Sobre la 2ª lectura: Flp 2, 6-11

La segunda lectura de esta liturgia de la Pasión, célebre himno cristológico tomado de la carta a los Filipenses, merecerá ser comentada más particularmente durante el ciclo B; es un texto importante en orden a entender el relato evangélico de la Pasión, pero quizá lo es más para llegar hasta el fondo del pensamiento desarrollado por el segundo evangelista a lo largo de su libro.

El contexto de este himno, que no se cita hoy, manifiesta la preocupación de Pablo ante la manera de vivir de los destinatarios de su carta. En su deseo de llevarles a un estilo de relaciones mutuas más en consonancia con el Evangelio, les pone ante los ojos "a Cristo" arrostrando "la muerte y muerte de cruz". A primera vista, el tema cristológico así evocado no corresponde exactamente a la exhortación, invita a contemplar a Jesús tal como el himno le presenta: como modelo en rechazar la gloria.

¿Cuál es esta gloria rechazada por Jesús, y en qué circunstancias se cumplió esta alternativa ejemplar? Hoy, los comentaristas subrayan con frecuencia que Cristo Jesús aceptó esta notable humillación recordada por el himno, más que haciéndose hombre, "encarnándose", viviendo día tras día la existencia humana y aceptando sus limitaciones concretas, especialmente la de la muerte. "Siendo rico, se hizo pobre", señala en cierto modo la segunda carta a lo Corintios (8, 9).

Correspondiéndole con todo derecho la gloria divina, por ser "de condición divina", Jesús aceptó vivir una vida despojada de esta gloria, una vida caracterizada por la humildad, tan distinta de la majestad de la que habría podido rodearse.

¿A qué se debe esta humillación, cuál es el motivo de tanta humildad? Los autores del Nuevo Testamento, fascinados por este tema, aducen varias razones.

La emocionada frase de Pablo, en la epístola a los Gálatas: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (2, 20), ve en el amor la explicación de la vida humana de Jesús.

Por su parte, el autor del himno destinado a los Filipenses se fija más en la "obediencia" de Jesús.

Esta "obediencia" invirtió la tendencia inaugurada por Adán. El tentador al dirigirse a Eva, lo había hecho encandilándola con la promesa de que con su desobediencia se haría semejante a Dios: "Seréis como dioses", le había dicho (/Gn/03/05). Jesucristo, segundo Adán, al revés del primero "obedece"; vive hasta el final, en una humanidad desprovista de Gloria, sin pretender "arrebatar" por ningún medio una "gloria" que le pertenece -¿no es "de condición divina"?- pero que él no quiere tener más que recibida de Dios. Sucederá con él lo que con todo hombre que sólo de Dios puede recibir su recompensa, la verdadera, la futura.

Jesús llega hasta el colmo del desposeimiento: "la muerte y la muerte de cruz"; y al término de esta humillación, que es también un gesto de obediencia, recibe la gloria suprema: "el Nombre que está sobre todo nombre: Jesucristo, Señor".

Al no querer imitar la desobediencia de Adán, que no condujo más que al castigo, Jesús cumplió lo que se había dicho del Siervo, al que presenta precisamente la primera lectura.

El texto isaiánico, recortado (podría abarcar desde el v. 4 hasta la mitas del v. 9), traza varios rasgos del perfil profético del Siervo, en quien a los cristianos les gusta ver el anuncio de Jesús.

Lo primero que el autor consigna acerca de este misterioso personaje, es su comportamiento fraternal: el Siervo es accesible al "abatido"; esta fraternidad es expresión de una mansedumbre mantenida tenazmente, incluso cuando tiene que encontrarse inerme ante unos enemigos cuyas vejaciones el Siervo soporta sin violencia.

Esta paciencia llevada hasta el extremo, es resultado de la confianza depositada en Yahvéh. Seguro que Dios acude en su ayuda, el Siervo sabe que sus adversarios no tendrán la última palabra.

Estas reflexiones isaiánicas se corresponden con las líneas de la meditación paulina. El Siervo se coloca al nivel de los que han perdido la esperanza; como Cristo Jesús acepta las humillaciones inherentes a la existencia humana; la mansedumbre le viene al Siervo de los innobles ultrajes recibidos; a Jesús su humanidad le conduce a la muerte de cruz; el Siervo mantiene con tenacidad su confianza en Dios, como Cristo Jesús su obediencia al Padre; finalmente, el Siervo debe ser repuesto en sus derechos y Jesucristo, "levantado", recibe el nombre de Señor, que está sobre-todo-nombre.

El lector del evangelio de la Pasión según san Marcos, debe encontrar de nuevo estas mismas líneas maestras con que Pablo, después del autor isaiánico, esboza el misterio de Jesucristo.

En la epístola a los Filipenses, Jesucristo es "de condición divina"; en Marcos, Jesús declara sin rodeos su identidad ante el sumo sacerdote: -"¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito? Jesús contestó: -Sí lo soy" (14, 61). El tono es aquí más categórico que en Mateo; aquí afirma Jesús su relación con Dios, y esta relación es absolutamente única; amplía su afirmación advirtiendo que lo que él es ya, aquel mismo día, llegará un día en que se manifestará; pues lo que él es, actualmente está oculto: "Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo" (v.62).

Lo esencial está invisible, pero no por eso está menos presente. El furor de los sanedritas proviene, por lo menos, de la contradicción que advierten entre la pretensión gloriosa de que Jesús hace gala y su humillante situación de insignificante condenado: "La reacción brutal y sin apelación del sumo sacerdote, bien pudiera significar que existía una incompatibilidad total entre el concepto que él se forjaba de Dios y de su enviado, por una parte, y la humillación y la impotencia de aquel presunto Hijo de Dios, por otra".

¿Dónde ve el evangelista la explicación de este sorprendente contraste que separa la dignidad oculta y la humillación que está a la vista? El relato de la agonía debe decirlo: "Y dijo: Padre, tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres" (v.36). Nuevamente el tema de la obediencia, el mismo que la epístola a los Filipenses desarrolla para explicar la humillación de Cristo. Y así como esta epístola descubría en la obediencia el camino de la verdadera gloria -"toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre"- así también, al final de esta Pasión "querida por el Padre", Marcos oye en el preciso momento en que Jesús muere en la cruz que "toda lengua proclama", por medio del centurión: "verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (15, 39).

En san Pablo, lo mismo que en san Marcos, Jesucristo entra en la gloria al final de una experiencia que es la de total aceptación de la vida de hombre, en un acto que es "obediencia… para gloria de Dios Padre".

LOUIS MONLOUBOU

LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MARCOS

EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 172

www.mercaba.org

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Un comentario

  1. Es muy interesante, y creo q no hay amor perfecto q como el de nuestro padre ELOHIM,ahora una pregunta en la biblia relata también la existencia de una madre, y de la esposa del cordero, q no se refiere precisamente a la iglesia, ademas también es muy interesante,lo de eclesiastes,3.15, aquello que fue, ya es, y lo que a de serm fue ya,y Dios restaurara lo que paso

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  4. Me intereza conocer mas de la palabra de dios como puedo ingresa a su pag. para que cada dia me envio la lecturas, evangelio y la meditacion de todo el año liturgicoespero me consideren. la paz sea contigo.

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