Spotlight: o lo que la Iglesia “le debe” al Boston Globe

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Cuando empezamos a preparar la última edición de Conversaciones no sabíamos que, además de tener a 5 directores de medios españoles, algunos primeros espadas y un periodista americano que conjuga su profesionalidad con un magnífico saber estar, íbamos a tener, también, una película sobre el tema de esta edición nominada para el Oscar.

El periodismo de investigación y el servicio público que prestan los medios es el tema que aborda Spotlight, una película con muchas papeletas de llevarse el Oscar gordo el próximo domingo.

No quiero hablar ahora de los valores cinematográficos de Spotlight, entre otras cosas porque he escrito sobre ellos en algunos medios, ni siquiera de la importancia que tuvo el reportaje del Boston Globe para sacar a la luz los casos de pederastia por parte de sacerdotes católicos, porque quien quiera ahondar en la trascendencia del periodismo de investigación en las sociedades democráticas, solo tiene que darse un garbeo por esta web.

Me gustaría hablar desde el otro lado: de la importancia que tienen la comunicación y el periodismo para las instituciones o, en este caso en concreto, de la importancia que tiene la comunicación en la Iglesia Católica.

Los grandes beneficiados del reportaje que publicó Spotlight fueron, en primer lugar, las víctimas y, en segundo lugar, la Iglesia Católica.

La comunicación, el periodismo –el que se hace bien, con rigor y sin intereses torticeros- suele venir bien a las instituciones que encuentran en el llamado cuarto poder un freno para sus ambiciones menos nobles y una palanca para sus buenos deseos. Pero si esta institución se llama Iglesia católica, la comunicación no es solo beneficiosa sino absolutamente necesaria. Fue precisamente el líder de esta Iglesia el que acuñó uno de los lemas más valorados en el periodismo: “La verdad os hará libres”.

Esto no significa que la Iglesia, que -conviene no olvidarlo- es una institución formada por hombres y como tal vulnerable, lo haya vivido siempre así. Durante mucho tiempo, llevada quizás por una intención noble (no herir a sus fieles), una cierta inercia (las cosas siempre se han hecho así) y bastantes dosis de miedos (fundados algunos, infundados otros), no se ha caracterizado por tener una actitud de transparencia y apertura a la comunicación. Como, no nos engañemos, hasta hace muy poco, tampoco han tenido esta transparencia ni las empresas, ni los bancos, ni las ONG, ni las familias. “La ropa sucia se lava en casa”, esta ha sido una máxima vigente durante muchos siglos en muchas partes, también en la Iglesia. Hoy la ropa sucia se lava en internet. Cosa que tiene algunas desventajas y muchas ventajas.

Sin ir más lejos, un medio de comunicación público, anglosajón y de prestigio, como es la todopoderosa BBC, se disculpaba esta semana por la vista gorda que durante años había hecho ante los más de 700 abusos cometidos por su ya fallecido presentador Jimmy Saville, después de que Scotland Yard haya hecho públicos los resultados de la investigación llevada a cabo. El título del reportaje que la cadena británica publicó ayer para dar explicaciones es toda una declaración de intenciones: BBC ‘missed chances to stop attacks’.

En este contexto, a los periodistas se les tenía miedo, a las exclusivas pánico y a las manchas de reputación, terror ciego. Y si se tenía hasta reparo a la hora de comunicar una buena noticia (la publicación de un catecismo, por ejemplo, o un viaje papal que siempre será criticado por algunos), cuando esta noticia era negativa se optaba por un radical silencio, que en la práctica se traducía en un total ocultamiento. En cierto modo, había también miedo a perder la clientela. A que los creyentes, escandalizados con razón,  decidieran “darse de baja” al descubrir que algunos de sus pastores eran unos criminales.

Definitivo Ratzinger

Reconozco que mientras veía Spotlight –mucho antes de que se estrenara, que esta es una de las ventajas del crítico- pensaba que lo que fue un terremoto en la iglesia católica en el año 2005, hoy era un suceso lamentable pero que no provocaba ningún tsunami. Y no provoca ningún tsunami porque la Iglesia ha entendido, quizás a golpes, que el gran problema es el pecado –en este caso, además, un delito- y no la publicación del pecado, y que, como primera medida, para terminar con un delito hay que sacarlo a la luz y denunciarlo.

