Carta Pastoral por la Canonización de Juan Diego

Carta Pastoral por la Canonización San Juan Diego

NORBERTO RIVERA CARRERA, CARDENAL ARZOBISPO PRIMADO DE MÉXICO

CARTA PASTORAL POR LA CANONIZACIÓN DEL BEATO JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN LAICO

26 de febrero de 2002

A todos los miembros del pueblo de Dios que peregrina en la Arquidiócesis de México y a todas las personas de buena voluntad.

INTRODUCCIÓN

2. Numerosos acontecimientos han sucedido desde aquel histórico 1531, año clave para la Evangelización de México y del Continente americano (1). Este hecho se ve coronado por la intervención autorizada del Sucesor de san Pedro, que reconoce la acción del Espíritu divino en la vida de Juan Diego, natural de estas tierras, y la propone ante el Pueblo de Dios, para suscitar la acción de gracias y animarnos a participar en la misión que el Padre le encomendó a su Hijo al enviárnoslo lleno del Espíritu Santo.

3. La Niña y Señora del Tepeyac, Santa María de Guadalupe, sigue manifestándose como la Madre del amor y de la santa esperanza. Ella le encomendó a Juan Diego llevar su maravilloso mensaje al obispo Fray Juan de Zumárraga, cabeza visible de la Iglesia en México, cuando le dijo: “es necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad.” (2) Ahora ha obtenido de Dios la gracia de cumplir en este tiempo la promesa que le hizo al más pequeño de sus hijos: “ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré” . (3)

4. De esta forma, el nuevo milenio de la historia de la Evangelización da paso a un acontecimiento que tiene gran significado para la Iglesia universal y especialmente para la Iglesia en México. La canonización del indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin (4) (= el águila que habla o el que habla como águila) se convierte en signo luminoso del reinado de Cristo en una persona concreta, que sirve de puente entre la cultura náhuatl evangelizada por los frailes misioneros franciscanos, los emigrantes españoles con su religiosidad de cristiandad europea y la naciente cultura mestiza.

I. ITINERARIO DE LA CAUSA

1. Juan Diego y el Acontecimiento Guadalupano

5. La historia de la causa de canonización de Juan Diego está íntimamente unida a la del Acontecimiento Guadalupano, que consiste en las apariciones de nuestra Señora de Guadalupe, del 9 al 12 de diciembre de 1531.

6. Aun cuando la devoción a Santa María de Guadalupe, ya existía mucho antes que el dominico fray Alonso de Montúfar(1554-1573) llegara a México como sucesor de Zumárraga, fue éste el primer arzobispo en apoyar expresamente el culto de María de Guadalupe en el Tepeyac; lo hizo durante un sermón pronunciado en la catedral Metropolitana el 6 de septiembre de 1556, con el que procuró persuadir al pueblo para venerar a la celestial Señora.(5)

7. En 1573, el Papa Gregorio XIII concedió indulgencia plenaria y otras gracias a los fieles que visitaran el templo de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe y ahí recitaran piadosas preces (6), y en 1576 revalidó y prorrogó las gracias e indulgencias antes concedidas, lo cual agradece el entonces arzobispo de México, Pedro Moya de Contreras. (7)

8. Las orientaciones precisas que en 1634 emitió el Papa Urbano VIII acerca del culto a los santos, hizo que oficialmente la devoción al vidente y embajador de la Virgen Madre fuera suspendida; sin embargo, el decreto no logró erradicarla de la mentalidad popular, que la conservó sin interrupción, como lo prueba la documentación respectiva.

9. En 1663, el obispo de Puebla, Diego Osorio de Escobar y Llamas, Gobernador de la Arquidiócesis de México, en ese entonces sede vacante, y el Virrey de la Nueva España, Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazar habían dirigido una carta al Papa Alejandro VII, pidiéndole la concesión de celebrar la Misa propia en honor de Santa María de Guadalupe el 12 de diciembre, pues hasta entonces se había identificado con la celebración de la Inmaculada Concepción, el 8 del mismo mes. (8)

10. Desde el punto de vista jurídico se abrió un proceso en 1666 para reconocer la historicidad del Acontecimiento Guadalupano y de Juan Diego; los resultados del proceso se conocen como Informaciones Jurídicas de 1666 (9), y fueron enviados a Roma.

