesta de Jesús coincide con todo lo que ha sido su vida hasta entonces. Aquel joven podía haberse marchado contento con esta respuesta de Jesús: estaba en el camino correcto de la vida eterna que tanto le interesaba. pero añadió una palabras comprometedoras: ¿qué me falta aún?. Se daba cuenta de que es insuficiente no hacer nada malo, percibía que debía llenarse de bien, e interroga a Jesús, quizá esperaba que le dijese algo a lo que pudiese contestar: esto también lo he cumplido desde siempre, o si se trata sólo de eso lo cumpliré sin tardanza.

Antes de la contestación del Señor, añade Marcos un detalle que le llamó poderosamente la atención: Jesús poniendo en él los ojos le amó. Esta observación manifiesta que Jesús ve la bondad de aquel chico, ve su limpieza de pecado, ve una persona con inquietudes, ve la imagen de Dios en su alma, ve que es amable, y lo ama. Juan Pablo II dice a los jóvenes de todo el mundo ¡Deseo que experimentéis una mirada así! ¡Deseo que experimentéis la verdad de que Cristo os mira con amor! y añade al hombre le es necesaria esta mirada amorosa; le es necesario saberse amado, saberse amado eternamente y haber sido elegido desde la eternidad. El joven debió captar esa mirada cariñosa y amable del Señor, y debió sentirse reconfortado.Su ánimo estaba muy bien dispuesto para escuchar cualquier respuesta… aparentemente.

El Papa anima a que cada uno experimente esa mirada de Jesús. La mirada de amor de Jesús fue la respuesta al testimonio del joven sobre el estado de su alma. Es una buena base. Pero incluso si alguien se encuentra lejos de Dios también puede experimentar esa mirada de amor. Deseo a cada uno y a cada una de vosotros que descubráis esa mirada de Cristo y que la experimentéis hasta el fondo. No sé en que momento de la vida. Pienso que llegará cuando más falta haga; acaso en el sufrimiento, acaso también con el testimonio de una conciencia pura como en el caso del joven del Evangelio, o acaso en la situación opuesta: junto al sentimiento de culpa, con el remordimiento de la conciencia. Cristo, de hecho, miró también a Pedro en la hora de su caída, cuando por tres veces había negado al Maestro [564].

La experiencia de la Iglesia es abundante es respuestas de almas limpias desde la niñez y también de grandes pecadores que luego han sido grandes santos. También abundan, por desgracia, los mediocres, gentes que no pecan, pero tampoco saben ser generosos pues son calculadores, éstos tampoco dejarán nombres dignos de ser mencionados en la historia. Dante comenta la vida de esos mediocres en la Divina Comedia cuando al pasar delante de ellos comenta a Virgilio:Esta horrible pena sufren la almas de aquellas personas que vivieron sin merecer desprecios ni alabanzas. Por su inutilidad puede decirse que no vivieron nunca. No dejaron recuerdo alguno en su vida. La misericordia y la justicia los desdeñan. Pero no hablemos más. Mira y pasa.

Aquel joven aspiraba a superar la mediocridad del que sólo quiere no pecar. Desea superar el conformismo y aspirar a más. Jesús puede ahora abrirle su corazón y llamarle a una vida más alta: Una cosa te falta: anda vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme. Mateo incluye si quieres ser perfecto.Y de eso se trataba de la perfección. El clima que debió rodear la respuesta de Jesús debía ser expectante. Los Apóstoles mirarían a aquel joven sabiendo bien lo que significaba dejar todas las cosas y seguir a Jesús, ellos eran felices en su nueva vida. Quizá les costó en un primer momento dejar sus comodidades, pero ya tenían experiencia de que valía la pena. Es posible que el joven les mirase pues ellos habían dejado todo y habían seguido a Jesús. Es lógico suponer que a la mirada de los Apóstoles sería sonriente como animándole a dar el paso. Ellos sabían que la entrega es el primer paso de una carrera de sacrificio, de alegría, de amor, de unión con Dios. -Y así, toda la vida se llena de una bendita locura, que hace encontrar la felicidad donde la lógica humana no ve más que negación, padecimiento, dolor [565]; pero sabían también que el primer paso cuesta, quizá porque la imaginación aumenta las dificultades de la entrega, por eso estarían pendientes de la respuesta de aquel chico a aquella llamada tan clara de Nuestro Señor. El joven debió quedar silencioso y pensativo.

