II. Liturgia de la palabra

-Lecturas -Evangelio -Homilía -Credo -Oración de los fieles.
Cristo, Palabra de Dios

 

Nos asegura la Iglesia que Cristo «está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es él quien nos habla» (SC 7a). En efecto, «cuando se leen en la iglesia las Sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio. Por eso, las lecturas de la palabra de Dios, que proporcionan a la liturgia un elemento de la mayor importancia, deben ser escuchadas por todos con veneración» (OGMR 9).

 

«En las lecturas, que luego desarrolla la homilía, Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de la redención y salvación, y le ofrece alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su palabra, se hace presente en medio de los fieles. Esta palabra divina la hace suya el pueblo con los cantos y muestra su adhesión a ella con la Profesión de fe; y una vez nutrido con ella, en la oración universal, hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo» (OGMR 33).

 

Recibir del Padre el pan de la Palabra encarnada

En la liturgia es el Padre quien pronuncia a Cristo, la plenitud de su palabra, que no tiene otra, y por él nos comunica su Espíritu. En efecto, cuando nosotros queremos comunicar a otro nuestro espíritu, le hablamos, pues en la palabra encontramos el medio mejor para transmitir nuestro espíritu. Y nuestra palabra humana transmite, claro está, espíritu humano. Pues bien, el Padre celestial, hablándonos por su Hijo Jesucristo, plenitud de su palabra, nos comunica así su espíritu, el Espíritu Santo.

 

Siendo esto así, hemos de aprender a comulgar a Cristo-Palabra como comulgamos a Cristo-pan, pues incluso del pan eucarístico es verdad aquello de que «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3; Mt 4,4).

 

En la liturgia de la Palabra se reproduce aquella escena de Nazaret, cuando Cristo asiste un sábado a la sinagoga: «se levantó para hacer la lectura» de un texto de Isaías; y al terminar, «cerrando el libro, se sentó. Los ojos de cuantos había en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír» (Lc 4,16-21). Con la misma realidad le escuchamos nosotros en la misa. Y con esa misma veracidad experimentamos también aquel encuentro con Cristo resucitado que vivieron los discípulos de Emaús: «Se dijeron uno a otro: ¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras en el camino nos hablaba y nos declaraba las Escrituras?» (Lc 24,32).

 

Si creemos, gracias a Dios, en la realidad de la presencia de Cristo en el pan consagrado, también por gracia divina hemos de creer en la realidad de la presencia de Cristo cuando nos habla en la liturgia. Recordemos aquí que la presencia eucarística «se llama real no por exclusión, como si las otras [modalidades de su presencia] no fueran reales, sino por antonomasia, ya que es substancial» (Mysterium fidei).

 

Cuando el ministro, pues, confesando su fe, dice al término de las lecturas: «Palabra de Dios», no está queriendo afirmar solamente que «Ésta fue la palabra de Dios», dicha hace veinte o más siglos, y ahora recordada piadosamente; sino que «Ésta es la palabra de Dios», la que precisamente hoy el Señor está dirigiendo a sus hijos.

 

La doble mesa del Señor

 

En la eucaristía, como sabemos, la liturgia de la Palabra precede a la liturgia del Sacrificio, en la que se nos da el Pan de vida. Lo primero va unido a lo segundo, lo prepara y lo fundamenta. Recordemos, por otra parte, que ése fue el orden que comprobamos ya en el sacrificio del Sinaí (Ex 24,7), en la Cena del Señor, o en el encuentro de Cristo con los discípulos de Emaús (Lc 24,13-32).

 

En este sentido, el Vaticano II, siguiendo antigua tradición, ve en la eucaristía «la doble mesa de la Sagrada Escritura y de la eucaristía» (PO 18; +DV 21; OGMR 8). En efecto, desde el ambón se nos comunica Cristo como palabra, y desde el altar se nos da como pan. Y así el Padre, tanto por la Palabra divina como por el Pan de vida, es decir, por su Hijo Jesucristo, nos vivifica en la eucaristía, comunicándonos su Espíritu.