11. En 1720, el entonces arzobispo de México, José de Lanciego y Aguilar, aprobó que se realizara una nueva investigación, que originó las llamadas Informaciones de 1723, confirmando nuevamente la tradición de la milagrosa imagen de nuestra Señora de Guadalupe.

12. El 2 de julio de 1757, el Papa Benedicto XIV, a través de la Sagrada Congregación para los Ritos concedió la Misa propia y el Oficio Divino para el 12 de diciembre, extendiendo esta concesión a todos los dominios de España

13. En 1891, el Papa León XIII, ante la petición explícita del episcopado mexicano, ratificó lo que ya había concedido su predecesor Benedicto XIV, añadiendo referencias más explícitas sobre el Hecho Guadalupano y sobre Juan Diego, incluyendo parágrafos enteros del Nican Mopohua en las lecturas del Oficio Divino

14. En 1894 se otorgó la coronación canónica de la Virgen de Guadalupe.

15. En 1899 se llevó a cabo el Concilio Plenario Latinoamericano. Allí se invocó a la Virgen de Guadalupe, y se colocó el acontecimiento Guadalupano como punto de referencia fundamental para comprender el catolicismo en América Latina, y para iniciar una nueva etapa evangelizadora.

16. En 1910 los obispos mexicanos, junto con numerosos obispos latinoamericanos, pidieron al Papa Pío X que proclamara a la Virgen de Guadalupe Patrona de toda América Latina, y extendiera la festividad litúrgica a todo el continente.

17. El 12 de septiembre de 1933, alrededor de quinientos obispos de todo el continente americano y de otras partes del mundo, enviaron al Papa Pío XI una carta en la que le solicitaban la extensión de la Fiesta y del Patronato de Nuestra Señora de Guadalupe a todo el continente. Lo mismo pidieron los obispos de Filipinas y les fue concedido.

18. Durante la persecución contra la Iglesia católica en México (1927-1930) la Virgen de Guadalupe fue un punto constante de referencia para el pueblo mexicano. Testimonio de ello era el grito que lanzaban los que morían en defensa de su derecho a expresar y celebrar públicamente su fe: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!

19. El 12 de octubre de 1945 Pío XII ofreció una alocución radiofónica por el cincuentenario de la coronación pontificia de la imagen de nuestra Señora de Guadalupe, en la que decía: Y así sucedió al sonar la hora de Dios para las dilatadas regiones del Anáhuac. Acaban apenas de abrirse al mundo, cuando a las orillas del lago de Texcoco floreció el milagro. En la tilma del pobrecito Juan Diego –como refiere la tradición- pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una imagen dulcísima, que la labor corrosiva de los siglos maravillosamente respetarían. (10)

20. Por su parte, Juan XXIII, el 12 de octubre de 1961, declaraba en la conmemoración del cincuentenario del Patronato de la Virgen de Guadalupe sobre toda América Latina: La siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive derrama su ternura y delicadeza maternal en la colina del Tepeyac, confiando al indio Juan Diego con su mensaje unas rosas que de su tilma caen, mientras en ésta queda aquel retrato suyo dulcísimo que manos humanas no pintan. Así quería nuestra Señora continuar mostrando su oficio de Madre: Ella, con cara de mestiza entre el indio Juan Diego y el obispo Zumárraga, como para simbolizar el beso de dos razas (…) Primero, Madre y Patrona de México, luego, de América y de Filipinas, el sentido histórico de su mensaje iba cobrando así plenitud, mientras abría sus brazos a todos los horizontes en un anhelo universal de amor (11).