Pensemos la respuesta del Señor, porque cada hombre tiene una vocación divina que debe encontrar. Nosotros también. Lo primero son las palabras si quieres. Dios nunca quita la libertad,sino que actúa como un mendigo de amor. Es impensable amar por obligación, sin libertad. Esto es así porque la libertad es para amar como las alas para volar.

Ser perfecto es lo segundo que Jesús propone. Ya había mostrado la meta de ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. No se trata de la falsa perfección del soberbio. El orgulloso confunde perfección con perfeccionismo, su intención es agradarse a si mismo por encima de todas las cosas. La perfección que Cristo pide es otra: es amar con plenitud y sencillez. Al que tiene diez talentos le pedirá diez más, al que tiene cinco le pedirá otro tanto y al que tiene sólo uno, uno le pedirá. Pero a todos,pide todo. Esa es la lógica divina. Eso sí, Dios da a cada uno la gracia necesaria para poder realizar la tarea encomendada. Sería falsa humildad decir: ¿Cómo voy yo a aspirar a metas tan altas siendo tan poca cosa?. Esta excusa es útil para el que no quiere ser genroso, es un engaño. La respuesta es: con la gracia de Dios, que nunca falta, siempre se puede.

El miedo debió apoderarse de aquel joven cuando Jesús concreta las grandes aspiraciones en realidades tangibles: vete, vende cuanto tienes, y dáselo a los pobres. Aquel joven tenía riquezas, querría hacer compatible ser perfecto con la vida confortable que llevaba. Jesús le aclara que el mínimo ya lo tenía -cumplía los mandamientos-, pero amar es mucho más,amar es darse. Mateo tuvo que dejar su beneficioso trabajo de publicano, los Apóstoles pescadores sus redes y barcas. Todos tuvieron que dejar algo para poder seguir a Jesús de cerca.Es muy posible que a muchos de ellos no les importase demasiado lo que dejaban, pero la actitud de generosidad tenía que estar presente. En aquel joven era patente su apegamiento a las riquezas. Y esos bienes eran una cadena que le impedía la entrega.

Vuelvo a repetir: a todos pide Dios todo. No hay unas entregas de primera y otras de segunda o de tercera. La generosidad debe darse en las circunstancias que cada uno tenga. La experiencia se repite una y otra vez Los que nos hemos dedicado a Dios, nada hemos perdido[566].

El mismo Jesús aclara que la generosidad será ampliamente recompensada en esta tierra cuando, después de la marcha del joven rico, todos se quedan impresionados por las duras palabras del Señor para los ricos y les dijo: no hay nadie que habiendo dejado casa, hermanos, o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el evangelio, no reciba en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna. Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros[567]. Realmente Dios no se deja ganar en generosidad.

Una vez conseguida la libertad de las cosas que encadenan al hombre y le impiden amar viene el sígueme. Es notorio como el Señor repite en muchas ocasiones esta palabra. Se lo dijo a los Apóstoles en diversas ocasiones. Parece un mandato, pero siempre deja a salvo la libertad. No es fácil calibrar si es un consejo, una invitación o un mandato. Pero si lo miramos de cerca vemos que es la llamada propia del que ama de veras. Cuando se ama de verdad a alguien no es fácil distinguir las súplicas de los mandatos. El que ama desea la compañía del ser querido, busca su presencia. La expresión sígueme contiene los dos significados es una exigencia y una súplica. Es la manifestación de un amor que busca la máxima intimidad posible. El que sigue a Jesús está con Él, vive una nueva vida.

