Adviento: detectives del Dios escondido

Alberto Iniesta, Obispo auxiliar emérito de Madrid.

Domingo

La expectativa ante el retorno del Señor polariza la atención de la Iglesia. Nuestras miradas se fijan en Dios.

Entrada: «a Ti, Señor, levanto mi alma. Los que esperan en Ti no quedan defraudados». En la colecta (Gelasiano) pedimos al Señor que avive en sus fieles el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno.

En la oración del ofertorio (Veronense) suplicamos al Señor acepte los bienes que de Él hemos recibido y, por la presentación del pan y del vino, nos conceda que la acción santa que celebramos sea prenda de salvación para nosotros.

Comunión: confiamos en que el Señor nos dará sus bienes y la tierra dará su fruto. Postcomunión (de nueva redacción, inspirada en los Sacramentarios Veronense y de Bérgamo): suplicamos al Señor que fructifique en nosotros la celebración de los sacramentos, con los que Él nos enseña a descubrir el valor de los bienes eternos y poner en ellos nuestro corazón.

Ciclo B

El Adviento es tiempo de esperanza, pero de esperanza responsable y vigilante. Para el antiguo Israel la espera del Mesías significó una larga preparación, no siempre fiel, para sentir la necesidad de un Redentor, que fuera revelación plena y personal del amor de Dios. Para nosotros en la Iglesia, el Adviento significa la responsabilidad y la fidelidad ante el que ha venido como Redentor, pero que volverá un día para coronar en nosotros su obra de salvación en la eternidad.

–Isaías 63,16-17–64,1.3-8: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases! La salvación se hace posible para los hombres en la medida en que éstos viven su fidelidad humilde ante Dios, que se nos ha revelado como Padre y nos ama con amor redentor. La comunidad cristiana, cada alma, se encuentra lejana de Dios. Es momento de revisar la vida para descubrir los mil caminos a través de los cuales ha traicionado su fe cristiana. Es tiempo de autocrítica y de autoconfesión. Todos tenemos necesidad de un nuevo retorno a Dios, que nos conduzca a las exigencias radicales del Evangelio, para que seamos un signo de salvación en medio de un mundo que naufraga lejos de Dios.

–El Salmo 79 nos mueve a pedir al Señor que nos restaure, que brille su rostro y nos salve. ¡Ven a salvarnos, Señor! ¡Vuélvete hacia nosotros! ¡Ven a visitar tu viña! ¡Que tu mano nos proteja para que no nos alejemos de Ti! ¡Que con todo el fervor de nuestra alma invoquemos tu nombre!

–1 Corintios 1,3-9: Aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Nuestro destino y nuestra salvación eterna nos imponen a diario la responsabilidad vigilante de aguardar el retorno definitivo de Cristo. «Ya sí, pero todavía no». Estar en Cristo Jesús, con todo lo que ello comporta: perdón de los pecados, regeneración, etc., es algo ya operante en el cristiano que ha sido lavado en el bautismo.

Pero aún no hemos llegado a la plenitud. De ahí una tensión. Cuando esa tensión falta nos encontramos con un cristianismo sin esperanza, privado del futuro de Dios, de su completa salvación. No podemos atarnos a mesianismos terrenos, vagamente humanitarios. Solo Cristo nos ofrece la salvación verdadera. En la comunión con él está nuestra felicidad. La espera de la fiesta de Navidad nos presenta una oportunidad valiosa para crecer por la gracia en estas actitudes.

–Marcos 13,33-37: Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa. Mientras se realiza el retorno de Cristo, toda la vida del creyente ha de dignificarse en la fidelidad y constante vigilancia. El auténtico cristiano es el hombre que vive diariamente el Evangelio, en alerta permanente ante la eternidad, con amor de intimidad a Cristo. El modo como vive el hombre demuestra si se ama a sí mismo o si ama a Dios, que lo ha creado y redimido con destino a la eternidad. Esto supone una aceptación incondicional de Dios como Ser supremo y Creador de todo. Supone fe y actuar en un mundo que muchas veces le es contrario por los males físicos, sociales y morales.

No puede, pues, adormecerse el cristiano. Ha de vigilar constantemente. Nuestro Adviento ha de ser perpetuo. Exige un alerta continua, condicionante de toda nuestra vida en el tiempo. Requiere que siempre el alma esté esperando ansiosa y responsablemente a Cristo, reformador de nuestras miserias.