Una vez, en una conversación informal, le pregunté a Paloma Gómez Borrero –experta vaticanista sin llamarse así (eso se deja para los hombres)- por qué a Juan Pablo II, que fue el primer papa que empezó a poner medidas para acabar con la pederastia y que pronunció aquel contundente “no hay lugar en el sacerdocio ni en la vida religiosa para quienes dañan a los jóvenes” que hoy repite Francisco, habían conseguido meterle, sin embargo, algunos crueles goles en este tema cuando empezó a destaparse. La periodista española me confió que al papa polaco durante años le costó aceptar las denuncias que se hacían a los sacerdotes porque, en el régimen comunista que él sufrió, una de las principales armas del gobierno contra el clero eran precisamente las denuncias falsas por inmoralidad (a veces con mujeres y otras con niños). Juan Pablo II había vivido gran parte de su vida rodeado de maledicencias y duras campañas orquestadas que tenían como único objetivo acabar con los sacerdotes católicos que, en muchos países del Telón de Acero, eran los únicos opositores activos al régimen. Psicológicamente esto le dificultó ver con rapidez que, junto con algunas denuncias falsas que llegaban al Vaticano, había muchas otras que eran verdaderas.

Joseph Ratzinger no tenía este freno psicológico y, como ha recordado hace unos días el papa Francisco, dio un paso más promoviendo la famosa tolerancia cero. Bajo su pontificado se tomaron una serie de medidas que ahora, una década después, empiezan a adoptar otras instituciones que sufren el mismo crimen. Además, no tuvo miedo de pedir perdón a los católicos irlandeses (país maltratado como pocos por la pederastia), se reunió con las víctimas y habló en sus homilías de la corrupción de muchos hombres de Iglesia sin que le temblara el pulso.

En el fondo, esta actitud respondía al lema que, primero como obispo y después como pontífice, eligió: “Cooperadores de la verdad”.

Su actitud allanó el camino para que el papa Francisco siguiera trabajando en la misma línea de transparencia, energía y comunicación.

Comunicación y madurez en las instituciones

Decía que hoy Spotlight no provoca en el católico ningún terremoto. El católico del siglo XXI es más maduro que el de hace un siglo. Vive en una Iglesia que muchas veces es minoritaria y poco comprendida, es consciente de los fallos de sus miembros, ha evolucionado en muchos de sus modos (y ha comprobado que el suelo no se mueve), ha aprendido a ser autocrítico (esto no es nuevo pero se ha acentuado en los últimos cuatro o cinco pontificados) y ha sido capaz hasta de sobrevivir a la “renuncia” de un papa sin que se produjera una hecatombe. Es más, reforzando lo más esencial de la figura del papado.

El papa Francisco –un pontífice que como sacerdote y obispo no era muy amigo de los medios- ha emprendido una batalla de apertura y transparencia que ha vacunado de escándalos a millones de fieles. Y los ha hecho más fuertes. Este mismo papa ha lanzado a los católicos a un diálogo con las periferias, que es otra manera de comunicar. Les ha animado a tomar la iniciativa en la comunicación, a contestar a lo que pregunta la gente de la calle (y no seguir con su rollo particular), a tomar la iniciativa y no ir a remolque. Y si alguna vez uno habla de más… pues rectifica que no se va a caer el mundo. Su primer gran documento, Evangelii gaudium, es un programa de comunicación y apertura para los católicos, que se puede trasportar a las instituciones de este credo.

A todas las instituciones, también a las religiosas, les viene de perlas comunicar y hacerlo bien. Es el mejor modo de fidelizar a los suyos, de hacerlos crecer y de ganar adeptos. Y un camino también para sanar, curar y terminar con lo que corrompe a las instituciones. Y, por eso, la Iglesia católica americana –aunque la medicina fuera amarga- le debe mucho al Boston Globe y a su suplemento de investigación, Spotlight.

 Ana Sánchez de la Nieta | @AnaSanchezNieta

PD: No caigo en la ingenuidad o el buenismo. Es cierto que no toda la información que se da en los medios sobre los escándalos de la Iglesia es veraz y bienintencionada. Muchas veces parte de ideas preconcebidas, faltan rigor, contraste, verdadera investigación y sobran pereza y prejuicios. Pero eso es problema del periodismo, no de la Iglesia. La Iglesia ya ha aceptado que hay entre sus miembros manzanas podridas. La profesión periodística tiene que reconocer que, en su seno, estas manzanas, haberlas haylas. Y luchar con el mismo vigor para expulsarlas.

Por cierto, recomiendo vivamente el documental de Rome Reports sobre la pederastia. Manzanas podridas se llama. A ellos les cojo el símil y se lo devuelvo en forma de like. Compensa verlo. Se aprende mucho.

Fuente: conversacionescon.es

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