Es indudable que al decir sígueme Jesús está realizando una auténtica vocación divina. Pero no podemos considerar la vocación como algo impersonal, ni como una obligación que llega de un lejano ministerio donde se encuentra el propio nombre en el listado de un ordenador gigante.

La vocación es una llamada personal, que pide y desea una respuesta. Lo más parecido es el enamoramiento humano. Dios ama a alguien hasta el punto de pedirle que conviva la misma vida de su divino Hijo. Al seguirle conviven con el Maestro, aprenden su doctrina, pero sobre todo comparten su vida y se va transformando su alma. El discípulo pasa a ser amigo, hermano, hijo. En la vida de los Apóstoles se realizó así, y Jesús les llamará amigos e hijitos al final de su vida terrena.

Todo hombre tiene una vocación divina. Cada uno ha recibido una llamada desde la eternidad. Dios la da a conocer a cada uno del modo más oportuno. La respuesta a la vocación es responsabilidad de cada uno. Pero de momento conviene estar atento para descubrirla, triste cosa sería ser llamado y no oir la llamada por estar distraído. Juan Pablo II animaba así a los jovenes a buscar su vocación divina: deseo decir a todos vosotros, jóvenes, en esta importante fase del desarrollo de vuestra personalidad masculina o femenina que si tal llamada llega a tu corazón, no la acalles. Deja que se desarrolle hasta la madurez de una vocación. Colabora con esa llamada a través de la oración y la fidelidad de los mndamientos. "La mies es mucha". Hay una gran necesidad de que muchos oigan la llamada de Cristo: "Sígueme". Hay una gran necesidad de que a muchos llegue la llamada de Cristo: "Sígueme" [568].

Las palabras del Romano Pontífice no pueden ser más claras y urgentes, desoírlas es una grave irresponsabilidad, escucharlas será recompensado generosamente por nuestro Dios.

¿Pero, cómo se reconoce la vocación? Los caminos de Dios son muy variados, Dios habla a cada uno de una manera personal y única. Bastaría decir que conocer la voluntad de Dios es suficiente, pero no siempre se manifiesta de una manera patente e incontestable, más bien se suele dar a conocer de un modo algo oscuro, como para dar un margen a la libertad humana. Dios no acorrala, sino que pide y suplica el amor humano.La vocación divina es una elección de amor.

Se suele decir que se deben unir tres voluntades para que salga adelante una vocación. La primera voluntad divina. Dios nos elige a cada uno desde la eternidad. La cuestión es ¿Cómo conocer esa voluntad divina? Sólo hay un camino: hacer oración. Al rezar se tiene el alma bien dispuesta para que las mociones del Espíritu Santo no resbalen en el alma elegida. Rezando se afina el oído para escuchar la voz de Dios, a veces un susurro. Difícilmente podrá conocer la vocación divina quien no rece situándose con sinceridad delante de Dios. El que no conozca su vocación rece delante de Dios, el que la conozca rece para perseverar en ese conocimiento.

La segunda voluntad es la propia. Dios no quiere esclavos sino hombres o mujeres libres que se unen a El por amor. Pero si observamos nuestra voluntad encontramos una diversidad de fuerzas. Por un lado se observan deseos de ser generoso y una ambición de ser mejor. Es la necesidad de amar que todo hombre tiene en su corazón. Pero al mismo tiempo aparecen otras fuerzas menos hermosas, es el egoísmo, la comodidad, la resistencia a salir de esos sueños en los que siempre se triunfa, y la misma sensualidad revestida de mil galas honorables.Son cadenas que tiran para abajo. Desconocer esas fuerzas oscuras es una ingenuidad, el caso del joven rico nos muestra como frustan una auténtica vocación divina. Si realmente se quiere conocer y responder a la vocación divina -sea cual sea- la única solución es estar dispuestos a ser generosos. Si no hay generosidad sólo se verán las dificultades, no se percibirá la alegría del amor que llama. La generosidad es una virtud que conviene desarrollar en la vida, pero hay momentos que se debe apoyar de una manera especial en la fe. Dios ama al que da con alegría[569]. Responder a la vocación divina siempre llevará consigo un acto de generosidad, un salto no al vacío,sino al encuentro del Amado.