21. El 12 de octubre de 1970, el Papa Paulo VI, exclamaba con motivo del 75 aniversario de la coronación pontificia de la imagen: La devoción a la Virgen Santísima de Guadalupe, tan profundamente enraizada en el alma de cada mexicano y tan íntimamente unida a más de cuatro siglos de vuestra historia patria, sigue conservando entre vosotros su vitalidad y su valor, y debe ser para todos una constante y particular exigencia de auténtica renovación cristiana(12).

22. En 1974 se celebraba el V Centenario de la fecha del nacimiento de Juan Diego, cuando algunos miembros del pueblo de Dios en México, pidieron su canonización, para proponerlo como ejemplo de laico cristiano(13).

23. Juan Pablo II, durante su primera visita a México con motivo de la inauguración de la III Conferencia del Episcopado Latino Americano, en 1979, se refiere a la Virgen llamándola “Madre de la Iglesia en América Latina”, “Estrella de la evangelización”(14); mientras que de Juan Diego dice: Desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, tú, Madre de Guadalupe entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México (15).

24. El Arzobispo Cardenal Ernesto Corripio Ahumada presidió tres de los momentos más importante de todo este afanoso proceso de investigación histórico-científica: el primero, el 7 de enero de 1984, en la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe, cuando dio lectura al documento con el que se iniciaba el Proceso Canónico del Siervo de Dios, Juan Diego, el indio humilde mensajero de la Virgen de Guadalupe. El segundo fue el 23 de marzo de 1986, en la Catedral Metropolitana de México, cuando, en su investidura de “Juez Ordinario”, presidió la celebración de la última sesión de este proceso, y la Congregación para las Causas de los Santos aprobó el camino realizado (16). El tercer momento fue el 9 de octubre de 1989, en la Sala de Acuerdos de la Curia de la Arquidiócesis de México, donde fueron convocados 21 especialistas, investigadores y estudiosos del Acontecimiento Guadalupano, entre los cuales estaba Mons. Guillermo Schulemburg, para emitir, con toda libertad, sus valiosas opiniones a favor o en contra de la causa de Juan Diego; ninguna opinión se vertió en contra de la existencia física del Siervo de Dios y se ahondó positivamente en su fama, virtudes y culto (17).

25. Los resultados y la documentación necesaria fueron enviados a la Santa Sede, a la Congregación para las Causas de los Santos, donde se elaboró la Positio, la cual, en 1989, se puso a la consideración de las tres Comisiones, designadas para el caso: la de historiadores, la de teólogos y la de obispos y cardenales. La Positio fue aprobada en 1990 (18), reconociendo que a Juan Diego se le daba culto desde tiempos inmemoriales, apoyando esto con diseños y medallas en los que se le representaba con aureola, o su figura en cálices, púlpitos, altares, exvotos, ofrendas, documentos. Una buena síntesis de todo esto nos la ofrece D. Cayetano de Cabrera y Quintero: Aún los mismos indios que frecuentaban el Santuario se valían de las oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado allí, lo ponían como intercesor ante María Santísima, para lograr sus peticiones. Esperamos en Dios que un día lo veamos en el honor de los altares (19).

26. La Congregación para las Causas de los Santos presentó los resultados obtenidos para que fueran valorados por el Papa Juan Pablo II, a quien correspondía la decisión final. La respuesta fue dada a conocer a través del Decreto de Beatificación del 9 de abril de 1990, con el que se reconocía la santidad de vida y el culto tributado, desde tiempo inmemorial, al Beato Juan Diego. El 14 de abril, sábado de Gloria, en la Catedral Metropolitana, el Sr. Cardenal D. Ernesto Corripio Ahumada dio la jubilosa noticia.

