Un nuevo «encuentro»

El Cardenal Daniel DiNardo y yo viajamos a Roma la semana pasada para reunirnos con el Papa Francisco, a nombre de los obispos de Estados Unidos, con el fin de abordar el tema de la crisis actual de la Iglesia en nuestro país.

Fue un gusto estar con el Santo Padre. Y gracias a la oración y reflexión que hice al estar en Roma, volví a casa lleno de esperanza y con una confianza renovada de que el Señor sigue guiando a su Iglesia en este tiempo de prueba.

He llegado a darme cuenta, cada vez más, de que ésta es la hora de los laicos en la Iglesia.

Como ya lo he dicho antes, lo que ha sucedido en la Iglesia es responsabilidad de los obispos y de los sacerdotes; eso está claro. Pero el camino a seguir ha de implicar que los laicos y el clero trabajen conjuntamente.

La verdad es que en este momento estamos aprendiendo nuevamente que la Iglesia no le pertenece al Papa ni a los cardenales o a los obispos. La Iglesia le pertenece a Jesús. Y Jesús predicó el Evangelio a todos y les confió la misión de su Iglesia a todos.

En el proyecto de nuestro Señor, la Iglesia es un solo cuerpo, una sola familia. Hay obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, seminaristas, y hay fieles laicos en todos los ámbitos de la vida. Todos nosotros compartimos la misión de la Iglesia.

Este ha sido uno de los temas clave de los “encuentros” nacionales promovidos por los obispos católicos de Estados Unidos, a lo largo de los años.

Este próximo fin de semana, me uniré a casi 200 católicos de Los Ángeles y a miles más de todo el país, en Grapevine, Texas, donde celebraremos el Quinto Encuentro Nacional.

Para mí y para los demás católicos hispanos de los Estados Unidos, el proceso de encuentro ha alentado nuestra fe y nos ha dado un mayor sentido de la responsabilidad que tenemos en la misión de la Iglesia de este país y del continente americano.

El Encuentro de este año se reviste de una importancia más profunda a la luz de todo lo que está sucediendo actualmente en la Iglesia.

El verdadero principio de la evangelización del continente americano empezó con la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe en México, en 1531. Conocemos la historia de cómo la Virgen le confió una misión a San Juan Diego: la de ir a decirle al obispo que construyera una iglesia en el Tepeyac.

Al estar orando en estos días, me ha llamado la atención de una nueva manera el hecho de que Jesús le haya confiado a un laico la misión de su Iglesia en el continente americano. No a un sacerdote o a un obispo, ni a un miembro de una orden religiosa.

Él llamó a un laico para dirigir la misión.

Y es interesante que en la historia de la Iglesia de este país, siempre haya habido un fuerte sentido del liderazgo laico.

Lo que necesitamos ahora, en este momento, es que los fieles laicos profundicen su sentido de misión y de responsabilidad para con la Iglesia.

El Papa Francisco, al igual que los Papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI antes que él, está llamando a la Iglesia a volver a su misión fundamental de proclamar el Evangelio y de llevar a la gente a que conozca y ame a Jesucristo.

Él se refiere a todos nosotros. Ser discípulo es ser misionero. No importa quiénes seamos, no importa cuál sea nuestro papel o estado en el mundo, nuestras vidas son una serie de encuentros con otras personas. En estos encuentros, encontramos nuestro “territorio de misión”.

Todos nosotros estamos llamados a dar testimonio del amor de Jesucristo en nuestras vidas, en donde quiera que estemos o en cualquier actividad qué estemos desempeñando. Puede ser en la casa, en la escuela, en el lugar de trabajo, en nuestros vecindarios, en las redes sociales.

Hay 5 millones de católicos en Los Ángeles. Si cada uno de nosotros pudiera llevar a una sola persona a tener un encuentro con Jesús, ¡imagínese la diferencia que eso causaría! ¿Y qué pasaría si cada una de esas personas pudiera llevar, a su vez, a una nueva persona a conocer a Jesús?

Así es como funciona la misión de la Iglesia. No con grandes programas o esquemas pastorales, sino de persona a persona, de corazón a corazón.

Es importante que recordemos que la Iglesia no es como un partido político, como un parlamento, como una corporación o como cualquier otra institución humana.

Jesús dijo que los que dirigen la Iglesia deben ser los últimos y los servidores de todos. Ni en la Iglesia ni en el corazón de ningún cristiano hay lugar, para la arrogancia o la ambición egoísta. El poder en la Iglesia no tiene que ver con privilegios: es el poder del amor y del servicio, un poder que se ejerce en la humildad.

Oren por mí esta semana y yo estaré orando por ustedes.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María, Nuestra Señora de Guadalupe, que nos aliente en nuestros esfuerzos por lograr un nuevo “encuentro”, que todos nosotros, clérigos y laicos, trabajemos juntos en servicio del plan de amor de Dios, de su plan de salvación.VN

21 de Septiembre de 2018

Los escritos, homilías y discursos del arzobispo se pueden encontrar en ArchbishopGomez.com


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El obispo José H. Gomez es actualmente Arzobispo de Los Ángeles, California, la comunidad católica más grande en USA. Es también Vicepresidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos y forma parte de la Comisión Pontificia para América Latina.

En su ministerio, el Arzobispo José Gómez anima a la gente a seguir a Jesucristo con alegría y sencillez de vida, buscando servir a Dios y a sus vecinos en sus actividades diarias ordinarias.

Ha desempeñado un papel decisivo en la promoción del liderazgo de los hispanos y las mujeres en la Iglesia y en la sociedad estadounidense. Es miembro fundador de la Asociación Católica de Líderes Latinos y de ENDOW (Educación sobre la Naturaleza y la Dignidad de las Mujeres).

Durante más de una década, el Arzobispo Gómez ha sido una voz clara sobre cuestiones morales y espirituales en la vida pública y la cultura estadounidense. Ha desempeñado un papel principal en los esfuerzos de la Iglesia Católica para promover la reforma migratoria y es autor, entre otros libros,  del titulado: Inmigración y la próxima América: renovando el alma de nuestra nación.

>> ver más artículos de Monseñor José H. Gomez

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