Felipe

Al igual que la mayoría de los apóstoles poco se conoce con certeza sobre su vida con posteridad a Pentecostés. Los testigos de la tradición lo confunden a veces con Felipe el Diácono. Según el testimonio de Eusebio en su Historia eclesiástica habría muerto en Hierápolis al norte de la actual Asia Menor, lo mismo que dos de sus hijas vírgenes. Papías, obispo de Hierápolis, las había conocido y escuchado de ellas el relato de la resurrección de un muerto. Según otra tradición de la que se hace eco el Breviario romano, había predicado el evangelio primero en la Escitia y en Lidia, antes de pasar a Frigia, donde todos los documentos colocan su martirio en Hierápolis bajo Domiciano crucificado cabeza abajo y rematado luego a pedradas . Una inscripción de su posible tumba en Hierápolis dice: al glorioso apóstol y teólogo Felipe.. Sus reliquias habrían sido trasladadas a Roma, donde se veneran junto a las de Santiago el Menor en la iglesia de los Doce Santos Apóstoles.

A nosotros nos interesa aquí meditar los datos que nos proporcionan los evangelios, y sobre ellos nos vamos a detener. El carácter de éste apóstol es lo primero que se advierte y lo muestra como un hombre de amistades. Todos los datos sobre él nos hablan de espontaneidad, facilidad para decir lo que piensa y poseer muchas relaciones con gentes muy diversas. Ya su mismo nombre claramente griego nos habla de su falta de prejuicio sobre extranjería en el ambiente nacionalista israelita. El hecho de ser tomado como intermediario para comunicarse con Jesús por los griegos, su prontitud para comunicar a su amigo Bartolomé el encuentro con el Señor, nos hablan de capacidad para la amistad..

Veamos más de cerca los hechos. Su primer encuentro con Jesús ocurrió al día siguiente del que tuvieron Juan, Andrés, Simón Pedro y Santiago. Sorprende la ausencia de preámbulos para el llamamiento que le hará Jesús: «Al día siguiente determinó (Jesús) encaminarse hacia Galilea y encontró a Felipe. Y le dijo Sígueme» . Y le siguió. No fue insensatez por parte suya, sino generosidad y quizá sentirse respaldado por el ejemplo de sus amigos y convecinos seguidores de aquel desconocido de Nazaret. Había escuchado las palabras del Bautista, junto a la voz del cielo que nombraba a Jesús como el Hijo amado, pero seguir a Jesús como discípulo no era fácil. Ya conocemos la exigencia de la llamada contenida en el consejo-mandato de seguir a Jesús que lleva a dejar todo y convertirse en discípulo de un maestro sin títulos y sin más autoridad que la recomendación del Bautista junto a su prestancia personal. No parece su caso como el de Juan y Andrés que buscan al «Cordero de Dios que quita los pecados del mundo», ni recibe las explicaciones de Pedro y Santiago por parte de sus hermanos. Pero un leve dato ilumina lo que debió ocurrir para que Jesús le llamase sin excesiva preparación, y lógicamente sin imprudencia, lo dice el evangelio de Juan: «Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro» , y también de Juan y Santiago. Luego era amigo de los cuatro primeros.

Imaginemos la escena no referida en los evangelios. Juan, Andrés, Simón y Santiago acompañan a Jesús. Han experimentado el fuego de su palabra y vibran con el gozo de haber encontrado al Mesías. Caminan los cinco juntos cerca del Jordán, se cruzan con muchos, saludan, hablan, preguntan, escuchan, comienzan a crearse esos lazos íntimos que llegarán tan alto; cuando de repente aparece Felipe en el camino. Quizá le vieron de lejos y le hablaron de él a Jesús: «¡es nuestro amigo!», «es un buen hombre», «éste puede entenderte», «llamale para que sea también uno de tus discípulos», y Jesús lo llama. Nosotros sabemos que Dios escucha las oraciones y las peticiones de todo hombre, ¿por qué no escuchar la petición de unos hombres alegres con su vocación que desean que un buen amigo también goce de los mismos bienes?. Y la llamada eterna, que es la vocación, se combina con la libertad de los hombres. La amistad ha sido el cauce para la vocación de Felipe.

