Benedicto XVI. Mensajes

MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI

A LA FAO CON OCASIÓN DE LA JORNADA MUNDIAL

DE LA ALIMENTACIÓN

A su excelencia el señor

Jacques Diouf

Director general de la Organización de las Naciones Unidas

para la alimentación y la agricultura (FAO)

El tema escogido este año para la Jornada mundial de la alimentación, "La seguridad alimentaria mundial: los desafíos del cambio climático y de las bioenergías", permite reflexionar sobre lo que se ha hecho en la lucha contra el hambre y sobre los obstáculos a la acción de la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura (FAO) ante los nuevos desafíos que se ciernen sobre la vida de la familia humana.

Esta jornada se celebra en un momento particularmente difícil para la situación alimentaria mundial, en el que la disponibilidad de alimentos parece insuficiente en relación con el consumo y las condiciones climáticas contribuyen a poner en peligro la supervivencia de millones de hombres, mujeres y niños, obligados a abandonar su tierra a fin de buscar con qué alimentarse. Estas circunstancias exigen que, junto con la FAO, todos puedan responder de forma solidaria, con acciones libres de condicionamientos y realmente al servicio del bien común.

El pasado mes de junio, la Conferencia de alto nivel brindó a la FAO la oportunidad de recordar a la comunidad internacional sus responsabilidades directas ante la inseguridad alimentaria, cuando las ayudas básicas para las situaciones de urgencia corren el riesgo de verse limitadas. En el mensaje que dirigí a los participantes, indiqué la necesidad de adoptar "medidas valientes, que no se rindan ante el hambre y la desnutrición, como si se tratara simplemente de fenómenos endémicos y sin solución" (Mensaje a la cumbre de la FAO sobre seguridad alimentaria mundial, 2 de junio de 2008: L\\’Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 2008, p. 10).

El primer compromiso es el de eliminar las razones que impiden un respeto auténtico de la dignidad de la persona. Los medios y los recursos de los que dispone el mundo pueden proporcionar alimentos suficientes para satisfacer las crecientes necesidades de todos. Lo demuestran los primeros resultados de los esfuerzos realizados para aumentar los niveles globales de producción ante la carestía registrada en las recientes cosechas. Entonces, ¿por qué no es posible evitar que tantas personas sufran hambre hasta las consecuencias más extremas?

Los motivos de esta situación, en la que con frecuencia coexisten abundancia y penuria, son numerosos. Podemos citar la carrera al consumismo, que no se detiene a pesar de una menor disponibilidad de alimentos e impone reducciones forzadas a la capacidad alimentaria de las regiones más pobres del planeta; o la falta de voluntad firme para concluir negociaciones y para frenar los egoísmos de Estados y de grupos de países o para acabar con la "especulación desenfrenada" que condiciona los mecanismos de los precios y del consumo. También desempeñan un papel importante la ausencia de una administración correcta de los recursos alimentarios causada por la corrupción en la vida pública o las inversiones crecientes en armas y tecnologías militares sofisticadas en detrimento de las necesidades primarias de las personas.

Estos motivos, muy diferentes entre sí, tienen su origen en un falso sentido de valores sobre los que deberían basarse las relaciones internacionales y, en particular, en la actitud difundida en la cultura contemporánea que sólo privilegia la carrera a los bienes materiales, olvidando la verdadera naturaleza de la persona humana y sus aspiraciones más profundas. El resultado es, por desgracia, la incapacidad de muchos para preocuparse de las necesidades de los pobres y para comprenderlas, negando así su dignidad inalienable.

Una campaña eficaz contra el hambre requiere, por tanto, mucho más que un simple estudio científico para afrontar los cambios climáticos o para destinar en primer lugar la producción agrícola a la alimentación. Es necesario, ante todo, redescubrir el sentido de la persona humana, en su dimensión individual y comunitaria, a partir del fundamento de la vida familiar, fuente de amor y afecto, de la que procede el sentido de solidaridad y la voluntad de compartir. Este planteamiento responde a la necesidad de construir relaciones entre los pueblos basadas en una disponibilidad auténtica y constante para hacer que cada país sea capaz de satisfacer las necesidades de las personas, pero también de transmitir la idea de relaciones basadas en el intercambio de conocimientos recíprocos, de valores, de asistencia rápida y de respeto.

Se trata de un compromiso en favor de la promoción de una justicia social efectiva en las relaciones entre los pueblos, que exige que cada uno sea consciente de que los bienes de la creación están destinados a todos y de que en la comunidad mundial la vida económica debería orientarse a compartir estos bienes, a su uso duradero y a la justa repartición de los beneficios que se derivan.

En el contexto cambiante de las relaciones internacionales, en el que parecen aumentar las incertidumbres y se vislumbran nuevos desafíos, la experiencia que ha hecho hasta ahora la FAO —junto con la de otras instituciones comprometidas en la lucha contra el hambre— puede desempeñar un papel fundamental para promover una nueva manera de comprender la cooperación internacional. Una condición esencial para aumentar los niveles de producción, para garantizar la identidad de las comunidades indígenas, así como para la paz y la seguridad en el mundo, consiste en garantizar el acceso a la tierra, favoreciendo de este modo a los trabajadores agrícolas y promoviendo sus derechos.

En todos estos esfuerzos, la Iglesia católica está a vuestro lado, como lo testimonia la atención con la que la Santa Sede sigue la actividad de la FAO desde 1948, apoyando constantemente vuestros esfuerzos para que pueda continuar el compromiso en favor de la causa del hombre. Esto significa, en concreto, la apertura a la vida, el respeto del orden de la creación y la adhesión a los principios éticos que constituyen desde siempre la base de la convivencia social.

Con estos deseos, invoco la bendición del Altísimo sobre usted, señor director general, así como sobre los representantes de las naciones, para que puedan trabajar con generosidad y sentido de justicia por las personas más abandonadas.

Vaticano, 13 de octubre de 2008

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