 

Por eso San Agustín, refiriéndose no sólo a las lecturas sagradas sino a la misma predicación -«el que os oye, me oye» (Lc 10,16)-, decía: «Toda la solicitud que observamos cuando nos administran el cuerpo de Cristo, para que ninguna partícula caiga en tierra de nuestras manos, ese mismo cuidado debemos poner para que la palabra de Dios que nos predican, hablando o pensando en nuestras cosas, no se desvanezca de nuestro corazón. No tendrá menor pecado el que oye negligentemente la palabra de Dios, que aquel que por negligencia deja caer en tierra el cuerpo de Cristo» (ML 39,2319). En la misma convicción estaba San Jerónimo cuando decía: «Yo considero el Evangelio como el cuerpo de Jesús. Cuando él dice «quien come mi carne y bebe mi sangre», ésas son palabras que pueden entenderse de la eucaristía, pero también, ciertamente, son las Escrituras verdadero cuerpo y sangre de Cristo» (ML 26,1259).

 

Lecturas en el ambón

 

El Vaticano II afirma que «la Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo» (DV 21). En efecto, al Libro sagrado se presta en el ambón -como al símbolo de la presencia de Cristo Maestro- los mismos signos de veneración que se atribuyen al cuerpo de Cristo en el altar. Así, en las celebraciones solemnes, si el altar se besa, se inciensa y se adorna con luces, en honor de Cristo, Pan de vida, también el leccionario en el ambón se besa, se inciensa y se rodea de luces, honrando a Cristo, Palabra de vida. La Iglesia confiesa así con expresivos signos que ahí está Cristo, y que es Él mismo quien, a través del sacerdote o de los lectores, «nos habla desde el cielo» (Heb 12,25).

 

((Un ambón pequeño, feo, portátil, que se retira quizá tras la celebración, no es, como ya hemos visto, el signo que la Iglesia quiere para expresar el lugar de la Palabra divina en la misa. Tampoco parece apropiado confiar las lecturas litúrgicas de la Palabra a niños o a personas que leen con dificultad. Si en algún caso puede ser esto conveniente, normalmente no es lo adecuado para simbolizar la presencia de Cristo que habla a su pueblo. La tradición de la Iglesia, hasta hoy, entiende el oficio de lector como «un auténtico ministerio litúrgico» (SC 29a; +Código 230; 231,1).))

 

Podemos recordar aquí aquella escena narrada en el libro de Nehemías, en la que se hace en Jerusalén, a la vuelta del exilio (538 a.C.), una solemne lectura del libro de la Ley. Sobre un estrado de madera, «Esdras abrió el Libro, viéndolo todos, y todo el pueblo estaba atento… Leía el libro de la Ley de Dios clara y distintamente, entendiendo el pueblo lo que se le leía» (Neh 8,3-8).

 

Otra anécdota significativa. San Cipriano, obispo de Cartago, en el siglo III, reflejaba bien la veneración de la Iglesia antigua hacia el oficio de lector cuando instituye en tal ministerio a Aurelio, un mártir que ha sobrevivido a la prueba. En efecto, según comunica a sus fieles, le confiere «el oficio de lector, ya que nada cuadra mejor a la voz que ha hecho tan gloriosa confesión de Dios que resonar en la lectura pública de la divina Escritura; después de las sublimes palabras que se pronunciaron para dar testimonio de Cristo, es propio leer el Evangelio de Cristo por el que se hacen los mártires, y subir al ambón después del potro; en éste quedó expuesto a la vista de la muchedumbre de paganos; aquí debe estarlo a la vista de los hermanos» (Carta 38).
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7 comentarios

  1. La palabra de la liturgia, es que cristo está presente, cuando se lee en la iglesia las sagradas escrituras, son muy importantes y deben de ser escuchadas..

  2. La Iglesia cono Sacramento Universas son como granitos de Oro.CRISTO PREsENTE CON SU CUERPO,SANGRE,ALMA Y DIVINIDAD.

  3. La Iglesia cono Sacramento Universas son como granitos de Oro.CRISTO PREsENTE CON SU CUERPO,SANGRE,ALMA Y DIVINIDAD.

  4. La Iglesia cono Sacramento Universas son como granitos de Oro.CRISTO PREsENTE CON SU CUERPO,SANGRE,ALMA Y DIVINIDAD.

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