Felipe actúa como quien es, pues la vocación no cambia el modo de ser, y va en busca de otro amigo: Natanael, el cual será conocido más tarde como Bartolomé, y le manifiesta su descubrimiento: «encontró Felipe a Natanael y le dijo: Hemos encontrado a aquél de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas: Jesús de Nazaret, el hijo de José» . Estas palabras manifiestan tal amistad entre ambos que enseguida pueden hablar de cosas importantes. ¿Acaso es fácil callar las cosas alegres con los amigos? ¿No es muy deseable contarles lo que se lleva dentro? Pues eso es lo que hace Felipe, y además conectando con las inquietudes de Natanael y su nivel de conocimientos. Felipe recibe la vocación a través de sus amigos y él es el amigo a través del cual Dios llamará al sexto apóstol.

Pero no queda aquí la cosa, pues el mismo Felipe es protagonista de un suceso que llenó de gozo a Jesús cuando ya estaba cercana la Pascua en que viviría su Pasión y muerte. Ya Lázaro había sido resucitado y el nombre de Jesús estaba en todas las bocas; muchos iban tras Jesús, la oposición de los importantes era más intensa. Muchos contaban los milagros del Señor, otros sus palabras y sus discusiones en el Templo y unos griegos que habían subido a adorar a Dios durante la fiesta desean ver y hablar con Jesús. No es fácil saber si eran judíos que vivían en Grecia o griegos que conocían y aceptaban la fe de los judíos, o si incluso eran prosélitos, pero no les resultaba fácil acercarse a Jesús para poder hablar en un aparte en confianza sin el tumulto de la muchedumbre, cuando se dan cuenta de que uno de los íntimos de Jesús es Felipe que les inspira confianza y, como es natural, acuden a él: «éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea y le rogaban diciendo: Señor, queremos ver a Jesús. Fue Felipe y se lo dijo a Andrés, y Andrés y Felipe fueron y se lo dijeron a Jesús» . Es lógico que sea así, pues cuando hay lazos de lengua, de aficiones y de amistad las barreras son menores para todo, también para acercarse a Dios.

La lección que podemos extraer es clara: la amistad es el camino privilegiado para el apostolado. No la falsa amistad del que quiere congraciarse con alguien para ganarlo a su causa, sino la amistad sincera del que quiere lo mejor para los suyos. Si los amigos son muchos, mejor aún. Si la facilidad es tal que uno puede llegar a intimar con todos con rapidez, pues miel sobre hojuelas. Los valores humanos son un cauce maravilloso para que la gracia de Dios llegue cristalina y con abundancia a los hombres. No parece fácil que eso suceda si el apóstol es taciturno, envarado y antipático, profeta de desgracias y pájaro de mal agüero. Con fuerza lo dice el Beato Josemaría: «Caras largas…, modales bruscos…, facha rifícula…, aire antipático : ¿Así esperas animar a los demás a seguir a Cristo» . Felipe no es apóstol de este estilo, si es que alguien puede serlo; sino que tiene gracia y salero para hacer grato el encuentro con Cristo; era un buen instrumento de Dios, digno de imitación para todos los que quieran ser apóstoles. Buena cosa es que todos los bautizados aprovechen sus lazos de amistad para acercar a sus amigos a Dios. La amistad es cauce para un verdadero apostolado.

Doscientos denarios

Con una pregunta de Jesús a Felipe se inicia la preparación del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces para dar de comer a una multitud. Esta pregunta desconcierta a Felipe, pues desvela un tanto sus pensamientos ocultos.

Leamos el evangelio para calibrar los detalles. Seguía a Jesús «una gran muchedumbre», cinco mil hombres. Todos debían sentir una cierta inquietud por el hambre y la voluntad manifiesta de la multitud de no separarse de ellos. Pero nadie dice nada hasta que Jesús dirigiéndose a Felipe le dice: «¿Dónde compraremos pan para que coman éstos?» , Juan aclara con una apostilla de buen observador que «lo decía para probarle». ¿Por qué necesitaba probarle? No sabemos si era porque Felipe pasaba un momento de duda y de desánimo, o para que tuviese más fe, o porque estaba haciendo planes para que Jesús fuese aceptado como rey por aquel grupo que le parecía tan grande. De hecho muchos lo intentaron después de la multiplicación de los panes y haber comido «cuanto quisieron». No lo sabemos, pero algo podemos intuir después de la respuesta de Felipe: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno coma un poco» .