REFLEXIONES

 

1. Orientaciones generales:

a) Este domingo nos recuerda el horizonte último de la historia, que se identifica con la venida del Hijo del Hombre. Ahí se inscribe nuestra vida, se subraya la importancia de lo que está en juego y constituye una llamada a la seriedad. De aquí la recomendación a velar: con frecuencia nos dormimos, nada es automático, es necesaria una verdadera elección.

b) Una cierta tensión atraviesa los textos de hoy y de todo el Adviento: «a ti, Señor, levanto mi alma; en ti, Dios mío, confío; los que esperan en ti no quedan defraudados» (entrada). «Aviva en tus fieles el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras» (colecta). «Cuando venga de nuevo podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar» (prefacio). Una cierta tensión, una sana tirantez debería ser también la tónica de nuestra vida. Estamos a las antípodas del ambiente desencantado, regalón o «pasota» que nos rodea. El cristiano no debe dejarse atrapar en sus mallas sinuosas y debe extraer continuamente razones de vivir y esperar a la fuente inagotable de la fe.

J. TOTOSAUS

MISA DOMINICAL 1980/22-3B

2. VIGILANCIA/COMPROMISO: LA VIGILANCIA POR TODO LO QUE ESTA PASANDO ES LA AUTENTICA VIGILANCIA POR LO QUE HA DE VENIR.VIGILANCIA.

El anuncio del fin, el mensaje escatológico del evangelio, va siempre acompañado de una llamada insistente a la vigilancia. Hay muchas maneras de vigilar: hay quien vigila para que no le pase nada y para que todo siga igual, porque ya se encuentra bien; pero otros vigilan porque ha de pasar algo y para que suceda lo que ha de suceder. El primero está a la defensiva, el segundo a la espera y a la ofensiva de la esperanza. Uno y otro, sin embargo, viven despiertos y otean el horizonte. Pero sólo el segundo, el que vigila para que suceda por fin lo que tiene que suceder, transforma la realidad y se alegra del cambio, prepara los caminos del porvenir, realiza las promesas con la gracia de Dios y vigila tal y como Jesús quiere que vigilemos: como los pobres que aún no han sido vencidos, como los hambrientos de justicia que aún no han sido saciados, como los pacíficos que aún no duermen tranquilos y se afanan por la paz, como los testigos de la verdad que aún se ha de manifestar…

El que vigila en sentido evangélico se da cuenta de las «señales», escucha el mensaje del Señor de la historia y del futuro del hombre, barrunta el advenimiento del reinado de Dios. Por eso vigila gozosamente. El mensaje escatológico no fue nunca, para los primeros discípulos de Jesús, para los primeros cristianos, un motivo de miedo, sino de regocijo y celebración fraterna.

La vigilancia que el Señor quiere de nosotros es la práctica cotidiana de la justicia, porque «Dios sale al encuentro de los que hacen la justicia» (1a. lectura). Es el cumplimiento de la voluntad del Padre para que venga su reinado. Es, sobre todo, el ejercicio del amor, de un amor que no pasa de largo ante las necesidades del prójimo y que no se hace el despistado, que abre el corazón y los ojos ante los demás. Y cuando hace falta el bolsillo. Vigilar es tener en cuenta a los otros, percatarse de los otros, aceptarlos, amarlos. Es fraternizar, reconocer que Dios es nuestro Padre al tomar en consideración a todos los hombres como verdaderos hermanos.

La ignorancia del momento preciso en que ha de suceder lo que tiene que suceder, la venida del Señor, otorga importancia a todos los momentos de la vida y a todas las situaciones de la historia por las que atraviesa la Iglesia. De ahí que debamos vivir siempre intensamente vigilantes, como si fuera la última oportunidad en cada momento y situación. La vigilancia por todo lo que está pasando es la auténtica vigilancia por lo que ha de venir. Todo el presente nos interesa, y nos interesa de modo particular. Evadirse de las situaciones comprometidas y escapar del momento y de la circunstancia en la que vivimos nunca será un comportamiento cristiano. Tampoco lo es ceder fatalmente ante los hechos. Lo cristiano es sumergirse en la situación para cambiar la realidad y emerger con ella en un mundo mejor; es forzar las estructuras de este mundo para que cedan y pasen y para que venga la justicia y el reino de Dios.

