La Nueva Ley y los Mandamientos

Jesucristo llevará la revelación del Decálogo a su plenitud, declarando que la base de toda la ley es amar a Dios y al prójimo.
 Son diez los Mandamientos:

El primero, amarás a Dios sobre todas las cosas.

El segundo, no tomarás el nombre de Dios en vano.

El tercero, santificarás las fiestas.

El cuarto, honrarás a tu padre y a tu madre.

El quinto, no matarás.

El sexto, no cometerás actos impuros.

El séptimo, no hurtarás.

El octavo, no dirás falso testimonio ni mentirás.

El noveno, no consentirás pensamientos ni deseos impuros.

El décimo, no codiciarás los bienes ajenos.

Estos diez mandamientos se encierran en dos:   Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

Jesucristo llevará esta revelación de la ley moral a su plenitud, declarando que la base de toda la ley es amar a Dios y al prójimo.

JESUS RESPONDIO: EL PRIMERO ES: ESCUCHA, ISRAEL, EL SEÑOR TU DIOS ES El UNICO SEÑOR; Y AMARAS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZON Y CON TODA TU ALMA Y CON TODA TU MENTE Y CON TODAS TUS FUERZAS. ESTE ES EL PRIMER MANDAMIENTO. El SEGUNDO ES SEMEJANTE A ESTE: AMARAS A TU PROJIMO COMO A TI MISMO. NO HAY OTRO MANDAMIENTO MAYOR QUE ESTOS» (Mc. 12, 29-31).

Sin contradecir en modo alguno el ideal moral del Decálogo, Jesús lo explica, lo prolonga, lo perfecciona. Así sucede cuando proclama la superioridad del hombre sobre el sábado (Mc. 2, 23-27), la fidelidad del corazón (Mt. 5, 27ss), la sinceridad cristiana (Mt. 5, 33-37), o el amor al enemigo (Mt. 5, 38ss).

Con Jesús comienza un tiempo totalmente nuevo, el tiempo de la gracia (Jn. 1, 17). El programa moral del Evangelio es anunciado gratuitamente, de balde (cfr. Is. 55, l), a quienes, por sí mismos, ni siquiera pueden cumplir la ley. «Porque yo no me avergüenzo del Evangelio: es fuerza de salvación de Dios para todo el que cree, primero para el judío, pero también para el griego. (Rom. 1, 16). «Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios- (Ef. 2, 8s). (C.v.e., p. 312).

La ley nueva

San Pablo indica admirablemente la grandeza de la Redención cristiana, debido a la cual los cristianos tienen más fácil la santidad que los gentiles y judíos.

a) Los gentiles poseían la ley natural, que podían conocer con su conciencia, pero, en su mayoría, no fueron fieles a la ley grabada en sus corazones. San Pablo dice de ellos: «Porque lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista, Dios mismo se lo ha puesto delante. Desde fa creación del mundo, sus perfecciones invisibles, su poder eterno y su divinidad, son visibles para la mente que penetra sus obras. Realmente no tienen disculpa, porque conociendo a Dios no le han dado la gloria y las gracias que Dios se merecía, al contrario su razonar acabó en vaciedades y su mente insensata en tinieblas. Atardeando de sabios, resultaron unos necios- (Rom. 1, 19-22).

Efectos de esta culpabilidad será el conjunto de degradaciones e inmoralidades que imperaban en el mundo pagano y que San Pablo describe en la misma carta a los Romanos (1, 23-32).

b) Los judíos estaban en mejores condiciones para ser santos que los gentiles, ya que poseían la Ley revelada por Dios en el Sinaí. Pero esta Ley no bastaba, pues no les justificaba. Además, tampoco la cumplieron con fidelidad, ya que la tergiversaron con interpretaciones desviadas, relegándola a un cumplimiento exterior, olvidando el amor a Dios y la entrega del corazón.

Esta ley es buena y santa, en cuanto que expresa la voluntad de Dios (Rom. 7, 12-25). -Porque nadie podrá justificarse ante Él aduciendo que ha observado la Ley, pues la función de la Ley es dar conciencia del pecado. (Rom. 3, 20). Para cumplir la ley de Dios se necesita la gracia de Cristo. -La Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. (Jn. 1. 17).

La actitud de Jesús ante la Ley de Dios es clara: -No creáis que he venido a abolir la Ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. (Mt. 5, 17). En el Evangelio de Cristo, el ideal moral del Antiguo Testamento es cumplido hasta la última «i» (Mt. 5, 17ss). (C.v.e., p. 312)

Con la gracia de Dios se pueden vencer todas las dificultades y alcanzar la vida eterna.

c) La ley nueva. Jesucristo trajo al mundo una ley nueva. Por una parte, da un conocimiento más profundo de la ley revelada; por otra parte, proporciona la gracia o ayuda divina para cumplir la ley.

El creyente podrá adquirir esta gracia por la fe en Jesucristo. Esta gracia divina será mucho más abundante que los delitos humanos. No hay proporción entre pecado y gracia.

-Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rom. 5, 20). Si el hombre acepta la ayuda divina posee la fuerza para ser fiel a la ley de Dios. Con la gracia de Cristo es posible amar a Dios y al prójimo, y alcanzar la felicidad eterna.

San Pablo muestra de mil modos esta maravilla de la salvación obrada por Jesucristo. Primero Dios da la ley para que puedan conocer el camino hacia Dios; después da la gracia para salvar a los hombres a pesar de su dureza de corazón.

La ley nueva alcanzará su punto culminante con el mandato nuevo que enseña Jesús en la Ultima Cena: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros como Yo os he amado- (Jn. 13, 34). Este amor que manda Jesús es nuevo porque el modelo es el amor de Cristo, Dios hecho hombre, que ama con un amor total y sin reservas.

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