4to. Martes de Cuaresma

De los Sermones de San León Magno, Papa

Excelencia de la caridad

La enseñanza contenida en en este sermón,aunque antiguo -f"uepronunciado por San León MaMngno con ocasión de la Cuaresma-, continua siendo absolutanienle válida. Dios es amor y, en el atardecer de nuesntra vida -corno dice el místico castellano- seremos juzgados por el amor. Por eso, los cristianos, además de la ley y por encima de ella, sabemos poner la misericordia, el cariño, la compasión, el afecto. Ésta es la verdadera devoción cuaresmal.

Dice el Señor en el evangelio de San Juan: En esto conocerántodos que sois discípulos míos, en que tenéis caridad unos con otros; y en la carta del mismo apóstol leemos:Queridos,amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios; quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.

Que cada uno de los fieles se examine, pues, a sí mismo, esforzándose en discernir sus más íntimos afectos; y, si descubre en su conciencia frutos de caridad, tenga por cierto que Dios está en él y procure hacerse más y más capaz de tan gran huésped, perseverando con más generosidad en las obras de misericordia.

Pues, si Dios es amor, no podemos poner límite alguno a la caridad, ya que la Divinidad es infinita.

Así, pues, amadísimos, si bien todo el tiempo es bueno para ejercitarse en la virtud de la caridad, estos días cuaresmales nos invitan a ello de un modo más apremiante; si deseamos llegar a la Pascua santificados en el alma y en el cuerpo, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en sí a todas las otras y cubre la multitud de los pecados .

Por esto, ya que nos preparamos para celebrar aquel misterio que excede a todos los demás, en el que la sangre de Jesucristo borró nuestras iniquidades, dispongámonos mediante el sacrificio espiritual de la misericordia, de tal manera que de~ mos de lo que nosotros hemos recibido de la bondad divina, aun a los mismos que nos han ofendido.

Que nuestra liberalidad para con los pobres y demás necesitados de cualquier clase sea en este tiempo más generosa, a fin de que sean más numerosos los que eleven hacia Dios su acción de gracias, y con nuestros ayunos remediemos el hambre de los indigentes. El acto de piedad más agradable a Dios es precisamente este dispendio en favor de los pobres, ya que en esta solicitud miscricordiosa reconoce él la imagen de su propia bondad.

Y no temamos la pobreza que nos pueda resultar de esta nuestra largueza, ya que la misma bondad es una gran riqueza y nunca puede faltarnos con qué dar, pues Cristo mismo es quien da el alimento y quien lo recibe. En todo este asunto interviene la mano de aquel que al partir el pan lo aumenta y al repartirlo lo multiplica. Que el que distribuye limosnas lo haga con despreocupación y alegría, ya que, cuanto menos se reserve para sí, mayor será la ganancia que obtendrá, como dice el apóstol San Pablo: Dios, que provee de semilla al sembrador y de pan para su alimento, os dará también a vosotros semilla en abun dancia y multiplicará los friutos de vuestra justificación, en Cristo Jesús, nuestro Señor, el cual vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén

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