El cálculo era certero pues si consideramos que un denario es el salario de un cabeza de familia y con él puede dar de comer dos o tres veces al día a seis o diez personas, pues doscientos por veinte o treinta, suponen unas seiscientas personas, pensemos en un alimento frugal y puede dar de comer a unos dos mil o quizá tres mil, pero cinco mil es demasiado, y quizá este número debía ser matizado, pues según dice Mateo era «sin contar mujeres y niños» . Estos cálculos nos pueden llevar a una cifra de veinticinco mil personas, con lo que las preocupaciones y cálculos de Felipe se muestran justificados.

Los hechos posteriores servirán para que todos den un salto de calidad en su fe. Jesús da de comer a toda a aquella multitud y sobran doce canastos llenos. Después en Cafarnaúm hablará el Señor del Pan de vida que será Él mismo. Muchos rehúsan creer y abandonan al Maestro; otros permanecen, entre ellos los apóstoles, pero queda claro que Jesús les pedía una fe de más alto nivel.

Pero volvamos a Felipe pues Jesús quería probarle. Nosotros sabemos que existen diversas pruebas y que si Dios las permite es para que los hombres mejoren; algunas las realiza Él mismo. Ya conocían los apóstoles las palabras de la Escritura que dice: «porque era acepto a Dios fue necesario que te probase» , o «el vaso de barro se prueba en el fuego, y el justo en la tentación» ; y no sólo las palabras pues ¿cómo no recordar las pruebas que padeció Abraham, especialmente la de sacrificar a su hijo, o las de Jacob y los patriarcas por no citar a David y, sobre todo, a Adán y Eva?.

Jesús quiere verificar la fe de Felipe e interroga a su sentido común, pero es patente que hay algo sobreentendido que no conocemos y que Felipe debió captar, aunque responde a la pregunta con la respuesta obvia. ¿Qué le quería decir Jesús precisamente en los momentos anteriores al milagro de la comida abundante?. Quizá le está diciendo: ¿dudas que realmente soy el mesías que traerá abundancia a Israel y un reino de paz, justicia y amor?. Era posible que se hubiese insinuado una duda en el corazón de aquel hombre que seguía a Jesús desde hacía casi un año. y no veía por ningún lado lo anunciado por los profetas: «las eras se llenarán de buen trigo, los lagares rebosarán de mosto y aceite» . Y aunque interpretase estas palabras en sentido espiritual y simbólico, está claro que Jesús no quería un reino temporal y humano por muy lleno de religiosidad que se montase. Jesús buscaba a los pobres, decía las verdades gustasen o no, vivía con sencillez, era manso y humilde de corazón, aborrecía la violencia y no se introducía en los avatares de la política de su tiempo; es más, trataba bien a los dominadores romanos: su reino no era como los de este mundo, evidentemente, y el entusiasmo primero de la entrega de Felipe se iba enfriando.

Sin duda Felipe entendió la prueba de Jesús y creyó con más fuerza que antes. Pero conviene tener en cuenta que todos seremos probados y que la tentación será como el fuego que hace que brille más puro el oro abrasando las impurezas, escorias y suciedad que lo rodean . «Algunos padecen graves tentaciones al principio de su conversión, otros al fin; otros casi toda su vida las sufren. Algunos son tentados blandamente, según la sabiduría y juicio de la divina ordenación, que mide estado y méritos de todos, y todo lo tiene ordenado para salud de los escogidos» .

La prueba de Jesús a Felipe no era una tentación sino una oportunidad para confiar más en el Señor. En un sentido estricto Dios nunca tienta, tienta el diablo y las malas inclinaciones de la carne. La tentación aprovecha las tendencias al mal y las remueve para que el hombre caiga en la tela de araña que esclaviza hasta la muerte. La prueba divina, en cambio, solicita lo mejor del hombre, aunque le cueste, e incluso sea heróico. Lo más probable es que Jesús quisiese que Felipe, hombre culto en la Sagrada Escritura, como se vislumbra en la conversación con su amigo Natanael , mejorase sus esquemas mentales sobre el reino de Dios y captase su sentido espiritual, muy superior a todos los reinos humanos, y aceptase que era un «reino de paz, justicia y gozo en el Espíritu», pero no la restauración del reino de Israel esperada por muchos como una liberación de las potencias extranjeras, que lo sojuzgaban.