EUCARISTÍA 1978/55

3. «Vigilar significa estar constantemente alertas, despiertos, a la espera. Significa vivir una actitud de servicio, a disposición del amo que puede volver en cualquier momento. Implica lucha, esfuerzo, renuncia. No es en modo alguno falta de compromiso o indiferencia» (B. Maggioni).

Se trata, con otras palabras, de adquirir un cierto modo de orientar nuestra atención hacia lo que es verdaderamente importante, y que no es otra cosa que un cierto aire de ser puntuales, o sea, de no dejarse sorprender por los acontecimientos decisivos de la existencia.

El amo que marcha no deja individuos que le esperen, sino individuos que tienen algo que hacer, a quienes ha encargado algo que hacer.

Cuando vuelva, no le va a importar tanto saber que lo estaban esperando, cuanto si han cumplido la tarea, que les dejó encargada.

El equivalente del criado de la parábola de Mateo que va a esconder el talento recibido, es aquí el criado que se deja sorprender dormido.

Cierto, el Señor llega de improviso. Por la tarde, de noche, o a las primeras luces del alba. Puede suceder que esté para llegar.

Con la primera venida de Cristo, el Reino de Dios ha llegado YA, está presente aquí, ahora, en medio de nosotros, en la tierra.

Por tanto, hay algo peor que estar dormidos. Y es el no darse cuenta de una presencia.

ALESSANDRO PRONZATO

EL PAN DEL DOMINGO CICLO B

EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág. 14

4. La incertidumbre acerca de la hora del retorno. Puede ser -como observa agudamente R. Schnackenburg- antes de lo que uno espere, pero también más tarde de lo que se cree. «De repente» se presta a las dos hipótesis.

 

5. ADV/SENTIDO:

El Adviento es una espera y una certidumbre. Es la espera de que el Dios vivo va a venir a nuestra vida. Es una certidumbre de que ha venido realmente. Es una llamada para que le abramos nuestras puertas.

Este es el sentido del Adviento: prepararnos para acoger la presencia del Dios vivo, terrible y purificador, que derrite los montes de nuestro egoísmo, de nuestra indiferencia y de nuestra injusticia.

«¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!», grita el AT por boca del profeta Isaías (Is/64/01). Y después continúa: «Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia».

En la medida que los creyentes tengamos valor y amor para derretir los montes del egoísmo, en esa medida será inteligible la Buena Nueva de que el Xto vino a transformar a la humanidad.

 

6. VIGILAR ES CUMPLIR LA TAREA QUE EL SEÑOR NOS HA ENCOMENDADO.

 

Marcos comienza su apocalipsis llamando a la vigilancia (13. 5) y concluye ahora con la misma advertencia. El Señor deseado y anunciado por los profetas ya vino, y hemos visto su rostro; pero todavía esperamos su plena manifestación cuando vuelva con poder y majestad. Esta vigilancia ante la sorprendente venida del Señor constituye el verdadero tema de toda predicación sobre el fin del mundo. El fin del mundo no es, pues, un motivo de temor, sino de esperanza, aunque esto vale ciertamente sólo para los que vigilan. Orar siempre es vigilar, porque es llevar la vida al encuentro del que ha de venir y abrirse a la sorprendente gracia de Dios. Pero hay que orar con los ojos abiertos a la realidad y las manos ocupadas en la redención del mundo, no con los ojos cerrados y las manos juntas. Vigilar es cumplir la tarea que el Señor nos ha encomendado, y esto es también orar.

EUCARISTÍA 1987/55

7. AMBIENTAR EL ADVIENTO

Se tiene que notar en el ambiente que empezamos el nuevo Año Cristiano, con el tiempo de Adviento.

En la procesión de entrada, que hoy puede ser más solemne, uno de los ministros más dignos puede llevar solemnemente el evangeliario o el leccionario, para subrayar que cambia el Año y cambia también el «evangelista del año», que ahora será san Marcos. Después del saludo -que hoy será bueno tomar de la 2a lectura- el sacerdote debería hacer una especial monición de entrada, casi como un pequeño pregón, anunciando el Adviento, pero en relación con la Navidad y la Epifanía como un único movimiento: la venida del Señor a nuestras vidas y nuestra respuesta de acogida. Se puede relacionar con el canto de entrada y el encendido de la primera vela de la corona de Adviento.

