La filiación divina del cristiano

Filiación quiere decir que se ha recibido la vida de un padre, y la gracia divina hace al cristiano hijo adoptivo de Dios.
Cuando Dios se hizo hombre en la Encarnación quiso que su humanidad estuviese revestida de humildad, para así superar el pecado que tuvo su origen en la soberbia. Una vez vencido el pecado, la muerte y el demonio en su gloriosa Resurrección, Cristo fue revestido de gloria en su cuerpo y en su alma y constituido Señor de todo lo creado. Así lo expresa San Pablo: «Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Fip. 2, 9-11).

Tras la Resurrección el Reino de Dios se ha establecido entre los hombres de una manera definitiva. Jesucristo como Dios siempre ha sido Señor, pero después de su humillación voluntaria en la Redención, recupera el señorío dejado. El Reino de Dios es un reino espiritual que se realiza consiguiendo que Cristo reine en todas las actividades humanas, «atrayendo a sí todas las cosas». Esto se realizará de modo definitivo cuando en los nuevos cielos y en la nueva tierra sean superados definitivamente todos los males (cfr. Ap. cap. 21).

La filiación divina del cristiano

Filiación quiere decir que se ha recibido la vida de un padre. En este sentido se puede decir que todos los hombres son hijos de Dios. Pero el cristiano -cuando está en gracia- tiene un nivel más alto de filiación, una filiación más perfecta. Cristo eleva a una vida nueva a los que creen en El. Les hace -participantes de la naturaleza divina» como dice San Pedro, los hace hijos adoptivos de Dios.

Jesucristo es el «primogénito entre muchos hermanos» (Rom. 8, 29), expresión que quiere decir que el que cree en Jesús y rechaza el pecado, vive una vida nueva semejante a la de Nuestro Señor.

La trinidad en el alma

Le dijo Judas, no el Iscariote: Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo? Respondió Jesús y te dijo: El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando lo que os he dicho (Jn. 14, 22-26).

Esta es una de las mayores manifestaciones del amor de Dios para con el hombre. Dios quiere estar en cada uno de sus hijos. Quiere que mientras caminamos todos juntos hacia la casa del Padre llevemos en nuestro interior la compañía de las tres divinas Personas. Quiere que, viendo la unidad de la Trinidad, busque el hombre también la unidad con sus semejantes. Quien falta al amor para con el hermano, no puede el amor de Dios morar en él.

«A esto estamos llamados, para esto hemos sido creados, para participar del misterio del amor de Dios. Dios está con nosotros en la vida de cada día… Si nosotros estamos con los demás, hacemos presente a Dios en nuestro mundo». (C.v.e., pág. 181).

Presencia íntima de Dios, Uno y Trino, como Padre y como Amigo. Este es el hecho asombroso que constituye la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma por la gracia, como Padre, y por la caridad, como Amigo.

Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Doctrina de la Iglesia

La Iglesia fue delimitando la noción de la Unidad y la Trinidad en Dios, según se iba haciendo necesario al aparecer herejías que negaban la verdadera doctrina.

Así, cuando Arrio negó que el Padre y el Hijo tuvieran la misma naturaleza, sino que el Hijo era inferior al Padre, el Concilio de Nicea, en el año 325, afirmó la consustancialidad del Padre y el Hijo. Algo análogo se hizo en el Concilio I de Constantinopla para el Espíritu Santo. Todos los Concilios posteriores han reafirmado la doctrina trinitaria.

La última profesión de fe ha sido el Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI, en la que se dice:

«Creemos que este Dios único es tan absolutamente uno en su santísima esencia, como en todas sus demás perfecciones ( … ) El es amor (cfr. 1 Jn. 4, 8) ( … ) revelándose a sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo… ».

«Los vínculos mutuos que constituyen a las tres Personas desde toda la eternidad cada una de las cuales es el único y mismo Ser divino, son la vida íntima y dichosa del Dios santísimo, la cual supera infinitamente todo aquello que nosotros podemos entender de modo humano.»

«Creemos, pues, en Dios, que en toda la eternidad engendra al Hijo; creemos en el Hijo, Verbo de Dios, que es engendrado desde la eternidad; creemos en el Espíritu Santo, persona increada, que procede del Padre y del Hijo como Amor sempiterno de ellos. Así, en las tres Personas divinas, que son eternas entre sí e iguales entre sí (Símbolo Quicumque), la vida y felicidad de Dios enteramente uno abundan sobremanera y se consuman con excelencia suma y gloria propia de la Esencia increada; y siempre hay que venerar la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad (Quicumque)».

En el Antiguo Testamento no hay una revelación clara de la Santísima Trinidad. Frente a los ídolos, Dios inculca a su pueblo la idea de un solo Dios. Les prepara, hablándoles de Sí mismo como Padre. Al mismo tiempo, se concede gran importancia a la Sabiduría y a la Palabra de Dios. Hay pasajes en los que tiene gran importancia el Soplo o Espíritu de Dios.

Pero es Jesucristo quien descubre el gran misterio: Hay un solo Dios en tres Personas distintas. En el misterio de la Santísima Trinidad se nos descubre la vida íntima del Dios único como tres Personas que se aman. Por eso, las acciones exteriores de Dios, como Creación, Redención, etc., llevan siempre el sello del amor.

Dios no es, por tanto, una persona solitaria y aislada, aunque muy perfecta; es una unidad perfecta de Personas distintas.

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