«Yo soy el camino»

En la búsqueda del propio camino, cada uno se dejará conducir no tanto por sus gustos personales, sino por el Espíritu Santo, que le guía, a través de Cristo, al Padre.

29. Todos los fieles deberán buscar y podrán encontrar el propio camino, el propio modo de hacer oración, en la variedad y riqueza de la oración cristiana, enseñada por la Iglesia; pero todos estos caminos personales concluyen, al final, en aquel camino al Padre, que Jesucristo ha dicho ser. En la búsqueda del propio camino, cada uno se dejará, pues, conducir no tanto por sus gustos personales cuanto por el Espíritu Santo, que le guía, a través de Cristo, al Padre.

 

30. En todo caso, para quien se empeña seriamente vendrán tiempos en los que parecerá vagar en un desierto y, a pesar de todos sus esfuerzos, no «sentir» nada de Dios. Debe saber que estas pruebas no se le ahorran a ninguno que tome en serio la oración. Pero no debe identificar inmediatamente esta experiencia, común a todos los cristianos que rezan, con la «noche oscura» de tipo místico. De todas maneras en aquellos períodos debe esforzarse firmemente por mantener la oración, que aunque podrá darle la impresión de una cierta «artificiosidad» se trata en realidad de algo completamente diverso: es precisamente entonces cuando la oración constituye una expresión de su fidelidad a Dios, en presencia del cual quiere permanecer incluso a pesar de no ser recompensado por ninguna consolación subjetiva.

 

En esos momentos aparentemente negativos se muestra lo que busca realmente quien hace oración: si busca a Dios que, en su infinita libertad, siempre lo supera, o si se busca sólo a sí mismo, sin lograr ir más allá de las propias «experiencias», le parezcan positivas —de unión con Dios—, o negativas —de «vacío» místico.

 

31. El amor de Dios, único objeto de la contemplación cristiana, es una realidad de la cual uno no se puede «apropiar» con ningún método o técnica; es más, debemos tener siempre la mirada fija en Jesucristo en quien el amor divino ha llegado por nosotros a tal punto sobre la Cruz, que también Él ha asumido para sí la condición de alejamiento del Padre (cf. Mc 15, 34). Debemos, pues, dejar decidir a Dios la manera con que quiere hacernos partícipes de su amor. Pero no podemos jamás, en modo alguno, intentar ponernos al mismo nivel del objeto contemplado, el amor libre de Dios: tampoco cuando por la misericordia de Dios Padre, mediante el Espíritu Santo enviado a nuestros corazones, se nos da gratuitamente en Cristo un reflejo sensible de este amor divino y nos sentimos como atraídos por la verdad, la bondad y la belleza del Señor.

 

Cuanto más se le concede a una criatura acercarse a Dios, tanto más crece en ella la reverencia delante del Dios tres veces Santo. Se comprende entonces la palabra de San Agustín: «Tú puedes llamarme amigo, yo me reconozco siervo (36)». 0 bien la palabra, para nosotros aún más familiar, pronunciada por aquélla que ha sido gratificada con la más alta intimidad con Dios: «Ha puesto los ojos en humildad de su esclava» (Lc 1, 48).

 

El Sumo Pontífice Juan Pablo II durante una audiencia concedida al infrascripto Prefecto, ha aprobado esta carta, acordada en reunión plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y ha ordenado su publicación.

 

Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, día 15 de octubre de 1989, fiesta de Santa Teresa de Jesús.

 

Cardenal Joseph RATZINGER

Prefecto

 

Alberto BOVONE

Arzobispo titular de Cesarea de Numidia

Secretario
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