27. En su segundo viaje apostólico a México, el 6 de mayo de 1990, Juan Pablo II presidio en la Basílica de Guadalupe la solemne lectura del Decreto de Beatificación por confirmación del culto que de tiempo inmemorial le había rendido el pueblo mexicano. En su homilía comentaba: Juan Diego es un ejemplo para todos los fieles, pues nos enseña que todos los fieles de Cristo, de cualquier condición y estado, son llamados por el Señor a la perfección de la santidad por la que el Padre es perfecto, cada quien en su camino (LG 11). Y Juan Diego, obedeciendo cuidadosamente los impulsos de la gracia, siguió fiel a su camino y se entregó todo a cumplir la voluntad de Dios, según aquel modo en el que se sentía llamado por el Señor. Haciendo esto, fue sobresaliente en el tierno amor para con la Santísima Virgen María, a la que tuvo constantemente presente y veneró como Madre y se entregó al cuidado de su casa con humilde y filial ánimo. No es de admirar, pues, si no pocos fieles lo tenían por un santo, viviendo todavía, y le pedían les ayudara con su oración. Esta fama de santidad después de su muerte duró, de modo que no son pocos los testimonios del culto que se le daba, los cuales muestran suficientemente que delante del pueblo cristiano se le nombraba con el título de santo, y así conocido le daban los signos de veneración que suelen estar reservados para los beatos y los santos, como queda patente por los monumentos de arte, en los cuales la efigie de Juan Diego se puede ver adornada con aureola y con otros signos de santidad. Cierto que tales signos de culto se manifestaron sobre todo en el tiempo más cercano a la muerte de Juan Diego, pero nadie puede negar que los mismos han continuado hasta nuestro tiempo, de modo que con seguridad consta el testimonio congruente de un culto peculiar dado sin interrupción a Juan Diego. Habiendo instado muchos obispos y fieles de Cristo, principalmente mexicanos, la Congregación para las Causas de los Santos procuró que se recogieran los documentos que ilustran la vida, virtudes y fama de santidad de Juan Diego, y mostraron el culto que se le diera, los cuales, debidamente investigados, concluyeron con la Positio sobre la fama de santidad, de sus virtudes y culto que se le dio desde tiempo inmemorial (20).

28. El 12 de octubre de 1992, en el discurso inaugural de la IV Conferencia General del Episcopado Latino Americano, en Santo Domingo, el mismo Juan Pablo II afirmaba con gran fuerza la importancia del Acontecimiento Guadalupano, nombrándolo como ejemplo de evangelización perfectamente inculturada, ya que en la figura de María de Guadalupe se encarnaron auténticos valores culturales indígenas: En el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, se resume el gran principio de inculturación: la íntima transformación de los auténticos valores culturales, mediante la integración en el cristianismo en las varias culturas (21).

29. El 28 de octubre de 1998 se presentó el resultado de la investigación realizada por una Comisión Histórica formada ex profeso por la Congregación para las Causas de los Santos y la Arquidiócesis de México. Su trabajo fue tomar en cuenta todo lo ya realizado e investigar en Archivos y Bibliotecas de varias partes del mundo, estudiar y analizar desde la tradición oral continua e ininterrumpida que se ha mantenido en la memoria del pueblo, hasta fuentes documentales como mapas, códices, anales, testamentos, cantares, narraciones, Nican Mopohua, Nican Motecpana, Información de 1556, Informaciones Jurídicas de 1666, los importantes escritos de los primeros frailes misioneros y otros muchos documentos. Los resultados comprueban y confirman la verdad del Acontecimiento Guadalupano, la historicidad del indio Juan Diego, modelo de santidad, y su papel como mensajero y misionero laico elegido por Nuestra Señora de Guadalupe. Lo más importante de la investigación fue publicada en un libro bajo el título “El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego” (22) y fue entregado a prestigiados estudiosos en Historia de la Iglesia, grandes conocedores de México y de América Latina. Todos, de manera unánime han dado su confirmación positiva, tanto de la historia del Acontecimiento Guadalupano, especialmente del Beato Juan Diego, como de la metodología científica usada en la investigación.

