Jueves. Cuarta Semana de Pascua

Juan 13, 16-20

Autor: Pablo Cardona

«En verdad, en verdad os digo: no es el siervo más que su señor ni el enviado más que quien le envió. Si comprendéis esto y lo hacéis seréis bienaventurados. No lo digo por todos vosotros: yo sé a quiénes elegí; sino para que se cumpla la Escritura: El que come mi pan levantó contra mí su calcañal: Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis que yo soy En verdad, en verdad, os digo: quien recibe al que yo envíe, a mime recibe, y quien a mime recibe, recibe al que me ha enviado.» (Juan 13, 16-20) 

1º. Jesús, estas palabras las dices al acabar de lavar los pies a tus discípulos, al principio de la última cena.

San Juan se da cuenta muy bien de que este hecho tiene una significación especial: «Sabiendo Jesús que todo lo había puesto el Padre en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la cena, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó» (Juan 13,3-4).

Jesús, la conciencia de tu divinidad y de tu poder te impulsan a servir a los que te rodean.

Es una reacción contraria a la que sentimos muchas veces los hombres: buscamos poder para ser servidos, no para servir.

Por eso, al acabar de lavar los pies a los apóstoles, les dices: «Si comprendéis esto y lo hacéis seréis bienaventurados.»

Esta es la «bienaventuranza nueva», que nos enseñas pocos minutos antes del mandamiento nuevo: es la bienaventuranza del servicio.

Bienaventurado el que sirve a los demás -vienes a decir- porque de él es el Reino de los Cielos.

Si comprendéis que servir es la reacción propia del ser espiritual         -porque es lo propio de Dios- y lo hacéis, seréis bienaventurados.

Por eso también el servicio es propio de los ángeles, especialmente de cada ángel de la guarda, de mi ángel custodio.

Que le sepa pedir muchos favores, porque él está para servirme a mí y, sirviéndome, es bienaventurado, esto es, feliz.

Para servir a los demás no tengo que hacer, necesariamente, cosas extraordinarias.

No sirve más el que se va más lejos, sino el que más pone el corazón en los que le rodean. «El artesano, el soldado, el labrador; el comerciante, todos sin excepción contribuyen al bien común y al provecho del prójimo (…). El que sólo vive para sí y desprecia a los demás, es un ser inútil, no es hombre, no pertenece a nuestro linaje» (San Juan Crisóstomo).

Jesús, si no aprendo a servir, no sólo soy mal cristiano, sino también menos persona.

2º. «Cuando hayas terminado tu trabajo, haz el de tu hermano, ayudándole, por Cristo, con tal delicadeza y naturalidad que ni el favorecido se dé cuenta de que estás haciendo más de lo que en justicia debes.

-¡Esto sí que es fina virtud de hijo de Dios! (Camino.- 440).

Jesús, la primera condición del servicio es que no imposibilite mis deberes ordinarios.

Si tengo una familia o un trabajo, o estoy estudiando, etc. .., no me puedo comprometer a hacer cosas que me impidan cumplir con mis obligaciones normales, a no ser que exista una causa grave.

Toda virtud tiene un orden, y no te gustaría que, por «afán de servicio», descuidara mi manera más inmediata de servir: mi familia, mi trabajo.

Por eso, cuando hayas terminado tu trabajo, haz el de tu hermano, y no al revés, a no ser que una urgencia requiera cambiar el orden.

Pero siempre se puede encontrar la manera de ayudar a los demás.

No hay que quitar tiempo al estudio o al trabajo, ni a la familia.

El tiempo hay que buscarlo, con sacrificio, de esas horas que pierdo miserablemente delante de la televisión, durmiendo desordenadamente, en ratos de trabajo a medio ritmo, e incluso recortando un poco el saludable tiempo para el deporte, o para las aficiones, o para la diversión.

La mejor manera de servir es la que no se nota: servir con tal delicadeza y naturalidad que ni el favorecido se dé cuenta de que estás haciendo más de lo que en justicia debes.

Así, lo hago por él, para ayudarle, y por Ti, Jesús, para imitarte; no por mi, para que me lo agradezcan o me deban un favor.

¡Esto sí que es fina virtud de hijo de Dios!: es haber comprendido lo que hiciste al lavar los pies a tus apóstoles y, por ello, es ser bienaventurado, feliz.

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