¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?

"Y al llegar la hora sexta, toda la tierra se cubrió de tinieblas hasta la hora nona. Y a la hora nona exclamó Jesús con fuerte voz: Eloí, Eloí, ¿lemá sabacthaní?, que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Y algunos de los que estaban cerca, al oírlo, decían: Mirad, llama a Elías"(Mc).

Las tres primeras palabras manifiestan la caridad infinita que brilla en el centro del mismo dolor. Jesús parece olvidar sus torturas, pide perdón por quien le maltrata, ofrece el paraíso quien se arrepiente, entrega a su Madre y la cuida. Las dos palabras siguientes expresan la intensidad de su dolor. Son gemidos hondos que llegan al Cielo.

Han pasado una o dos horas desde la crucifixión; la mayoría han sido de silencio. Con este grito fuerte se abre una ventana al hondo dolor de Jesús, se manifiesta el escándalo de la cruz hasta lo más profundo. Dios parece inerme, derrotado, distante, pasivo, permitiendo el dolor de su Hijo, queriéndolo. Ahora Jesús experimenta el abandono, y apura el cáliz del dolor. Es el momento de la total desnudez de quien no tiene ya nadie en que apoyarse. Parece como si la prueba fuese excesiva y Jesús estuviera apunto de quebrarse. Es más hondo aún que, cuando en la agonía del huerto, pide al Padre que aleje aquel cáliz, pero acepta en obediencia lo que va a venir. Ahora el cáliz está aquí, ya no es agonía, es muerte, es abandono. Parece que la humanidad de Jesús no experimenta el consuelo de la presencia de Dios, como si no se sintiese Hijo siéndolo realmente.

Es abandono, no desesperación. Jesús sigue hablando con el Padre con el salmo 21, convertido ahora en la oración perfecta y sigue así: "Me rodean como perros, me cercan una nube de malvados, han taladrado mis manos y mis pies y me han acostado en el polvo de la muerte. Cuentan mis huesos uno a uno, me miran, me contemplan. Se reparten mis vestidos, echan a suerte mi túnica. Pero tú, oh Yavé, no te alejes fuerza mía, ven pronto a socorrerme. No despreció a un desdichado, ni rehusó responderle. No apartó de mí su rostro me escuchó cuando le imploraba. Anunciaré tu nombre a mis hermanos"

El sol se había ocultado; estaba todo a oscuras. Es la hora de las tinieblas, La hora de Satanás. Jesús está realmente solo y gritó, no lo hizo en la flagelación, ni durante la crucifixión. Sí, ahora, porque está asumiendo los pecados del mundo, se hace pecado. El dolor del alma es intenso, mayor que el del cuerpo. Así desvela el amor del Hijo, del Padre y del Espíritu Santo que salva la injusticia con la misericordia.

Es el penúltimo escalón del anonadamiento. Jesús baja hasta experimentar como una ausencia de Dios en su alma humana, a pesar de que Él mismo es Dios. Pero como hombre experimenta la soledad infinita de esa ausencia, es casi como el infierno. La angustia de la agonía era poco, al lado de la realidad actual. Pero no se separa de la voluntad del Padre, y sigue pensando en los que serán redimidos del infierno real. Dios se nos revela aquí escandalosamente, sin ninguna manifestación de su poder. Su única potencia es amar con corazón de Padre y con corazón de Hijo a los hombres

Reproducido con permiso del Autor,

Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias

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9 comentarios

  1. Me corresponde hacer un breve comentario sobre estas palabras de nuestro Señor Jesucristo y me atrevido a tomar este precioso documento para compartirlo en la procesión del Santo Entierro del Viernes Santo.

  2. me gustaria recibir algo para olvidar la pornografia y olvidar el dolor de mi corazon DIOS ES MI ALIADO Y LA VIRGEN

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