30. El 22 de enero de 1999, durante su cuarta visita a México, Juan Pablo II dejó oír nuevamente su voz, declarando la importancia del mensaje Guadalupano comunicado por el beato Juan Diego, y confirmando la perfecta evangelización que nos ha sido regalada por nuestra Madre, María de Guadalupe, a quien declaró “Patrona de todo el continente Americano” y “Estrella de la primera y de la nueva evangelización” (23).

31. Después de nuevos estudios sobre la figura histórica del Beato Juan Diego y sobre las apariciones de Guadalupe (24), bajo la dirección del Emmo. Sr. Ernesto Cardenal Corripio, se llevó a cabo la Investigación diocesana (1990-1994) acerca de una supuesta curación milagrosa, atribuida a la intercesión de dicho Beato. El caso en cuestión inició el 3 de mayo de 1990, cuando un joven de 20 años de edad, llamado Juan José Barragán Silva, cayó de una altura aproximada de 10 metros, sobre la banqueta de cemento, con un fuerte impacto valorado en 2,000 kg., con fractura múltiple del hueso craneal y fuertes hematomas. Según la valoración de los médicos, la mortalidad instantánea superaba el 80%. El 26 de febrero de 1998, los médicos especialistas de la Congregación para las Causas de los Santos examinaron y aprobaron por unanimidad los estudios que los médicos mexicanos habían hecho en el proceso diocesano, pues comprobaron que era naturalmente inexplicable que Juan José estuviese vivo y sano, con una curación rápida, completa y duradera; era una inexplicable curación según el conocimiento de la ciencia médica. La madre del joven fue la que, con gran fe, invocó al Beato Juan Diego por la salvación de su hijo. El 11 de mayo de 2001, en Sesión Especial para estudiar el milagro, los consultores teólogos, presididos por el promotor de la fe, aprobaron el milagro sucedido por intercesión de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, con voto afirmativo unánime (25); a idéntica conclusión llegaron los cardenales y obispos reunidos en Sesión ordinaria, el 21 de septiembre del mismo 2001.

32. Los obispos del episcopado mexicano, en su Carta Pastoral del 12 de octubre de 2001 decían: La verdad de las apariciones de la Santísima Virgen María a Juan Diego en la colina del Tepeyac ha sido, desde los albores de la evangelización hasta el presente, una constante tradición y una arraigada convicción entre nosotros los católicos mexicanos, y no gratuita, sino fundada en documentos del tiempo, rigurosas investigaciones oficiales verificadas el siglo siguiente, con personas que habían convivido con quienes fueron testigos y protagonistas de la construcción de la primera ermita (26) … Consideramos también deber nuestro manifestar que la historicidad de las apariciones, necesariamente lleva consigo reconocer la del privilegiado vidente interlocutor de la Virgen María (27).

33. El decreto “acerca del milagro” fue promulgado en ciudad del Vaticano ante Su Santidad Juan Pablo II el 20 de diciembre de 2001.

34. Esta tradición centenaria, en la que confluyen diversos miembros del pueblo de Dios en México, España, Vaticano, nos indica que el tema en cuestión es más que un simbolismo. En efecto, el culto desde tiempos antiguos se convierte en una realidad que se va imponiendo como expresión de fe y reconocimiento de algo que realmente aconteció en la historia, en los personajes identificados por la misma tradición, a saber, Santa María de Guadalupe, Juan Diego, Fray Juan de Zumárraga y Juan Bernardino. A eso habrá que añadir los diversos testimonios escritos, representativos y arqueológicos, cuya importancia será mencionada más adelante.