La tercera voluntad es la de las personas que dirigen al alma o tienen puestos de responsabilidad en la Iglesia. Cabe que alguien lleno de entusiasmo quiera generosamente entregarse a algo que supera sus fuerzas, o que no es lo suyo, dejarse llevar exclusivamente por estos impulsos puede llevar al desastre al comprobar alguna carencia para el modo de vida que se desea. Dios dispone de personas a las que da gracias especiales, que se suelen llamar gracia de estado para moderar falsos entusiasmos. La gracia y la prudencia les permiten aconsejar o decidir lo más adecuado. Ellos saben las condiciones humanas para un determinado género de vida, deben conocer al que pide, y deben obrar en conciencia. De este modo se garantiza la rectitud de intención, la posibilidad real de alcanzar una meta, y las ayudas que tendrá aquella persona para poder llevar adelante su vocación divina.

Se podría decir que una persona tiene clara su vocación cuando confluyen las tres voluntades. Es decir cuando se une la voluntad de Dios vislumbrada en la oración, la voluntad de las personas con autoridad y la propia voluntad que libremente decide entregarse.

La voluntad divina era clara en el caso del joven rico, la prudencia humana estaba unida a ella, ya que era el mismo Cristo el que le sugería o mandaba que se entregase; faltaba su decisión generosa. Podemos situarnos en el interior de aquel muchacho. Sentiría la mirada del Señor y la de los que le rodeaban. Era indudable que el ambiente era grato y de amor. Vería que decidirse era lo mejor, lo más perfecto, el camino más seguro para la vida eterna. Pero al mismo tiempo se daba cuenta de lo costoso, pues desprenderse de esos bienes que tan fácil le hacían la vida no era sencillo. Los pros y los contras se juntarían en su interior. Tenía que tomar una decisión. Y la tomó: Cuando el joven oyó la respuesta, se marchó triste. Porque tenía muchos bienes Marcos añade que puso mala cara antes de su triste marcha, la traducción literal es contrajo el rostro. Antes su expresión era distendida y alegre. Después de decidirse a marchar se pone triste ¿por qué? porque era rico y no quería dejar de serlo, Lucas precisa que era muy rico. Pesaron más las riquezas que el amor en las balanzas de la entrega. Después de veinte siglos nosotros contemplamos aquella decisión como un error claro. ¿Qué son ahora esas riquezas con el negocio infinitamente mejor que le proponía el mismo Cristo? Meditar esta tristeza ayuda a no incurrir en el mismo error.

Del joven no se vuelve a hablar. Le vemos alejarse, taciturno, pensando que había hecho una pregunta muy imprudente y temeraria. Él cumplía con lo mandado (¿por qué meterse en más berenjenales?) y ahora además se le pedía renunciar a todo y seguir al Maestro a ciegas. Quizá con una extraña sombra en la mirada se convenció a sí mismo de que nunca había preguntado aquello, de que todo seguía igual que antes. Pero no era verdad, después de aquel consejo, aunque no lo siguiera, todo iba a ser muy distinto[570]. Quizá buscaba la alabanza de su bondad, pero se encontró con su falta de generosidad.

Toda edad es buena para responder al llamamiento divino, pero la juventud es una edad privilegiada, La juventud es el tiempo del discernimiento de los talentos. Y a la vez el tiempo en el que se entra en los múltiples caminos, a través de los cuales se han desarrollado y siguen desarrollandose toda la actividad humana, el trabajo y la creatividad [571]. Conviene no dejar para un futuro -que quizá nunca acaba de llegar- la toma de decisiones en el terreno de la vocación. Todo hombre de fe debe plantearse lo que Dios le pide. Después decida con libertad, resposabilidad y generosidad, pero decida pronto, pues el enemigo aprovecha los retrasos para meter miedos en el corazón.

