Benedicto XVI: Angelus

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro

I Domingo de Adviento, 30 de noviembre de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, con el primer domingo de Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico. Este hecho nos invita a reflexionar sobre la dimensión del tiempo, que siempre ejerce en nosotros una gran fascinación. Sin embargo, siguiendo el ejemplo de lo que solía hacer Jesús, deseo partir de una constatación muy concreta: todos decimos que "nos falta tiempo", porque el ritmo de la vida diaria se ha vuelto frenético para todos.

También a este respecto, la Iglesia tiene una "buena nueva" que anunciar: Dios nos da su tiempo. Nosotros tenemos siempre poco tiempo; especialmente para el Señor no sabemos, o a veces no queremos, encontrarlo. Pues bien, Dios tiene tiempo para nosotros. Esto es lo primero que el inicio de un año litúrgico nos hace redescubrir con una admiración siempre nueva. Sí, Dios nos da su tiempo, pues ha entrado en la historia con su palabra y con sus obras de salvación, para abrirla a lo eterno, para convertirla en historia de alianza. Desde esta perspectiva, el tiempo ya es en sí mismo un signo fundamental del amor de Dios: un don que el hombre puede valorar, como cualquier otra cosa, o por el contrario desaprovechar; captar su significado o descuidarlo con necia superficialidad.

Además, el tiempo de la historia de la salvación se articula en tres grandes "momentos": al inicio, la creación; en el centro, la encarnación-redención; y al final, la "parusía", la venida final, que comprende también el juicio universal. Pero estos tres momentos no deben entenderse simplemente en sucesión cronológica. Ciertamente, la creación está en el origen de todo, pero también es continua y se realiza a lo largo de todo el arco del devenir cósmico, hasta el final de los tiempos. Del mismo modo, la encarnación-redención, aunque tuvo lugar en un momento histórico determinado —el período del paso de Jesús por la tierra—, extiende su radio de acción a todo el tiempo precedente y a todo el siguiente. A su vez, la última venida y el juicio final, que precisamente tuvieron una anticipación decisiva en la cruz de Cristo, influyen en la conducta de los hombres de todas las épocas.

El tiempo litúrgico de Adviento celebra la venida de Dios en sus dos momentos: primero, nos invita a esperar la vuelta gloriosa de Cristo; después, al acercarse la Navidad, nos llama a acoger al Verbo encarnado por nuestra salvación. Pero el Señor viene continuamente a nuestra vida.

Por tanto, es muy oportuna la exhortación de Jesús, que en este primer domingo se nos vuelve a proponer con fuerza: "Velad" (Mc 13, 33.35.37). Se dirige a los discípulos, pero también "a todos", porque cada uno, en la hora que sólo Dios conoce, será llamado a rendir cuentas de su existencia. Esto implica un justo desapego de los bienes terrenos, un sincero arrepentimiento de los propios errores, una caridad activa con el prójimo y, sobre todo, un abandono humilde y confiado en las manos de Dios, nuestro Padre tierno y misericordioso. La Virgen María, Madre de Jesús, es icono del Adviento. Invoquémosla para que también a nosotros nos ayude a convertirnos en prolongación de la humanidad para el Señor que viene.

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Después del Ángelus

Queridos amigos, el 30 de noviembre se celebra la fiesta del apóstol san Andrés, hermano de Simón Pedro. Ambos fueron primero seguidores de Juan el Bautista y, después del bautismo de Jesús en el Jordán, se convirtieron en sus discípulos, reconociendo en él al Mesías. San Andrés es patrono del Patriarcado de Constantinopla, de modo que la Iglesia de Roma se siente unida a la constantinopolitana por un vínculo de especial fraternidad. Por eso, según la tradición, en esta feliz ocasión, una delegación de la Santa Sede, encabezada por el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, ha ido a visitar al Patriarca ecuménico Bartolomé I. De todo corazón le envío mi saludo y mis mejores deseos a él y a los fieles del Patriarcado, invocando sobre todos la abundancia de las bendiciones celestiales.

(El Papa condena los ataques terroristas en la India y la violencia en Nigeria)

Os invito a uniros en oración por las numerosas víctimas tanto de los brutales ataques terroristas de Bombay, en la India, como de los enfrentamientos que se produjeron en Jos, Nigeria, así como por los heridos y por todos los que, de cualquier modo, se han visto afectados. Son diversas las causas y las circunstancias de esos trágicos sucesos, pero debe ser común el horror y la condena de tanta violencia cruel e insensata. Pidamos al Señor que mueva el corazón de quienes creen erróneamente que este es el camino para resolver los problemas locales o internacionales, y sintámonos todos impulsados a dar ejemplo de mansedumbre y de amor para construir una sociedad digna de Dios y del hombre.

(En castellano)

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, en particular al grupo de profesores y alumnos del colegio Claret, de Madrid. Deseo recordar el reciente Encuentro latinoamericano de pastoral penitenciaria promovido por el Consejo episcopal latinoamericano, y aliento a quienes trabajan en favor de los hombres y mujeres que han perdido la libertad, pero no la dignidad. También en estos casos se han de respetar los derechos humanos fundamentales y buscar una recuperación y reeducación que permita una reinserción de los encarcelados en la sociedad. Expreso mi cercanía a ellos, los encomiendo en la oración y los bendigo, invitándolos a no sentirse solos y a mantener la esperanza en el Señor, que es perennemente fiel a sus promesas de salvación y viene a visitar su viña, que él mismo ha plantado entre los hombres. ¡Feliz domingo a todos!

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