2. Oposiciones y problemas

35. El argumento Guadalupano ha sido objeto de apasionados debates históricos, pero podemos decir que pocos eclesiásticos y seglares mexicanos se han opuesto a la historicidad del Hecho y, consiguientemente, de Juan Diego. Algunos explican que el Hecho Guadalupano es un mito religioso usado para representar las antiguas tradiciones religiosas mexicanas, que luego fueron asumidas en forma sincretista por el catolicismo. Otros consideran el Hecho Guadalupano como un mero instrumento pedagógico de la catequesis misionera a favor de los indígenas (28). Unos más consideran el Hecho Guadalupano como una invención del criollismo nacido en el siglo XVII, para darle fuerza al naciente nacionalismo mexicano (29). Hay quienes apoyan su duda sobre la historicidad del Hecho Guadalupano en la ausencia de fuentes claras y precisas en los primeros veinte años inmediatos al Acontecimiento; especial relevancia se le da a la ausencia de documentos franciscanos que lo mencionen, sobre todo la falta de datos de uno de los protagonistas del Hecho, el obispo fray Juan de Zumárraga. Finalmente, hay quienes no niegan la historicidad de lo sucedido, pero afirman que lo fundamental es el simbolismo que encierra, es decir, la representación del drama de la conquista, que incluye las diversas actitudes de los misioneros y el trauma de los indígenas en los primeros momentos de la evangelización (30).

36. Los que niegan la historicidad de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego afirmando que ambos forman parte de la catequesis simbólica, consideran que sacarlos de este simbolismo, llevaría a una fantasía histórica. En este sentido, canonizar a Juan Diego equivaldría a canonizar un símbolo, no a una persona real. Por lo demás consideran que, negar la historicidad del Hecho, en nada contradice la importancia de la devoción Guadalupana a lo largo de la historia de México.

37. Esta postura reciente y las oposiciones antiguas (31) han obligado a revisar la documentación histórica y a proseguir la investigación en archivos y bibliotecas, para aclarar dudas y llegar razonablemente a una conclusión positiva o negativa, con rigor científico, sobre la historicidad objetiva del Acontecimiento Guadalupano y del indio vidente Juan Diego. Los resultados de tales trabajos fueron presentados por el R. P. Fidel González Fernández, m.c.c.j., catedrático de la Universidad Pontificia Urbaniana de Roma y de la Pontificia Universidad Gregoriana también de Roma en un Congreso convocado para esta finalidad por la Congregación de las Causas de los Santos, el 1 de noviembre de 1998. La relación fue acogida y aprobada por unanimidad en esa sesión, presidida por el Prefecto de dicho Dicasterio, para darle el debido curso canónico (32).

Convergencia de las pruebas documentales

38. Las obras hasta ahora analizadas afirman, de manera convergente y no prefabricada, la historicidad del Acontecimiento Guadalupano y de todos sus protagonistas. Esto no niega que en algunos casos se presenten determinadas hipótesis razonables de carácter histórico, para explicar posibles dudas o vacíos, como el llamado “silencio Guadalupano” de algunos personajes eclesiásticos y civiles del siglo XVI (33).

39. El trabajo de investigación ha seguido una ruta rigurosamente crítica histórica en la búsqueda y valoración de documentos que se encuentran en archivos y bibliotecas. Ello ha implicado para los estudiosos la obligación de respetar las características peculiares, según se trate de obras indígenas, españolas o mestizas, y la índole histórica de la documentación. Asimismo han averiguado si estas fuentes son fidedignas total o parcialmente, y en qué medida, y si en ellas se encuentran elementos históricos sólidos que fundamenten la historicidad del Acontecimiento Guadalupano y del vidente Juan Diego (34). Finalmente han tomado en cuenta el origen, destinatario, contexto y finalidad de todos estos documentos para entender su propósito y alcance.

40. Los documentos españoles del siglo XVI, que mencionan a “Guadalupe” son numerosos, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo. Con frecuencia se refieren directa o indirectamente al culto dado a la Virgen de Guadalupe en su ermita, ubicada entonces en las afueras de la ciudad de México. No hablan directa o explícitamente de las apariciones o de Juan Diego, sino que son alusiones circunstanciales o de paso (35). Hasta el presente no se ha llegado a encontrar documento alguno, entre 1531 y 1548, que se refiera al Hecho Guadalupano, ni siquiera de uno de los protagonistas, Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México, muerto en 1548. No obstante, este silencio ni prueba ni niega nada.