La pregunta de los denarios, como el milagro posterior, son oportunidades que Jesús ofrece para formar mejor a sus discípulos, en este caso al amistoso y culto Felipe.

Muéstranos al Padre

La última intervención conocida de Felipe se produjo durante la última Cena. Ya han concluido el banquete pascual en el que Jesús ha instituído el Sacrificio sacramental de su Cuerpo y de su Sangre en una Nueva y definitiva Alianza de Dios con los hombres. Judas se ha marchado. Jesús abre su corazón a los suyos de un modo entrañable y profundo. Los apóstoles intervienen de vez en cuando. Primero Pedro reafirma su amor hasta la muerte, después Tomás le pregunta por el camino pues desconoce a dónde va, y Felipe va al fondo de la cuestión al decir: «Señor muéstranos al Padre y nos basta» . La reacción de Jesús sorprende, pues es como una queja por ser poco comprendido y dice: «Felipe ¿tanto tiempo tiempo que estoy con vosotros y no me has conocido?» .

Hagamos un esfuerzo por comprender la pregunta de Felipe. El apóstol ha sido formado en un monoteísmo total. Acepta la existencia de un Dios único, Creador de todo el universo. Rechaza el politeísmo de los pueblos que les rodean, aunque sean más cultos como los griegos y los egipcios, o más fuertes y justos como los romanos. Sabe que Dios es espíritu, distinto al mundo, y conoce muchos de sus atributos: ser fiel y veraz, todopoderoso, omnipresente, sabio, eterno y otros muchos. Pero es un Dios único, no hay dos, ni tres dioses o más. Eso lo acepta, y sabe que Jesús enseña la misma verdad. Cierto que con Jesús ha aprendido a conocer a Dios como Padre con acentos y matices nuevos, su relación es más confiada y entregada buscando cumplir siempre y en todo la divina voluntad, pero ahora hay algo nuevo. En las discusiones de Jesús con los sabios del Templo había dicho Jesús: «Yo y el Padre somos uno» y los judíos lo habían interpretado en el sentido correcto «porque tú, siendo hombre, te haces Dios» , le dicen a Jesús; pero Felipe podía pensar que era una mala interpretación de los judíos, tan dados a interpretar torcidamente las cosas, la expresión de Jesús podía explicarse como una unión altísima e íntima entre Jesús y Dios, pero el silencio de Cristo indica que en este punto los judíos han entendido rectamente.

El ambiente de la Cena pascual es amable y cargado de fe; todos son amigos y se quieren, se puede hablar y preguntar sin ningún tipo de cortapisa. Por eso, cuando Jesús dice: «si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre» , y añade que les iba a preparar un camino junto al Padre, entonces se lanza Felipe a preguntar, y, a raíz de la pregunta, Jesús revela con claridad el misterio de la vida íntima de Dios, el misterio de la Santísima Trinidad -un sólo Dios y tres Personas, enseñará la Iglesia siglos después reflexionando sobre las sencillas y hondas palabras de Jesucristo- y le dice a Felipe: «¿no crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?». Sí que lo creía Felipe, pero le faltaba darse cuenta de todo lo que significa «ser uno con el Padre» para Jesús. Por eso pide más fe: «creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí» y añade después, como si la revelación clarísima de su divinidad fuese poco, que rogará al Padre para que les dé «otro Paráclito…el Espíritu de la Verdad».

La revelación sobre Dios ha llegado a su punto más alto de un modo inequívoco: existe un solo Dios que es Padre, es también Hijo distinto del Padre, y, además es Espíritu de Verdad, o Paráclito, o Espíritu Santo. El lamento de Jesús por no haber sido todavía comprendido no le lleva a callar por la poca fe o la rigidez de los esquemas mentales de Felipe y los demás, sino que les revela el misterio de la vida íntima divina: ese único Dios en quien ellos creen no es un Dios solitario, sino que vive una riquísima vida -la nuestra sólo es un reflejo de la vida divina-, esa vida es tan rica que tres personas, con tres nombres distintos, manifestadas a los hombres de variados modos, coexisten de un modo eterno, sin graduaciones y sin dejar de ser un sólo Dios.

