10 de Enero

Lucas 4, 14-22

«Entonces, por impulso del Espíritu, volvió Jesús a Galilea, y se extendió su fama por toda la región. Y enseñaba en sus sinagogas, y era honrada por todos. Llegó a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre entró en la sinagoga e l sábado, y se levantó para leer. Entonces le entregaron el libro del profeta Isaías y, abriendo el libro, encontró el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviada para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, y para promulgar el año de gracia del Señor. Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro, y se sentó. Todos en la sinagoga tenían fijos en él los ojos. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír. Todos daban testimonio en favor de él, y se admiraban de las palabras de gracia que procedían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José?». (Lucas 4, 14-22)

1o. Jesús, en Ti se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento: desde tu nacimiento en Belén, hasta tu muerte entre malhechores, «como un cordero llevado al matadero» (Isaías 53,7).

El cumplimiento de las profecías es, junto con tus milagros -especialmente el de la Resurrección- la prueba de que Tú eres realmente el Cristo, el Mesías esperado: el Hijo de Dios que tenía que venir a redimir al mundo de sus pecados.

Pero, «¿no es éste el hijo de José?»

Jesús, todos te conocen en Nazaret.

Han convivido contigo durante años.

Seguro que has trabajado para muchos de ellos haciendo algún mueble o reparando algún desperfecto de su casa.

«Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios, vida en comunidad.» (CEC.-531).

Eres tan… normal que, ¿cómo puedes ser Tú el Mesías? Por eso «se admiraban de las palabras de gracia que procedían de tu

boca.»

Jesús, yo también tengo una vida normal, en medio de mis familiares y amigos.

Por ser cristiano me pides que, precisamente a través de esa vida normal, te imite también en tu misión redentora: que con mi ejemplo y mi palabra te ayude a acercar a los demás a Dios.

Por ello necesito formarme en la doctrina cristiana, para poder luego explicarla a los que me rodean.

2o. «Necesitas formación, porque has de tener un hondo sentido de responsabilidad, que promueva y anime la actuación de los católicos en la vida pública, con el respeto debido a la libertad de cada uno, y recordando a todos que han de ser coherentes con su fe» (Forja.- 712).Jesús, te hacen falta apóstoles en cada una de las actividades humanas, en cada comunidad, en cada pueblo.

Personas normales, iguales en todo a los que viven con ellos.

Y, a la vez, llenos de formación, de vida interior, de vibración apostólica -que es esa ilusión por hacer que otros te conozcan y te amen-, de prestigio profesional, de sentido de responsabilidad, de honradez, de optimismo.

Jesús, me pides que sea uno de estos apóstoles modernos que, con el respeto debido a la libertad de cada uno, recuerde a los que me rodean que han de ser coherentes con su fe.

¿Estoy cumpliendo bien mi misión de cristiano?

¿Procuro adquirir la formación que necesito para poder dar respuesta a tantos interrogantes como se plantean en la compleja sociedad actual?

Jesús, la gente de Nazaret se admiraba de tus palabras.

Ellos habían convivido contigo.

Algunos eran parientes, otros eran amigos, y todos eran conocidos tuyos.

Yo, por ser cristiano, he de tratar de ser otro Cristo allí donde estoy.

Ayúdame a formarme bien y a vivir de tal modo que los demás se sientan atraídos a seguirte.

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