41. A partir del dominico Fray Alonso de Montúfar, segundo arzobispo de México, el guadalupanismo comienza a ser una tónica común en los arzobispos de México, mientras que en la sociedad del siglo XVII es ya un elemento esencial de la conciencia católica mexicana y de la pertenencia nacional de los mestizos; por lo que no es sorprendente que haya inspirado movimientos sociales, culturales, religiosos y políticos, que fueron favoreciendo una mentalidad que desembocó en la Independencia (36).

42. A esto hay que añadir que tanto la tradición oral continua, tan importante entre los pueblos mexicanos (a base de cantos, poemas), como los diversos escritos, indígenas, mestizos y españoles de naturaleza varia [narrativos (37), epistolares (38), jurídicos (39) y administrativos (40)], las representaciones [pinturas (41), esculturas] y la arqueología (42) muestran cómo, en torno al Hecho histórico Guadalupano, se va desarrollando una creciente atención y devoción a María de Guadalupe, íntimamente ligada a la gran veneración popular al vidente Juan Diego.

43. Siguiendo los criterios de realismo, imparcialidad y moralidad histórica, los peritos nos presentan las siguientes conclusiones: por un lado, la investigación histórica sigue abierta; por otro lado, los datos con los que ya contamos, son más que suficientes para afirmar con certeza la convergencia en hablar de Guadalupe [distinta de la de Extremadura, España (43)] y de Juan Diego, como una fuerza increíble y extraordinaria que se convierte en punto central de una nueva historia religiosa y de encuentro entre dos mundos, hasta ese momento en violenta y dramática contraposición (44).

44. De todo lo anterior se sigue que sólo la afirmación clara de la historicidad de lo acontecido en el Tepeyac llena de contenido un símbolo que hace razonable una práctica y una devoción mariana como Guadalupe. A partir de esta semilla sembrada en el Tepeyac comenzó una devoción incontenible de indios, españoles, criollos y mestizos que nadie ha podido frenar. Guadalupe se ha convertido en el punto de llegada y de partida de todos los que reconocen en la siempre Virgen María de Nazaret, a la Madre de Jesús, el Hijo Unigénito de Dios, encarnado por obra del Espíritu Santo, y a la Madre de todos, hecho histórico que comenzó con la aparición de esta Celestial Señora a un indio llamado Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

II. JUAN DIEGO PREEVANGELIZADO

Algunos datos biográficos iniciales

45. Juan Diego Cuauhtlatoatzin, al parecer, vio la primera luz hacia 1474 y murió en 1548. Su vida transcurría como la de muchos de sus contemporáneos. Habiendo nacido en Cuauhtitlán, de la etnia chichimeca, reino de Texcoco, se crió en el barrio de san José Millán; luego se fue a vivir a Tulpetlac, municipio de Cuauhtitlán, conservando la propiedad de su casa natal (45). Contrajo matrimonio en santa Cruz el Alto (Tlacpan), cerca de san Pedro, con la joven Malitzin, quien en su bautismo tomó el nombre de María Lucía, la cual murió dos años antes de las apariciones de la Inmaculada (46).

46. Por fuentes históricas sabemos que Juan Diego tuvo descendencia. Los descendientes que procreó parecen haber sido ignorados por el gran Lorenzo Boturini Benalluci, quien pretendía a toda costa defender la virginidad total del beato, como una gloria singular de Juan Diego y como defensa contra la pretensión de algunos que neciamente quisieran aparecer como sus descendientes y parientes en línea recta. Sin embargo, los misioneros franciscanos dan fe de esta prole tenida antes de que fuera bautizado (47).

47. Juan Diego y Juan Bernardino tenían “casas y tierras” heredadas de sus “padres y abuelos” (48), es decir, desde tiempos antiguos, lo que puede indicar que no eran miembros de un calpulli, donde la tierra era propiedad comunal, sino que ellos tenían la responsabilidad de la manutención y del bienestar de otras familias de trabajadores.