 

J. ALDAZABAL

MISA DOMINICAL 1993/15

8. LAS TRES VENIDAS DEL SEÑOR

Dice san Bernardo en un sermón sobre el Adviento y que se lee en el oficio de lectura del miércoles de la primera semana de Adviento:

«Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia.

Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, «todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron». La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder y, en la última, en gloria y majestad.

Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo».

9.  ADVIENTO, COMIENZO DE UN NUEVO AÑO LITÚRGICO

El centro es, ya desde el primer momento, la Pascua del Señor Jesús. El ciclo de Navidad que hoy empieza no es una especie de doblete con el de Pascua sino que, celebrando el nacimiento, anunciamos ya el misterio del Hijo que por la muerte y resurrección salva a la humanidad.

El centro de nuestra vida, eclesial y litúrgica, es el Señor Jesús. Él es el «sí» de Dios al sufrimiento y a la esperanza de los hombres. El año litúrgico es el recuerdo y la celebración en nuestro hoy del misterio de Aquel que en Él mismo ha llevado la humanidad a su única y verdadera plenitud. Lo celebramos cada año y tiene el peligro de la rutina y de la repetición de fiestas conocidas, tradicionales, muy estereotipadas (Navidad, Epifanía, Viernes Santo, Pascua…). Es competencia del celebrante recordar, con palabras sencillas, su sentido profundo, especialmente hoy que empezamos un nuevo año litúrgico.

El Adviento, preparación a la Navidad, es la celebración de la esperanza cristiana. Jesucristo, con su vida, muerte y resurrección ya ha traído la plenitud de la vida en Dios a los hombres y nos emplaza a nuestra fidelidad. Es, pues, una esperanza a la vez gozosa, segura y exigente; arraiga en el amor incondicional de Dios, huye de los optimismos frívolos, lleva al compromiso y tiende hacia la plenitud escatológica del momento definitivo de Dios.

SIGNOS.

Debe notarse, el inicio del Adviento. Es un tiempo de sobriedad: supresión de flores, vestiduras moradas, omisión del Gloria; para destacar que tendemos a la fiesta plena, el retorno del Señor, y la Navidad será su signo. Se conserva el aleluya, signo del gozo de la esperanza. Puede ser pedagógico hacer la corona de Adviento. Es una forma plástica de subrayar el Adviento como «camino» hacia la «luz». Será positivo colocar en el presbiterio una imagen de la Virgen María, quizá combinando con la corona. Debe ser de María con Jesús, y mucho mejor si María ofrece, muestra el niño; el centro es siempre Jesucristo, a quien María ama y hacia quien conduce y guía. Todos estos signos deben «significar» por sí solos. Pero a veces se hace necesaria una breve alusión para evitar que caigan en el folclorismo rutinario.

 

MENSAJE Y LLAMADA DEL ADVIENTO

Sin lugar a dudas, es bueno saber qué acentos subrayaremos en la homilía de cada domingo. Pero conviene no olvidar que son acentos de un conjunto, el misterio de Dios que nos conduce a la vida por Jesucristo. No demos por supuesto que la comunidad ya lo tenga presente.

El mensaje central es que Dios ama a nuestro mundo y ha enviado a su Hijo; Jesús, con su vida, muerte y resurrección, ha iniciado el mundo nuevo, la vida del hombre en Dios. Así ha realizado las promesas de Dios y las esperanzas humanas, de una manera sorprendente, frecuentemente inesperada, escandalosa.

Hoy es necesaria una mirada a nuestro mundo, a los hombres. Es como es, lleno de luces y de sombras. Según parece, un aspecto muy típico de nuestra posmodernidad es el desencanto. Estamos de vuelta de muchas grandes ilusiones y tenemos miedo al futuro, incierto, con frecuencia amenazador. Parece como si no hubiera más razones para la esperanza. Esta vivencia responde a la realidad, pero hagamos el esfuerzo de situar la decepción: estamos decepcionados de los hombres. A base de los valores más nobles podemos hacer grandes obras pero podemos hacer también inhumanidades terribles.

La fe cristiana, en cambio, habla de Dios. Él es la Plenitud de la Vida que ama al mundo y viene. La venida salvadora de Dios es el gran mensaje de la Navidad, a la que nos preparamos.

 

GASPAR MORA

MISA DOMINICAL 19

 

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