La marcha triste del joven tan prometedor nos debe hacer reflexionar. Cierto que a su lado encontramos a los Apóstoles que han sabido responder con generosidad. Pero su respuesta egoísta y su tristeza no son infrecuentes entre los creyentes. Se puede decir sin error que el mundo sería muy diverso si todos los llamados a caminos más generosos hubiesen respondido con fidelidad a la llamada divina. También sería distinto el mundo si no hubiesen existido traidores como Judas. Pero el mundo también es mejor por los muchos millones de personas que han sabido responder con un sí a la llamada de Dios que dice sígueme.

Juan Pablo II comenta así la falta de generosidad del joven rico: La tristeza de este joven nos lleva a reflexionar. Podremos tener la tentación de pensar que poseer muchas cosas, muchos bienes de este mundo, puede hacernos felices. En cambio, vemos en el caso del joven del Evangelio que las muchas riquezas se convirtieron en un obstáculo para aceptar la llamada de Jesús a segurlo. ¡No estaba dispuesto a decir sí a Jesús, y no a sí mismo, a decir sí al amor, no a la huida! (…) Abrid vuestros corazones a este Cristo del Evangelio, a su amor, a su verdad, a su alegría. ¡No os vayáis tristes!. Y añadía en su homilía en Boston a los jóvenes con un tono conmovido: En nombre de Cristo extiendo a todos vosotros la llamada, la invitación, la vocación: ¡Ven y sígueme! [572].

La reacción del joven rico es una llamada de atención para los que creen en Cristo. Aquel chico ha quedado como figura del cristiano a quien su mediocridad y su cortedad de miras le impide convertir su vida en entrega gozosa y fecunda en servicio de Dios y del prójimo. Si hubiera sido lo bastante generoso para responder al llamamiento divino ¿qué hubiera llegado a ser? Un gran apóstol, sin duda[573].

Por otra parte la evidencia de estas actitudes poco generosas no nos puede desanimar. Si al mismo Cristo le dicen que no a la cara, o le traicionan, es comprensible que se repita esa conducta a lo largo de la historia.Y Cristo siguió y sigue llamando a muchos, a todos, a seguirle.

Me dices, de ese amigo tuyo, que frecuenta sacramentos, que es de vida limpia y buen estudiante.- Pero que no "encaja": si le habla de sacrificio y apostolado se entristece y se te va.

No te preocupe.- No es un fracaso de tu celo: es, a la letra, la escena que narra el Evangelista: "si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y dáselo a los pobres"" (sacrificio)… "y ven después y sígueme" "apostolado"

El adolescente "abiit tristis" – se retiró también entristecido: no quiso correspoder a la gracia [574]. Pero la vitalidad de la Iglesia la marcarán los que saben responder que sí a Dios. La historia de la Iglesia es la historia de los santos.

El caso del joven rico es el de un encuentro con Jesús prometedor en sus comienzos, pero acaba triste y mal por el egoísmo producido por la falta de generosidad. Aprendamos.


[560] Mt 19,14; Mc 10,14; Lc 18,16

[561] Lc 18,24; Mt 19,23; Mc 10,23

[562] Juan Pablo II. Carta a los jóvenes. 1985. n.4

[563] ibid. n. 6

[564] ibid. n. 7

[565] Surco n. 7

[566] Surco. n. 21

[567] Mt 10, 29-31

[568] Juan Pablo II. carta a los jóvenes 1985. n. 8

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3 comentarios

  1. oh!! si es difícil el camino espiritual, pero más difícil andar sin Cristo, él es mi todo, aunque se pierden momentos con la familia, porqué ya no soy» igual» eso dicen, pero mi tiempo con el Señor, no es tiempo perdido, voy ganando y haciendo camino para la vida eterna en santidad, así sea

  2. Señor… dame tu gracia para ser cada día más generosa y poder entrar en el camino que tu me propones, de lanzarme al vacío y esperar todo de Ti.

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