48. Todavía no se edificaba el convento de Tlatelolco (49), cuando ya funcionaba allí un centro de evangelización desde 1524; los frailes asistían entre semana, cada tercer día, y todos los domingos y fiestas (50). Para 1528 Juan Diego había entrado en contacto con los misioneros franciscanos y, tocado por la gracia de Dios, terminó por solicitar el Bautismo. Con su esposa María Lucía, inició su camino de preparación, bajo la sabia dirección de Fray Toribio Paredes de Benavente, que adoptó el sobrenombre de “Motolinía” (51). De él aprendió la doctrina cristiana y las exigencias de vivir de acuerdo con el Evangelio, así como la excelencia de la virtud de la pureza y castidad, hasta el grado de decidir, junto con su esposa, vivir castamente una vez recibido el Bautismo (52). Fue bautizado con el nombre de Juan Diego (53).

49. Cuando andaba en los 57 años, es decir, siendo ya un hombre cabal y con buen grado de madurez, comenzó a ser conocido como uno de los protagonistas de los hechos en la colina del Tepeyac. Este repunte de su personalidad nos lleva a la necesidad de preguntarnos sobre el tipo de formación tenida, que le permitió alcanzar una madurez humana respetable y que fue la base de su santidad cristiana.

2. A propósito de la educación indígena

50. Muy diversas eran las culturas indígenas que habitaban el territorio de lo que luego llegó a ser México. Al referirme al mundo de la educación estoy hablando de una cultura que sobresalió por su contacto inmediato con lo que hemos venido nombrando el Acontecimiento Guadalupano, me refiero a la cultura náhuatl.

51. Fray Bernardino de Sahagún consignó por escrito el tipo de educación esmerada que recibían los indígenas (54). Las virtudes domésticas comenzaban a sembrarse desde que la madre estaba segura de haber quedado en cinta. Con tiernos y solemnes discursos el abuelo o el miembro más anciano de la familia se dirigía a la embarazada, recordándole que el fruto en camino era obra del señor Dios, que debía cuidar de ese fruto divino absteniéndose de levantar cosas pesadas, evitar discusiones con el marido y disminuir las relaciones maritales para no hacer daño a la criatura en formación, y terminaba deseándole dicha, salud, alegría y un parto sano (55).

52. Todo el proceso del embarazo y el mismo parto era acompañado por nuevos discursos, oraciones y consejos. Cuando la mujer daba a luz, la partera prorrumpía en gritos de victoria en nombre de la parturienta, indicando así que ésta había superado valientemente la prueba, y había cautivado a una criatura (56). Y si era varón, lo recibían con la advertencia de que venía a un mundo que no era el suyo, y que su verdadero nacimiento dependería de que tuviera el honor de merecer la muerte florida, es decir, de morir como prisionero de guerra sacrificado a la divinidad (57).

¡Nuestra Señora de Guadalupe ha cumplido lo que ha prometido!

1. Con espíritu lleno de alegría y de agradecimiento al Padre de nuestro Señor Jesucristo, me dirijo a ustedes hermanas y hermanos, como Pastor de esta Iglesia particular de la Arquidiócesis de México ya que hoy, 26 de Febrero, S.S. Juan Pablo Segundo ha tenido a bien manifestar su decisión de Canonizar al Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Asimismo, quiero hacerme portavoz de los sentimientos de mujeres y hombres, ancianos, niños y adolescentes, jóvenes y adultos, de toda clase social y de todo nivel cultural, hermanos en el episcopado de distintas nacionalidades y de distintas épocas, ya que “Juanito, Juan Dieguito”, será el primer indígena inscrito en el Catalogo de los Santos, el misionero de Jesucristo, vidente y mensajero de la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de la cercanía y de la inmediación, el Dueño del cielo, el Dueño de la tierra, nuestra Madre del cielo.

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