Es interesante fijarse en que Jesús no quiere utilizar conceptos filosóficos, aunque éstos serán tan útiles a la Iglesia, a los teólogos y los cristianos de varios siglos después para explicar que no creen en tres dioses, sino en un sólo Dios subsistente en tres Personas. Pero ¿de qué hubieran servido esas nociones a hombres que desconocen las sutilezas de los pensadores? Jesús les habla de modo sencillo y a su alcance, pero suficientemente claro para que crean, si quieren, que no sólo Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, sino que llama Padre a otro alguién que también es verdadero Dios, y que los dos enviarán otro alguién que llama Paráclito con una función importantísima de ayudarles en el futuro, pues «les enseñará todo y les recordará todas las cosas» , traerá alegría porque será el fruto de la reconciliación de Dios con los hombres pecadores que va a realizar Jesús . Este Paráclito les «guiará hacia toda la verdad…dirá todo lo que oiga…anunciará lo que ha de venir….glorificará a Jesús» , la historia demostrará la grandeza de estas palabras y al final de los tiempos nos daremos cuenta de todo con total nitidez.

La revelación de quién es Dios -junto a otras- es tan intensa en aquellos momentos que los apóstoles no pueden menos que decir: «ahora sí que hablas con claridad y no usas ninguna comparación; ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte» . Era lógico el entusiasmo de aquellos hombres que pocos años años antes vivían tan lejos de aquella luz tan intensa. Es cierto que Jesús, con sabiduría divina, ha dosificado la revelación para que no quedasen cegados ante la intensidad de la iluminación; por eso utilizaba parábolas y, sobre todo, limpia sus corazones para que su mirada fuese limpia, sólo así podrán ver la Luz sin escandalizarse, o quedar ciegos. Ahora, después de tanta formación teórica y práctica, aprovechando la preparación de tantos profetas durante tantos siglos, les desvela con divina sencillez quién es Dios. Ya pueden creer y, por tanto, conocer la vida íntima de la divinidad con el testimonio del mismísimo Dios.

A nosotros sólo nos queda decir: ¡Gracias Felipe por tu audaz y confiada pregunta!. Jesús lo hubiese dicho igual, pero tú conseguiste que fuese en el marco de una diálogo amistoso, así nos enseñas a hacer oración verdadera buscando la luz, y amándola, superando esquemas pequeños -aunque parezcan grandes- y acercándonos al Dios verdadero que nos habla.

En la medida que captemos por la fe el misterio de la Santísima Trinidad, comprenderemos mejor quién es el hombre -imagen y semejanza de Dios-, que es persona -alguien delante de Dios para siempre-; el misterio de la Iglesia -instrumento de la Trinidad y Templo suyo-, la santa Misa -acción trinitaria no humana-, la grandeza de cada uno de los sacramentos, e incluso el fin último de la sociedad humana y de la historia. Todo queda iluminado ante la luz de quien es Dios. Una vez más; !gracias, Felipe!

Acudamos a la intercesión de san Felipe para que nos haga audaces en la oración con el himno del breviario en su fiesta:

Oh, Felipe, que resplandeces con la gloria de tu eximia vocación

y, al igual que Pedro, el Príncipe de los Apóstoles,

quisiste a Cristo con todas las fuerzas de tu corazón.

El Señor corresponde , dándote pruebas íntimas de tu amor

y de Él aprendes los misterios profundos de su vida y la del Padre.

Oh tú, que con tu sangre nobilísima has confesado el nombre de Jesús,

haz que, llenos de fe y confianza, nos apresuremos a la Patria del Cielo.

Y, una vez allí, en la Casa del Padre,

entonemos sin cesar a la Trinidad beatísima

el himno de tu gloria. Amén

Reproducido con permiso del Autor,

Enrique Cases, Los 12 apóstoles. 2ª ed Eunsa pedidos a eunsa@cin.es

 

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