Fiesta de San Pedro y San Pablo

La fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo ofrece la ocasión para reflexionar, a partir del texto evangélico propuesto, sobre la confesión de fe como forma de construcción de la Iglesia.

El relato consta de una doble pregunta de Jesús a sus discípulos con su correspondiente respuesta (vv. 13-16) y de la bienaventuranza de Simón (vv. 17-19).

Las preguntas y respuestas sirven para la separación de dos categorías de personas, según la evaluación que hagan sobre Jesús. De una parte tenemos a la “gente”, de la otra a “los discípulos”. La gente o “los seres humanos” no captan el sentido auténtico de la actividad de Jesús. Su opinión lo coloca en continuidad con personajes del pasado: Juan el Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetas. Como Herodes en Mt 14, 2 esta valoración puede estar entremezclada de elementos desfavorables.

Por el contrario los discípulos, de quienes Pedro es portavoz, han captado el verdadero significado de la actuación de Jesús. No solamente confiesan que es el Mesías esperado sino también que su mesianismo se origina en su filiación divina, condición que le posibilita transmitir la Vida de Dios, a diferencia de los ídolos muertos. El “Hijo de Dios vivo” se ha hecho presente en la vida de la humanidad, en una comunidad que lo reconoce el “Dios con nosotros” (cf Mt 1, 23; 28, 20).

Este reconocimiento recibe, a su vez, la proclamación de felicidad y dicha que hace Jesús respecto a sus seguidores de los que Pedro, gracias a su fe, se ha convertido en prototipo e imagen. Frente a la opinión de la gente, Pedro ha aceptado la revelación del Padre a los sencillos y humildes.

La originalidad de su confesión hace de Pedro y de sus compañeros, mensajeros de la fe en medio de un mundo hostil. Más allá de la historicidad sobre el nombre de su padre (aquí, hijo de Jonás, en Juan 21, 15 hijo de Juan), en él se pueden detectar los rasgos de Jonás, el profeta que debió llevar la Palabra de Dios a la ciudad hostil y que, en ese intento, corrió el riesgo de ser sumergido en el mar (cf.14, 30) y fue liberado de ese peligro mortal (cf. 14, 31).

En la Asamblea del desierto, Moisés recibió de Dios el don de la Ley (Dt 9, 10; 10, 4 etc.). Aquí el discípulo recibe el don de la fe en Jesús que lo convierte en elemento apto para la edificación de una nueva Asamblea, el Israel mesiánico constituida en torno a Jesús como la Asamblea del desierto se constituía en torno a Moisés.

Se realiza entonces para la comunidad lo que se realizaba en el individuo sensato que ha colocado su cimiento sobre la roca de las palabras de Jesús (Mt 7, 24-25). Los discípulos que adhieren a Jesús construyen una ciudad inconmovible, a la que no pueden derrotar las fuerzas de la Muerte o del Abismo.

Se crea de esta forma un espacio inexpugnable frente a las potencias del mal, en el que los discípulos no son sólo cimiento sino también administradores: A ellos se les han consignado las llaves y a ellos se les consigna la función judicial de tomar la decisión de aceptar o no la entrada a aquella ciudad: “Atar o desatar”. Esta fórmula quiere significar una participación de la comunidad en la autoridad de Jesús.

La proclamación de la fe en Jesús por parte de Pedro, prototipo de los creyentes, es el cimiento inconmovible capaz de superar los embates de las fuerzas del Mal actuantes en la historia humana. Los que la proclaman pueden ofrecer asilo acogedor a quienes están amenazadas por aquellas fuerzas. Pueden también negar ese asilo a los que rechazan el designio salvífico.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


Cerramos esta última semana de junio con la solemnidad de San Pedro y San Pablo. Uno de los himnos de la Liturgia de las Horas hace una hermosa semblanza de ambos:

Pedro, roca; Pablo, espada.

Pedro, la red en las manos;

Pablo, tajante palabra.

Pedro, llaves; Pablo, andanzas.

Y un trotar por los caminos

Con cansancio en las pisadas.

¿No os llama la atención el hecho de que la liturgia celebre en un mismo día a estos dos apóstoles tan distintos? Tenemos elementos históricos suficientes para saber que entendieron y vivieron el seguimiento de Jesús con estilos diversos. Y, sin embargo, los recordamos juntos. ¿Qué significa esto? Cada uno de nosotros estamos llamados a buscar alguna respuesta. A mí me parece que con esta fiesta se nos invita a no separar dos formas de vivir el evangelio y de construir la iglesia. Pedro representa la referencia permanente a Cristo, como roca, la necesaria unidad de todas las comunidades de seguidores. Pablo simboliza la fuerza centrífuga, la esencial apertura de la iglesia más allá de sí misma, en una continua fidelidad al Espíritu que la empuja. Pero uno y otro han experimentado en carne propia que la gracia ha vencido a la ley. Uno y otro saben que Jesús no es patrimonio de los judíos circuncisos sino un tesoro para toda la humanidad. Uno y otro saben que la obediencia y la libertad son dos caras de la misma moneda. Y uno y otro han rubricado con su martirio la fidelidad a un amor que ha transformado sus vidas de principio a fin. Dos estilos, sí, pero también una misma pasión, y un mismo Cristo en el centro de sus corazones.

Cuando pienso en Pedro no pienso sólo en el Obispo de Roma.

Cuando pienso en Pablo no me limito a imaginar un propagador de la fe. Todos somos herederos de Pedro y de Pablo. Circula en todos nosotros sangre petrina y sangre paulina.

En el supermercado de opiniones sobre Jesús, todos nosotros somos invitados a hacer nuestra la confesión de Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

En la encrucijada de tentaciones, cada uno de nosotros somos invitados a hacer nuestra la confesión de Pablo: "He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe".

Os deseo a todos un feliz final de mes y -para aquellos que las comenzáis- unas felices vacaciones.

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)

www.mercaba.org

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7 comentarios

  1. Yo quiero saber si san Pedro y San Pablo vivieron en los mismos años o San Pablo vivió muchos años después de Pedro
    Gracias por su atención

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